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"En EEUU se condenó la 'tentación autocrática' y se ratificó que el poder debe tener su contrapoder"

Martes, 15 de noviembre de 2022 02:40

"Los demócratas no ganaron, pero los republicanos perdieron. Tampoco hubo un empate", evaluó el académico especializado en Relaciones Internacionales, Carlos Pérez Llana. En las elecciones del martes pasado se ponía en juego un valor central: si el electorado estadounidense optaba por un viraje hacia el populismo, apoyando las aspiraciones de Donald Trump o si preservaba un sistema democrático que lleva casi dos siglos y medio. "Los perdedores tienen nombre: populistas", dijo Pérez Llana en una entrevista con El Tribuno. "La sociedad americana rechazó la propuesta de regresión social; nacionalismo; proteccionismo excesivo; desconfianza anticientífica; mesianismo religioso; las prácticas orientadas a restringir el voto de las minorías". Esta renovación de la "adhesión al contrato social inspirado por J. Madison en el "El Federalista" no es neutra a nivel internacional: con Trump en la Casa Blanca, Putin ya habría instalado un régimen títere en Ucrania y la OTAN se habría evaporado".

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"Los demócratas no ganaron, pero los republicanos perdieron. Tampoco hubo un empate", evaluó el académico especializado en Relaciones Internacionales, Carlos Pérez Llana. En las elecciones del martes pasado se ponía en juego un valor central: si el electorado estadounidense optaba por un viraje hacia el populismo, apoyando las aspiraciones de Donald Trump o si preservaba un sistema democrático que lleva casi dos siglos y medio. "Los perdedores tienen nombre: populistas", dijo Pérez Llana en una entrevista con El Tribuno. "La sociedad americana rechazó la propuesta de regresión social; nacionalismo; proteccionismo excesivo; desconfianza anticientífica; mesianismo religioso; las prácticas orientadas a restringir el voto de las minorías". Esta renovación de la "adhesión al contrato social inspirado por J. Madison en el "El Federalista" no es neutra a nivel internacional: con Trump en la Casa Blanca, Putin ya habría instalado un régimen títere en Ucrania y la OTAN se habría evaporado".

Las elecciones de medio término en EEUU estuvieron precedidas por anuncios de una eventual victoria arrolladora de los republicanos favorables a Donald Trump. El resultado final muestra un escenario más moderado. ¿Cuál es su evaluación? ¿Cómo se podrá manejar Joe Biden en los dos años de presidencia que le quedan?

Lo sucedido en las elecciones americanas constituye un punto de ruptura. Los demócratas no ganaron, pero los republicanos perdieron. Tampoco hubo un empate, en una elección de mediano término que suele ser un castigo para el presidente y favorable a la oposición. Desde hace largo tiempo las elecciones intermedias mostraron un retroceso del partido gobernante, solo Theodore Roosevelt; Franklin Roosevelt; Bill Clinton y George W. Bush pudieron escapar a la maldición. Para comprender lo sucedido hay que identificar qué estuvo en juego. La clave de bóveda es sencilla: no se juzgó el "estado de la economía", sino "el estado del sistema democrático". La nueva agenda apareció luego de la toma del Capitolio por las hordas trumpistas, en el 2021. El clivaje central, violencia vs. defensa de las instituciones, estuvo muy presente y la imagen del reciente atentado de un fanático contra el esposo de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, constituyó el epítome de la violencia. El voto femenino fue decisivo, rechazando las posiciones republicanas contrarias al aborto. Los perdedores tienen nombre: populistas. Ellos levantaron consignas que la sociedad americana rechazó en estas elecciones: regresión social; nacionalismo; proteccionismo excesivo; desconfianza anticientífica; mesianismo religioso que impulsa la declaración del cristianismo como religión oficial y también las prácticas republicanas orientadas a restringir el voto de las minorías. En definitiva, hubo una condena a la "tentación autocrática" y una renovada adhesión al contrato social inspirado por J. Madison en el "El Federalista": cada polo de poder debe tener su contrapoder.

Trump representa una ruptura con las tradiciones democráticas occidentales, en muchos sentidos. Da la impresión de que su influencia disminuyó en el electorado republicano. ¿Considera que sigue siendo un actor decisivo?

