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La Argentina de "los copitos"

Lunes, 19 de septiembre de 2022 00:00

El índice de inflación de agosto fue del 7% mensual. Es un hecho que la inflación anual en 2022 orillará o superará el 100%. A pesar de la guerra declarada contra la inflación. Peligro mayor si se considera que el problema lleva décadas y décadas y que se repite en ciclos nunca solucionados. Tenemos una fascinación por tropezar siempre con la misma piedra.

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El índice de inflación de agosto fue del 7% mensual. Es un hecho que la inflación anual en 2022 orillará o superará el 100%. A pesar de la guerra declarada contra la inflación. Peligro mayor si se considera que el problema lleva décadas y décadas y que se repite en ciclos nunca solucionados. Tenemos una fascinación por tropezar siempre con la misma piedra.

Para todos los gobiernos de turno la inflación es una droga que les permite licuar pasivos internos y hacerse de ingresos extraordinarios no contemplados en el presupuesto. Para el resto de la sociedad, la inflación es un drama.

Es un drama para los seis millones y medio de jubilados y pensionados de la Anses que cobran 42.052 pesos en la mano, cuando la canasta básica para un individuo que vive solo es de 36.019 pesos. Canasta que no considera alquiler ni transporte ni vestimenta ni remedios ni esparcimiento; quedándole para todos estos gastos tan solo 6.033 pesos por mes. Es un drama para todas las familias que viven con ingresos fijos, menguantes, y que cada vez cubren menos la canasta básica. La que sube sin parar.

Es un drama para todos aquellos que ven cómo el alquiler de su vivienda sube un 50 o un 60% de un mes al otro; o los que ven cómo las cuotas de los colegios privados suben un 7, 8 o 9% mes a mes; o para quienes sufren los aumentos de cuota de las empresas de medicina prepaga. Es un drama para todas las familias que ven desplomarse su poder de compra; que restringen sus consumos; que cambian a sus hijos de colegio o se mudan a barrios con alquileres más bajos; que cambian de prepaga o dejan de pagarla; o para los millones de familias que comen solo una vez al día.

Es un drama saber que no hay ninguna solución a la vista.

Pero es un error pensar que la devaluación opera solo sobre la moneda o que solo tiene consecuencias económicas. No es así. La devaluación ocurre en todos los planos que nos podamos imaginar.

Son recurrentes los artículos en diarios y medios de comunicación que muestran que la educación entró en una fase terminal. Niños que no aprenden a leer ni a escribir. Que no saben hacer cuentas básicas. Alumnos que terminan la escuela secundaria con un nivel que les resulta imposible realizar estudios universitarios. Alumnos universitarios que no comprenden los textos que leen.

La devaluación es también mezclar la Biblia con el calefón. Escuelas y universidades convertidas en unidades básicas y centros de adoctrinamiento. O legislaturas y Congreso que consideran nombrar "personalidades destacadas de la cultura" a L-Gante o a Lali Espósito. Devaluar el lenguaje, la cultura y la educación, el esfuerzo y el mérito, es devaluar el futuro. Devaluar el país.

Podría ahondar en páginas enteras sobre estas infinitas devaluaciones. Todos las conocemos. Todos las vivimos en carne propia en los hospitales públicos. O en las calles cuando matan por una zapatilla, una mochila o un celular. Las vivimos en infinitos episodios repetidos hasta el hartazgo que nos muestran una pauperización social y moral inacabable. Aun así, seguimos devaluándolo todo. Somos una sociedad precaria y precarizada. Lumpen.

Como no puede ser de otra manera, también existe una devaluación sostenida en la política en general y en los políticos en particular. En la confianza hacia cualquier dirigente, actual y futuro. Devaluación que ocurre cuando los vemos perderse -a todos ellos- en peleas absurdas como si se les fuera la vida en ellas. Peleas en las que solo persiguen sus intereses; nunca los nuestros.

Las encuestas muestran que el 60% de la sociedad cree que el atentado a Cristina Elisabet Fernández de Kirchner fue algo "armado". La explicación podría ser la fábula de Pedro y el lobo: nos han mentido tanto durante tanto tiempo y sobre tantos temas que no resulta del todo sorprendente que 6 de cada 10 argentinos no crean en el inmenso abismo que significa la foto del arma en la cara de la vicepresidenta de la Nación.

Tanto se ha devaluado la realidad argentina que los perpetradores de esta atrocidad son cuatro desquiciados que conforman "La banda de los copitos". ¿En verdad dos trastornados pueden llegar tan fácilmente a la vicepresidenta? ¿Es tanta nuestra fragilidad que cuatro tarados podrían haber desatado una guerra civil en Argentina? Todo es de muy difícil digestión. Pero todo sigue empeorando. En otra muestra de la obscenidad de nuestros dirigentes y de nuestra lumpenización, se usó este intento de asesinato para adoctrinar a alumnos en escuelas primarias. La caída no tiene fin.

Mientras tanto, el Gobierno "festeja" sus 1.000 días. Con un desparpajo sin igual, el presidente "asegura haber cumplido su palabra", e insiste en repetir ese eslogan que carece de todo contenido tangible y real: "Primero la gente". Que hace eco de ese otro eslogan vacío: "Un país con corazón". El nivel de disociación de la realidad del Gobierno es mayúsculo. Aterrador. El nivel de cinismo de los funcionarios, abrumador. El nivel de apatía de la sociedad, inentendible.

"El intestino es otro de los cerebros del cuerpo, tiene la misma cantidad de neuronas que la médula espinal, y también tiene los mismos neurotransmisores que el cerebro", afirmó el gastroenterólogo Facundo Pereyra en una entrevista con la periodista Carla Quiroga. Si Pereyra tiene razón y de veras existe ese cerebro intestinal, no hay duda alguna que hay demasiada gente usando este otro cerebro y no el normal.

 

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