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Rosario, en el espejo de "The Wire"

Domingo, 26 de marzo de 2023 03:20

Cada vez más, los productores televisivos conceptualizan a las series -no a las películas- como una nueva forma de literatura. Contenidos empaquetados en un formato específico para una audiencia más y más visual. Episodios como los capítulos de un libro y temporadas como los tomos de una saga.

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Cada vez más, los productores televisivos conceptualizan a las series -no a las películas- como una nueva forma de literatura. Contenidos empaquetados en un formato específico para una audiencia más y más visual. Episodios como los capítulos de un libro y temporadas como los tomos de una saga.

Y así como la literatura suele adelantarse a la realidad, a veces sucede que las series también se adelantan a ella. En realidad, me pregunto si es que la ficción se adelanta a la realidad o si es que, esta, carente de imaginación e iniciativa, termina copiando y emulando a las ficciones. No tengo respuesta.

En todo caso, las ficciones -literarias, y ahora también, las televisivas- son un buen punto de partida para pensar. Al fin y al cabo, y como bien dijo Ian Hamilton: «Leemos "Un mundo feliz" para saber cómo podrían ser las cosas si no leyéramos "Un mundo feliz"". Lo paradójico es que, como nos estamos convirtiendo en sociedades ignorantes orgullosas de nuestra ignorancia, nos vamos pareciendo a "Un mundo feliz" por no haber leído "Un mundo feliz".

Volviendo a las series, hay una, "The Wire", algo vieja pero que ha devenido en serie de culto con el paso del tiempo. Quizás por lo cruda, tal vez por lo profética. La serie retrata -con mucha realidad- la situación del narcomenudeo en las calles de los barrios periféricos de la ciudad de Baltimore, en Estados Unidos.

La trama se desata a raíz de una situación puntual: un juez ordena investigar una serie de asesinatos que ocurren en un barrio marginal y, para ello, la policía arma una brigada especial compuesta por efectivos del departamento de homicidios; de la unidad de narcotráfico y de otros departamentos. Lo que no se hace público pero que se hace evidente de entrada, es que a esta "unidad especial" se destinan los peores recursos. Por distintas razones estos "descastados" comienzan a dar resultados no esperados. Y allí es donde comienzan los problemas.

Sigue al dinero

La jefatura solo busca fotos rápidas de cargamentos decomisados y de armas caseras; mostrar que la situación "está bajo control". El equipo especial, por el contrario, una vez que va descubriendo la densa trama que se esconde detrás de esos asesinatos, quiere resolver el problema de verdad. Para ello necesita tiempo, paciencia, más investigaciones y, sobre todo, dejar de lado las fotos oportunistas que evidencien la presencia de un trabajo encubierto mientras ellos siguen buceando en el lodazal. Es claro el conflicto de intereses: los políticos y los jefes sólo buscan resultados rápidos y superficiales; el equipo de trabajo quiere atrapar a los culpables. Si bien no se puede descartar la estrechez de miras y el oportunismo político; también podría ser por complicidad: se entregan a las capas bajas mientras se protegen a las de mayor nivel.

En una escena memorable el detective Lester Freamon dice: "Si sigues a las drogas, sólo vas a encontrar a drogadictos y a traficantes; pero, si sigues al dinero… no tienes idea a dónde diablos eso te puede llevar". Cuando, tal y como lo advierte el detective, al seguir la pista del dinero, comienzan a entender la compleja arquitectura legal y financiera detrás de la que se esconden los traficantes o cómo financian campañas de fiscales de distrito; concejales, jueces y senadores; toda la trama adquiere otro cariz.

En Rosario vemos bandas similares de narcomenudeo. Vemos armas caseras improvisadas y peligrosas por su precariedad, más allá de su poder de fuego. Vemos delincuentes precarios y precarizados. Vemos barrios sumidos en la pobreza y en la desesperación. Que el narcomenudeo sea economía de subsistencia para parte de la población es otra arista del problema que le agrega una mayor complejidad. Por desgracia, no parece haber mucha distancia entre el Baltimore retratado por la serie y el Rosario marginal que muestran nuestras cámaras de televisión.

Hay otro drama: el de una sociedad que consume drogas. Vivimos en una sociedad que cada vez condena menos el consumo de drogas; o que, incluso, la justifica y la naturaliza.

Se invierten millones y millones de pesos advirtiendo sobre el uso nocivo del tabaco o -bastante menos- del alcohol. Menos todavía del juego. Pero, estas tres actividades están confinadas dentro del cómodo cerco de la legalidad. La droga es la única que escapa, por ahora, a este marco.

Pero hay esfuerzos y cabildeos serios y sostenidos por llamar "cannabis" a la marihuana, quitándole su carga de droga de entrada o de iniciación. Se permite su cultivo hogareño para consumo personal y los lugares que venden implementos para su cultivo domiciliario prosperan sin par. O se habla de "cannabis medicinal". Si en efecto es de uso medicinal; debería ser elaborada en laboratorios farmacéuticos bajo los más rigurosos procedimientos y controles de calidad y no veríamos prosperar "laboratorios". Tampoco se conseguirían las recetas para el "cannabis medicinal" con tanta facilidad.