Es posible apostar al fin del ciclo Trump por varias razones. En el Partido Republicano nació un liderazgo opositor: el reelegido gobernador de Florida, Ron De Santis. Ahora Trump es un perdedor; la prensa de derecha lo abandonó, "Fox News" y el Wall Street Journal son el mejor ejemplo. Y los perdedores más notables fueron sus candidatos, muchos de ellos personajes mediocres e irrelevantes.

¿Existe el riesgo de que las estructuras partidarias tradicionales desaparezcan y cedan su lugar a "espacios políticos" o coaliciones coyunturales y sin un programa previsible?

No se advierte un escenario de licuación de las estructuras partidarias tradicionales, pero, como siempre, el futuro está abierto. Los republicanos ya iniciaron la transición post-Trump y los demócratas deberán hacer un análisis de debilidades y fortalezas. Ahora contaron con un excelente adversario y un aspecto a seguir es la convivencia entre las distintas líneas internas. Perder el centro moderado sería un error. Habrá que observar hacia dónde se orientan las precandidaturas.

¿Son tremendistas las conjeturas sobre un riesgo de guerra civil en los EEUU?

No se advierte, por ahora, ese riesgo. La derrota del trumpismo permite ser optimista. Aunque la violencia, que se alimenta del odio racial y de un desmesurado stock de armas en manos de la población, es innegable.

Hace pocos días usted escribió que es necesario que en el mundo la democracia posea mayor legitimidad que la autocracia. Esto insinúa que sería muy distinto todo si Trump ejerciera en EEUU más poder que los partidos tradicionales…

El liderazgo de Trump no solo es tóxico para la democracia americana, también lo es porque sus vinculaciones con los populismos de derecha, por ejemplo, el "iliberalismo europeo" instalado en Hungría e Italia, y las autocracias encarnadas por Rusia, estaban debilitando la democracia y consolidando el espacio autocrático en el mundo. Seamos claros: con Trump en la Casa Blanca, Putin ya habría instalado un régimen títere en Ucrania y la OTAN se habría evaporado. Durante su gestión, Europa y otros aliados históricos fueron olvidados y cedió espacios diplomáticos al abandonar el multilateralismo y causas nobles como la agenda medioambiental y el desarme nuclear.

A nivel internacional, ¿considera que Biden logró superar con buenas medidas el acercamiento de Trump a China y a Rusia?

Durante la gestión del presidente Joe Biden la política exterior mutó, hubo cambios de rumbo y también influyeron episodios decisivos como el COVID y la guerra de Ucrania. Se reestableció la relación con Europa, y con los aliados en general, y se transformaron las agendas respecto de Rusia y China. Objetivamente hablando, la relación del gobierno republicano con Putin resultó inexplicable. Más allá de la atracción que ejercen sobre Trump los liderazgos autoritarios, hasta a la propia Justicia americana llegaron las denuncias y sospechas sobre los vínculos entre el Kremlin y la Casa Blanca. A esa proximidad se le suma el tropismo ruso de las derechas europeas que han sido financiadas desde Moscú y que no condenan la invasión a Ucrania porque invierten el caso: la invasión estaría justificada por la supuesta amenaza de la OTAN a Rusia. Respecto de China, la política exterior del presidente Biden mantuvo los enfoques confrontativos, inaugurados bajo la gestión Trump, pero amplió la agenda. Persistió el conflicto comercial, se incrementaron las restricciones a las ventas tecnológico - intensivas, como los semiconductores, y se enfatizó el concepto de China como principal rival estratégico. Ahora la política hacia China es una política de estado, que no cambia con las gestiones presidenciales. La "Nueva Estrategia de Seguridad Nacional de los EEUU" -publicada el 12/10- también destaca a Rusia como una amenaza regional de mediano plazo, pero sin capacidad de modificar el orden internacional. En cambio, el Partido Comunista Chino sí es visto como una amenaza global y estructural. En ese documento se enfatiza una realidad: los EEUU deben enfrentar una alianza objetiva entre Pekín y Moscú, un dato estratégico relevante de la política internacional contemporánea. Como se advierte en el documento, el enemigo americano es el Partido Comunista, mientras Putin sería un sistema en sí mismo. Las razones son obvias: en el Kremlin se vive de metáforas y analogías históricas, los enemigos serían los nazis (como en Ucrania) y el stalinismo sería la receta.

