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La COVID, ¿no nos enseñó nada?

Miércoles, 03 de abril de 2024 02:12

Hace en estos días 45 años, una niña procedente de Yacuiba llegó al hospital de Salvador Mazza con síntomas de poliomielitis. El director del hospital, Eduardo Baggio, derivó a la paciente con ese diagnóstico a Tartagal y Baggio se comunicó con el Ministerio de Salud Pública de la Nación. Apenas 14 horas después, un helicóptero militar llegó a Salvador Mazza con 30 mil dosis de vacunas Sabin Oral, que fueron aplicadas casa por casa por los docentes de ambos lados de la frontera. Es lo que se denomina un "operativo sanitario".

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Hace en estos días 45 años, una niña procedente de Yacuiba llegó al hospital de Salvador Mazza con síntomas de poliomielitis. El director del hospital, Eduardo Baggio, derivó a la paciente con ese diagnóstico a Tartagal y Baggio se comunicó con el Ministerio de Salud Pública de la Nación. Apenas 14 horas después, un helicóptero militar llegó a Salvador Mazza con 30 mil dosis de vacunas Sabin Oral, que fueron aplicadas casa por casa por los docentes de ambos lados de la frontera. Es lo que se denomina un "operativo sanitario".

Era quizá el primer caso desde 1955 cuando, en medio de una de las epidemias más graves que sufrió nuestro país, llegó como una bendición la vacuna de Jonas Salk para frenar al virus. Luego sería reemplazada por la simpática gotita de Albert Sabin.

Un cuarto de siglo después, en nuestra frontera con Bolivia, la capacidad de reacción mostró a un país con cultura sanitaria y tradición vacunatoria.

La reciente experiencia con la COVID, esa desagradable sorpresa llegada desde China, y cuya génesis es aún desconocida, mostró a una Argentina con la guardia baja. Mientras que de Europa llegaba un espectáculo inédito de saturación hospitalaria y mortandad de adultos mayores y personas de salud vulnerable, el ministro Ginés González García afirmaba que se trataba de "una gripecita". Pocos días después, el gobierno de entonces decretaba, sin participación del Congreso, una cuarentena que convirtió en delito y objeto de escarnio el hecho de circular en camioneta con una tabla de surf, y que clausuró la educación (y la vida normal) por casi dos años. Y entre otros escándalos, el más grave fue la veda al ingreso de vacunas estadounidenses, que estaban disponibles y con menor costo, para quedar bien con "nuestros amigos geopolíticos" de Beijin y Moscú. La secretaria Carla Vizzotti y la asesora presidencial Cecilia Nicolini habían vuelto de Rusia con la promesa de una lluvia de Sputnik. Luego de ocho meses, Alberto Fernández permitió con otro DNU el ingreso de las vacunas norteamericanas. Nunca se sabrá cuántos de los 130 mil muertos se hubieran salvado si el gobierno hubiera actuado con responsabilidad y conciencia sanitaria.

Todos estos fantasmas reviven hoy con el dengue. La expansión del mosquito Aedes aegypti por el país fue mucho menos sorpresiva que el coronavirus; las alteraciones climáticas en la llanura pampeana eran una señal perceptible para quienes debían desarrollar acciones estratégicas para destruir larvas y, además, para asegurar la importación de insumos y el aumento de la producción de repelentes. El rol de un ministro de Salud es ese: prevenir. Pero ¿cómo esperarlo cuando, hoy, los grandes hospitales del conurbano (donde vive un tercio de la población del país) carecen de especialistas y hasta de ambulancias?

El ministro nacional Mario Russo y el gobernador Axel Kicillof no aprendieron nada con la pandemia.

Con casi 200.000 contagios en todo el país y 130 fallecidos por el dengue, un comunicado oficial se ocupó ayer de culpar al gobierno anterior, a los medios de comunicación y a los laboratorios. Un criterio sanitarista hubiera eliminado toda la pirotecnia, analizado la experiencia salteña y de otras provincias, y explicado claramente que esta vacuna, que cuesta 130 dólares al público, puede ser muy buena, pero que, según su criterio, requiere más pruebas para incorporarla al plan de vacunación obligatoria. Al mismo tiempo, debería haber anunciado una importación de emergencia de repelentes y espirales, a cargo del Estado, para suplir las carencias de las dos industrias locales. Porque, con la salud, no cabe el ajuste.

 

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