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¿Estaba equivocado Keynes?

Jueves, 01 de diciembre de 2022 02:34

El "hombre equivocado" aclamado en su tiempo. Más allá de las simpatías o antipatías que Keynes despierta y ha cultivado, una cosa es inobjetable y es que fue respetado fuera y dentro de su país, y el imperio británico en su tiempo. El único economista que lo enfrentó, y que ha vuelto a ponerse de moda en estos tiempos, fue Hayek, con algunos argumentos destacables pero profundamente equivocado en su visión analítica del funcionamiento de la economía y sus aplicaciones de política económica, como se verá en las líneas siguientes.

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El "hombre equivocado" aclamado en su tiempo. Más allá de las simpatías o antipatías que Keynes despierta y ha cultivado, una cosa es inobjetable y es que fue respetado fuera y dentro de su país, y el imperio británico en su tiempo. El único economista que lo enfrentó, y que ha vuelto a ponerse de moda en estos tiempos, fue Hayek, con algunos argumentos destacables pero profundamente equivocado en su visión analítica del funcionamiento de la economía y sus aplicaciones de política económica, como se verá en las líneas siguientes.

Los "oponentes"

En trazo grueso, los "oponentes" de Keynes, entre los que se destacaba justamente el mencionado Hayek, sostenían que la economía de mercado es la mejor posible y que el mundo funciona mejor si se lo deja accionar por sí mismo, sin intervención del Estado.

Por supuesto, "el mejor sistema posible", junto a un fenomenal crecimiento en la producción y el empleo, también había generado el hacinamiento en las ciudades, a la vez que las crisis que se asociaban al funcionamiento de las economías provocaban retracciones en el empleo y aumentos de la pobreza, sin que existieran "por definición" (o sea, por las propias prescripciones del sistema del "laissez faire", el "dejar hacer") medidas de política económica para corregir estos desvíos, los que ante la pasividad de los gobiernos habían alimentado los "experimentos" del comunismo y el fascismo, a la vez que la propia Gran Bretaña, más apegada a sus tradiciones democráticas, aun sin ver amenazadas sus instituciones, se enfrentaba a feroces huelgas y a las simpatías de una parte de la sociedad hacia las corrientes marxistas.

El equilibrio

Keynes, además de una impecable formación profesional como discípulo del economista más destacado de su tiempo, Alfred Marshall, poseía sólidos conocimientos en Matemáticas, Estadística y Filosofía, habiéndose rodeado de otras tantas eminencias, como Bertrand Russell, Ludwig Wittgenstein o George Bernard Shaw.

Con este bagaje de "ignorancia" (no tuvo la oportunidad de leer las obras completas de un economista austríaco argentino contemporáneo) y luego de un largo recorrido de ideas que culminaron en su "Teoría general", planteó en esta obra las líneas generales de sus críticas a la economía "clásica", como él llamaba a la economía que se conocía y enseñaba, a la vez que, en contraposición, esbozó sus propias ideas.

A diferencia de lo que se ha popularizado (a veces con mala intención), Keynes no solo no se oponía a la economía de mercado, sino que era consciente del imperativo de salvarla del naufragio a la que estaba expuesta por la falta de herramientas de política económica que la ortodoxia dominante rechazaba. Para esto escrutó concienzudamente los puntos débiles de la teoría dominante, que proponía dos áreas separadas en la economía, una de ellas "encargada" de explicar el empleo, y este, al ser un insumo estratégico de la producción, establecía a su vez justamente la producción. Por su parte, la segunda área explicaba el nivel de precios, que venía dado por la cantidad de dinero en relación directa a esta última, con lo que sus incrementos producían también elevaciones en los precios.

Para Keynes esta separación no se compadecía con el funcionamiento verdadero de las economías, porque no era verosímil que la demanda no cumpliera ningún papel en la determinación de la producción y los precios. Conforme esta objeción, Keynes proponía que las decisiones de las familias en cuanto a consumo, de las empresas respecto a la inversión, e incluso del gobierno respecto al nivel de su gasto, explicaban lo que las empresas, en condiciones normales, iban a decidir producir.

De acuerdo a su explicación, el desempleo, que para "los clásicos" se debía exclusivamente a una pretensión de los trabajadores de mantener salarios muy elevados, se originaba en cambio en una caída de la demanda, causada por el temor de las familias de consumir más por si quedaban desempleadas, y de las empresas de invertir, puesto que las ventas, con menor consumo, habían caído. Aunque no empleaba esta metáfora, Keynes entendía que sostener que el desempleo se debe a salarios altos, es como considerar que, ante la aparición de tiburones en una playa y la consiguiente huida de los veraneantes, "la explicación" debe buscarse en el elevado precio de los hospedajes.

Mesianismos regresivos

El razonamiento de Keynes, enfrentado a una parálisis casi completa de la economía, y puesto que las familias no se animaban a aumentar su consumo ni las empresas la inversión, proponía entonces que el gobierno "tomara la posta", hasta que la economía arrancara, para lo cual empleaba la metáfora: "Tenemos problemas con el alternador…".

Por supuesto, "la solución de Keynes" estaba en sintonía con la naturaleza del problema que las economías enfrentaban: parálisis de la economía y desempleo, alimentados por las "profecías autocumplidas", o sea, las empresas no producen por las dudas no vendan, con lo que tampoco venden, y las familias no solicitan préstamos (muy caros, además) para consumir más, por temor al desempleo, con lo que las empresas tampoco venden.

Indudablemente, este no es el escenario, por ejemplo, de la Argentina, donde la caída en el consumo es consecuencia de la drástica disminución en los ingresos reales por la inflación (en la economía de las crisis de Keynes había "deflación"), y la falta de inversión de las empresas obedece a la consigna, tácita o explícita del gobierno de "combatir el capital", poner retenciones hasta el infinito y destruir la seguridad jurídica con la toma de tierras, entre otras medidas de "política económica" y, claramente, las "recetas" keynesianas, que "el Estado tome la posta", no se aplican en este caso, ya que el Estado debe "dejar la posta" a las familias y empresas, ansiosas de protagonismo.

Sin embargo, y aun aceptando las advertencias de Hayek, quien le reprochaba a Keynes que la presencia del Estado podría ser inoportuna, al no poder calibrarse (entonces menos que ahora) la medida y oportunidad de su participación, es claro que estas advertencias no hacen al caso, porque nadie, excepto el gobierno, imagina "más", sino que hay consenso en "menos" Estado. Por otra parte, que el Estado deba retraerse en las actuales circunstancias no es lo mismo que proponer que desaparezca, junto al Banco Central, y mucho menos habilita a reinsertar en la teoría económica las ideas que Keynes y toda la experiencia acumulada desde entonces han mostrado erróneas: ¿Alguien imagina que algunos ruidos en la teoría Estándar, en Física de partículas, habilita para regresar a Aristóteles?

Claramente, las ideas prekeynesianas, por muy respetables que sean, deben quedar en la esfera de la Historia del pensamiento económico, pero no en las propuestas de política económica que, además, por definición, debe ser inexistente según esta escuela. No está en discusión la superioridad del mercado en la asignación de los recursos (Keynes nunca sostuvo lo contrario) y en la determinación de los precios, con interferencias mínimas del Estado. Tampoco está en discusión que debe existir, en el sentido de un "departamento de emergencias médicas", una presencia del Estado cuando justamente sea necesario, conforme la frase: "El Estado no está para hacer lo que hace el mercado, sino lo que nadie hace" (Keynes), o, si se prefiere, "tanto mercado como sea posible, y tanto Estado como sea necesario".

 

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