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China, sobreviviendo entre el darwinismo social y el no-orden

Domingo, 07 de abril de 2024 01:57

Las diferentes respuestas de Estados Unidos y China a la invasión rusa a Ucrania desnudan la divergencia de pensamiento entre ambos países. En Washington, la opinión dominante es que las acciones rusas representan un desafío al orden basado en reglas, y que es necesario reestablecerlo.

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Las diferentes respuestas de Estados Unidos y China a la invasión rusa a Ucrania desnudan la divergencia de pensamiento entre ambos países. En Washington, la opinión dominante es que las acciones rusas representan un desafío al orden basado en reglas, y que es necesario reestablecerlo.

En Beijing, en cambio, domina la opinión que el conflicto muestra que el mundo está entrando en una era de mayor entropía; una nueva era de un no - orden. Esta perspectiva es compartida por otros países -en especial del sur global-, en los que las afirmaciones occidentales de mantener el orden basado en reglas carecen de credibilidad. No sólo está el hecho de que esos países no tuvieron voz alguna en la creación de dichas reglas, sino que, además, para muchos de ellos, son percibidas como ilegítimas.

El problema es profundo. Existe la creencia general de que Occidente ha aplicado las normas de manera selectiva, adaptándolas a sus necesidades. Para muchos, la narrativa sobre un orden basado en reglas ha sido sólo un pretexto para el dominio occidental y, así, sostienen que es natural que ahora que el poder occidental declina, el "orden" deba ser revisado.

Un mundo darwiniano

La idea central de Xi Jinping es que el mundo quedará definido por el no - orden antes que por el orden; una situación que, en su opinión, se remonta al siglo XIX, otra era caracterizada por gran inestabilidad global y amenazas existenciales para China. En las décadas posteriores a la derrota China tras la Primera Guerra del Opio en 1839, los grandes pensadores chinos escribían sobre "cambios nunca vistos en más de 3.000 años", mientras observaban con temor la superioridad tecnológica de sus adversarios. Hoy en día, Xi ve los papeles invertidos. Para él, Occidente se encuentra en el lado equivocado de los cambios y es China la que tiene la oportunidad de emerger como potencia.

Otras ideas con raíces en el siglo XIX también han renacido en la China contemporánea, entre ellas, el darwinismo social; la idea de "la supervivencia del más apto" de Darwin aplicado a las sociedades humanas y a las relaciones internacionales. Esta noción de supervivencia en un mundo peligroso y volátil requiere el desarrollo de lo que Xi describe como "un enfoque integral de la seguridad nacional". En contraste con el concepto tradicional de "seguridad militar" que se limitaba a contrarrestar amenazas terrestres, aéreas, marítimas y espaciales; el enfoque integral de la seguridad busca contrarrestar todo desafío, sea técnico, cultural o biológico.

En una era de sanciones, de "desacoples económicos" y de ciber -amenazas, Xi cree que todo puede ser convertido en un arma. La seguridad no puede ser entonces garantizada por alianzas o por instituciones multilaterales, sino que deben ser los propios países quienes protejan a sus poblaciones. Para Xi, el Partido Comunista Chino (PCC) es el único escudo natural capaz de proveer esta protección. Para esta nueva doctrina de seguridad nacional, el Estado es como un organismo biológico que debe evolucionar o morir. Xi ha adoptado este marco de pensamiento y es cada vez más frecuente leer referencias chinas a la "evolución en la lucha por la supervivencia" entre potencias frágiles e introspectivas; lejos de las visiones expansivas y transformadoras de las superpotencias de la Guerra Fría.

Según Wang Honggang, un alto funcionario de un think tank afiliado al Ministerio de Seguridad del Estado de China, "el mundo se está alejando de una estructura de centro - periferia para la economía global y la seguridad, y evolucionando hacia un período de competencia y de cooperación policéntrica". Wang y pensadores afines no niegan que China trate de convertirse en un centro global de peso, pero argumentan que, dado que el mundo emerge de un largo período de hegemonía occidental, el poderío chino favorecería a una mayor pluralidad de ideas.

Y muchos pensadores chinos vinculan esta pluralidad con la promesa de un futuro de "modernidad múltiple". Este intento de crear una teoría alternativa de la modernidad que contrasta con la democracia liberal y los mercados libres como epitome del desarrollo, está en el núcleo de la "Iniciativa de Civilización Global" de Xi. Entre otras cosas, esta doctrina pretende señalar que a diferencia de Estados Unidos y los países europeos que dan lecciones a otros sobre temas como el cambio climático o los derechos LGBTQ, China respeta la autonomía y la cultura de cada país y de cada sociedad sin juzgar ni entrometerse. ¿Relato? El tiempo dirá.