En algunas publicaciones usted puso el acento en el riesgo de alianza entre Moscú y Pekín, dos regímenes revisionistas de las fronteras y del orden actual. Y señaló que ambos coinciden en tres puntos: creen en el fin del ciclo de hegemonía de Occidente, relativizan los conceptos de Derechos Humanos y democracia. Algo de esto también se juega en la relación de EEUU con ellos y con la Unión Europea.

La alianza entre China y Rusia existe, pero hay que tener en cuenta los matices. Ambas coinciden en la identificación del enemigo: los Estados Unidos y Occidente. Pero sus visiones e intereses no necesariamente son los mismos. Así Rusia ha logrado imponer sus criterios a nivel de la diplomacia multilateral en la guerra de Ucrania y destaca que los apoyos recibidos y las abstenciones favorables en las Naciones Unidas demuestran que Moscú lidera lo que ellos denominan "el sur global". China la acompaña. Para Pekín también Occidente es el enemigo y serían los EEUU y Europa los responsables de la guerra por haber amenazado la seguridad rusa. Pero no apoya la anexión de Ucrania y la incorporación de territorios a Rusia. En términos concretos, ese apoyo solo puede expresarse en mayores compras de petróleo a Rusia; lo mismo que hacen otros países como la India. En general China se ha cuidado de no ayudar en exceso. Esta alianza lentamente se desequilibrará. Dadas las asimetrías de poder existentes, en Moscú no se ignora que ellas constituyen un peligro porque Rusia es candidata a convertirse en un junior partner de China. Además, se trata de dos civilizaciones diferentes con intereses conjuntos, pero no similares. También se asemejan, porque Rusia y China son las principales "potencias revisionistas", un lote de países integrado por Estados que pretenden modificar las fronteras que los separan de sus vecinos e imponer una "tutela civilizacional". Es el caso de Turquía, heredera del Imperio Otomano que reclama territorios griegos y aguas con recursos gasíferos en el Mediterráneo; y el de Irán, que en su ambición islámico-chiita interfiere en Irak, Siria, Yemen y el Líbano; pretende proyectar poder en el Mar Rojo y tutelar las aguas del Golfo Pérsico. Estos países revisionistas coinciden en un punto: condenan lo que denominan el orden occidental, que entre otras cosas incluye la democracia, las libertades y los derechos humanos.

¿Cómo se perfila el nuevo orden internacional y qué lugar ocuparán Latinoamérica y, en particular, la Argentina en ese escenario?

Aludir a un nuevo orden internacional es prematuro. La incertidumbre se prolongará, en un contexto donde los movimientos tectónicos de la geopolítica continuarán y donde el peso del Asia será decisivo. En América Latina en general la variable externa no merece atención. Esto se debe al peso de la ideología que oculta las realidades y a la falta de "un radar estratégico". Hay verdades asumidas, por ejemplo, la terminación del llamado ciclo virtuoso de la globalización, pero no existe consenso acerca de cómo operar en el mundo. Recordemos que nuestra región es una de las geografías que más ha sufrido las consecuencias de COVID y de la guerra de Ucrania. Dos textos reflejan esta situación: la CEPAL acaba de referirse a los riesgos de una nueva "década perdida" y tres latinoamericanos -R. Lagos; H. Aguilar Camín y J. Castañeda- acaban de escribir un libro cuyo título lo dice todo: "La nueva soledad de América Latina". Tal vez un camino consista en regresar a las dinámicas subregionales, y en nuestro caso eso supone volver a pensar cómo alcanzar una "intimidad estratégica" con el Brasil.

(*) Carlos Pérez Llana se graduó como abogado y se doctoró en Ciencia Política y Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional de Rosario. Elaboró su tesis en el Instituto de Altos Estudios para América Latina. París III. Desarrolló una extensa carrera académica en las universidades Torcuato Di Tella, Siglo 21, San Andrés, U. del Salvador, UCA, Belgrano, Escuela de Defensa Nacional y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación.

 

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