También se escucha el uso del término "drogas de esparcimiento". Esparcimiento. Como si fumar marihuana, consumir cocaína o drogas de diseño fuera algo equiparable a ir a bailar.

En estas mismas páginas, Cynthia Molinari describió y analizó con excepcional claridad y de una manera brillante este "uso recreativo" de las drogas de cualquier tipo; el drama que significa; la dependencia que genera; y, más terrible, nuestro miedo y apatía ante la situación. En lugar de enfrentar la situación y de fijar límites, elegimos "no ofender" ni contrariar a nuestros hijos. La generación de los "ofendidos de cristal" se impone por nuestra incapacidad como padres.

Mientras haya demanda, habrá narcotraficantes y adictos, como dijo Lester Freamon. A los primeros hay que combatirlos y castigarlos; a los segundos ayudarlos, contenerlos y buscar sacarlos de ese drama de la dependencia. Pero el Sedronar no hace nada de lo que debe hacer. No concientiza; no encara una campaña -real, seria y potente- que muestre los enormes daños que produce el consumo de drogas. No asiste ni acompaña. Tampoco mantiene la cantidad de centros de rehabilitación en la cantidad o en la calidad en la que se necesita. El Sedronar es un organismo vacío de intenciones, de contenidos, de capacidades y de recursos. Un cascarón de intenciones inacabadas. No una solución, ni siquiera un paliativo. Solo un gasto.

Pero trabajar sobre la demanda no es suficiente. Si se quiere combatir al narcotráfico -que permea nuestras fronteras con facilidad, sale en barcos por la hidrovía, y se exporta en barcos a Europa -; tanto como si se quiere combatir el narcomenudeo en Rosario; lo que hay que hacer es seguir la estela que deja el dinero tras toda transacción.

No es una solución enviar a la Gendarmería para que les apedreen sus camionetas delante de ellos mismos y que ni siquiera puedan reprimir ese acto de vandalismo callejero. No sirve de nada inundar las calles de efectivos por treinta días queriendo aparentar un control que no es tal. No sirve de nada la foto sin resultados; menos cuando, tarde o temprano, la gendarmería se vaya a evaporar tan rápido como llegó.

Se me ocurre que habría que investigar, en cambio, por qué hay tan pocos fiscales destinados al tema. ¿Hay allí, acaso, alguna connivencia por parte de la justicia que se tenga que investigar? ¿O hay alguna connivencia policial? ¿Hay, acaso, complicidad penitenciaria? ¿Cómo es posible que, desde la cárcel, los más poderosos jefes de estas bandas puedan seguir "operando" con tanta impunidad? ¿Hay connivencia política? El dinero narco, ¿financia, acaso, campañas políticas en general y a políticos, en particular? ¿Por qué no hay una unidad especial dedicada a investigar las maniobras financieras y la traza que va dejando el dinero tras cada una de todas las operaciones ligadas al narco tráfico? ¿Por qué pareciera que es tan simple lavar el dinero de la droga? ¿Acaso se inyecta ese dinero, una vez lavado, en actividades legítimas; legitimándolo y contaminándolo todo a la vez?

Cuando no hay justicia todo puede pasar. Desde la imposición de la perversa y canallesca "plata o plomo" en las bases de la pirámide del narcotráfico, hasta la más violenta e irracional anarquía que se podría extender a toda la sociedad. Cuando se impone la ley de la selva, se naturalizan todas las formas de violencia. Desde la muerte de pequeños en balaceras inverosímiles; hasta las declaraciones de funcionarios que duelen por su perversión.

Frustración y resiliencia

Para cerrar, vuelvo sobre la serie. No voy a adelantar nada. Sólo que la serie muestra lo frustrante que puede ser la lucha contra las drogas. Muestra cómo se puede ganar una batalla y perder la guerra. Que a narco depuesto, narco puesto. Y que este otro jefe narco será de peor calaña que el anterior.

Muestra que la guerra no se gana deponiendo caudillos barriales; sino que es necesario combatirla en todos los niveles policiales, penitenciarios, ministeriales, políticos e institucionales. Que se gana cuando se busca reducir la demanda; no cuando se fomenta. O cuando se le pone empatía a la sociedad y sentido común al bien común. No con declaraciones altisonantes y vacías y fotos oportunistas, ni gendarmes desplegados por doquier corriendo por los barrios como pollos sin cabeza; tampoco como personas sin corazón.

Las drogas son un flagelo y un drama sin igual que nos puede llevar puestos como sociedad y como país. Latinoamérica muestra cinco claros ejemplos de narcoestados; lugar al que llevan estos senderos que parecemos, gozosos, querer transitar. Me pregunto si este es el legado que queremos dejarles a nuestros hijos. Se me ocurre que hay pocas preguntas más importantes que, como sociedad, debamos contestar.

 

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