Una nueva Esparta

Durante décadas, el relacionamiento de China con el mundo fue sólo económico. Hoy, la diplomacia china va más allá de ese único interés. Un ejemplo revelador que muestra este cambio es el creciente papel de China en Medio Oriente y en África del Norte. Mientras que antes la participación china en la región se limitaba a asegurar su condición de consumidor de hidrocarburos, Beijing ahora es una suerte de pacificador que busca construir relaciones diplomáticas e incluso militares con actores clave.

Es que no pocos académicos chinos consideran a Medio Oriente como "un laboratorio para un mundo post - estadounidense" imaginando que la región revela cómo será el mundo en las próximas décadas: un lugar donde a medida que Estados Unidos declina otras potencias como China, India y Rusia compiten por influencia; y otras potencias intermedias como Irán, Arabia Saudita y Turquía elongan antes de lanzarse a la carrera.

Y, aun cuando en Asia Oriental, Corea del Sur se acerca a Estados Unidos; o en el sudeste asiático Filipinas desarrolla relaciones más estrechas con Washington para protegerse de Beijing; o cuando existe un rechazo en varios países africanos por el comportamiento colonial chino; estos ejemplos no deben ocultar una tendencia general más amplia: China se ha vuelto más activa y ambiciosa. Esparta despierta.

Y mientras la competencia económica entre China y Estados Unidos se recrudece, tanto Washington como la Unión Europea han dejado claro que no tienen la intención de excluir a China de la economía global. Tampoco quieren -ni pueden- desvincular a sus economías de la economía china; el famoso "desacople" tan vociferado por Donald Trump. Sí buscan, en cambio, asegurar que sus empresas no compartan ni revelen tecnologías sensibles mientras reducen su dependencia de importaciones chinas en sectores clave como chips, telecomunicaciones, infraestructura y materias primas. Por esto varios gobiernos occidentales hablan de "reshoring" o de "friend shoring" y alientan a sus empresas a ubicar la producción de estos rubros sensibles en países como Bangladesh, India, Malasia y Tailandia.

Por su parte, Beijing ataca la dependencia de la economía global al sistema financiero americano promoviendo al yuan como alternativa al dólar. Por ejemplo, Rusia aumentó sus reservas en yuanes y Moscú ya no utiliza el dólar para sus transacciones con China. Aunque estos movimientos son por ahora limitados, los líderes chinos tienen la esperanza de que la politización del sistema financiero y las masivas sanciones contra Rusia aumenten la disposición de otros países a protegerse contra la dominación del dólar mientras buscan que las empresas occidentales aumenten su dependencia de China, haciendo todavía más difícil el "desacoplamiento".

Esparta versus Atenas

Así como en el pasado Occidente logró que el mundo aceptara sus normas y estándares, ahora China está decidida a hacer que otros se sometan a sus propias normas y aumenta su presencia en distintos organismos internacionales de establecimiento de estándares. Beijing también utiliza las Iniciativas de Desarrollo Global y de la Franja y la Ruta para exportar su modelo de capitalismo estatal subsidiado y estándares chinos a tantos países como le sea posible.

El camino no es sencillo y China enfrenta fuertes desafíos internos. En el pasado, la joven y barata fuerza laboral de China fue el principal motor de crecimiento. Ahora, su población ha envejecido y se necesita un modelo económico basado en el consumo. Esto requiere aumentar los salarios y efectuar reformas estructurales que alterarían el delicado equilibrio de su rígida sociedad. Además, reactivar el crecimiento demográfico requeriría de mejoras sustanciales en el subdesarrollado sistema de seguridad social del país, que debería ser financiado con fuertes e impopulares aumentos impositivos. Otro ejemplo y sin ser exhaustivo: facilitar la innovación requeriría reducir el papel del Estado en la economía, lo cual va en contra de todos los instintos básicos de Xi y de todo el aparato del Partido Comunista Chino. Todos estos cambios parecen imposibles de implementar en las circunstancias actuales, pero no hacerlos impondría un freno al crecimiento chino, tanto interno como externo.

El tiempo dirá si esta nueva Esparta está evolucionando - a fuerza de puro darwinismo social -, en el camino correcto y podrá hacer frente a la anquilosada Atenas que, por ahora, sólo reclama su superioridad perdida a los gritos y a fuerza de una retórica que parece buscar mantener el statu-quo post Guerra Fría pero no mucho más.

 

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