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“Subimos sin saber que encontraríamos a los niños del Llullaillaco”

Constanza Ceruti, antropóloga y arqueóloga de alta montaña.
Domingo, 17 de diciembre de 2017 00:00

En marzo se cumplirán 19 años desde el día en que una expedición que codirigía Constanza Ceruti descubrió a los niños del Llullaillaco en la cumbre de un volcán, a 6.700 metros sobre el nivel del mar. 
La noticia sobre el hallazgo de los tres cuerpos, considerados los mejor conservados del planeta, hizo conocido su nombre como el de la única mujer especializada en arqueología de alta montaña a nivel mundial.
En diálogo con El Tribuno, Constanza Ceruti hizo un balance sobre el hallazgo que realizó junto con el antropólogo de Estados Unidos Johan Reinhard y el impacto que tuvo a nivel histórico y social.
“Hay que recordar que cuando nosotros subimos al volcán Lllullaillaco, no sabíamos que nos íbamos a encontrar con los niños y que la idea original era estudiar el sitio más alto del mundo”, afirmó. 
Con respecto a la posición de comunidades originarias que plantearon que los niños tendrían que haber permanecido en la montaña, respondió que bajarlos era la mejor forma de preservarlos en el contexto actual, marcado por el cambio climático y actividades como el turismo o la minería. 
Sobre el ritual durante el cual se había dejado a los niños en la cima donde los encontraron, pidió “no juzgar” desde la perspectiva actual eventos que ocurrieron hace 500 años pero tampoco ignorar en el análisis histórico la realidad de los sacrificios humanos. 
En una conferencia que se realizó en la Fundación Salta el 23 de noviembre, Constanza Ceruti habló de su trayectoria y de las más de 100 cumbres que alcanzó en diferentes países en el marco de sus estudios.
La especialista nació en 1973 en Buenos Aires, donde hizo la Licenciatura en Antropología con orientación en Arqueología. En octubre de 2001 se doctoró con honores en la Universidad Nacional de Cuyo y se convirtió en la primera arqueóloga especializada en alta montaña. 
Actualmente es directora (ad-honorem) del Instituto de Investigaciones de Alta Montaña de la Universidad Católica de Salta y docente de esa casa de estudios, donde funciona la cátedra “Constanza Ceruti. Montañas Sagradas” y se dicta la Maestría en Valoración del Patrimonio Natural y Cultural.

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En marzo se cumplirán 19 años desde el día en que una expedición que codirigía Constanza Ceruti descubrió a los niños del Llullaillaco en la cumbre de un volcán, a 6.700 metros sobre el nivel del mar. 
La noticia sobre el hallazgo de los tres cuerpos, considerados los mejor conservados del planeta, hizo conocido su nombre como el de la única mujer especializada en arqueología de alta montaña a nivel mundial.
En diálogo con El Tribuno, Constanza Ceruti hizo un balance sobre el hallazgo que realizó junto con el antropólogo de Estados Unidos Johan Reinhard y el impacto que tuvo a nivel histórico y social.
“Hay que recordar que cuando nosotros subimos al volcán Lllullaillaco, no sabíamos que nos íbamos a encontrar con los niños y que la idea original era estudiar el sitio más alto del mundo”, afirmó. 
Con respecto a la posición de comunidades originarias que plantearon que los niños tendrían que haber permanecido en la montaña, respondió que bajarlos era la mejor forma de preservarlos en el contexto actual, marcado por el cambio climático y actividades como el turismo o la minería. 
Sobre el ritual durante el cual se había dejado a los niños en la cima donde los encontraron, pidió “no juzgar” desde la perspectiva actual eventos que ocurrieron hace 500 años pero tampoco ignorar en el análisis histórico la realidad de los sacrificios humanos. 
En una conferencia que se realizó en la Fundación Salta el 23 de noviembre, Constanza Ceruti habló de su trayectoria y de las más de 100 cumbres que alcanzó en diferentes países en el marco de sus estudios.
La especialista nació en 1973 en Buenos Aires, donde hizo la Licenciatura en Antropología con orientación en Arqueología. En octubre de 2001 se doctoró con honores en la Universidad Nacional de Cuyo y se convirtió en la primera arqueóloga especializada en alta montaña. 
Actualmente es directora (ad-honorem) del Instituto de Investigaciones de Alta Montaña de la Universidad Católica de Salta y docente de esa casa de estudios, donde funciona la cátedra “Constanza Ceruti. Montañas Sagradas” y se dicta la Maestría en Valoración del Patrimonio Natural y Cultural.

¿Cómo cree que surge la relación del hombre con las montañas?

Casi todas las sociedades han encontrado que la montaña despierta la espiritualidad de las personas. La montaña percibida como algo sagrado es universal prácticamente. La respuesta que estas sociedades dan a la experiencia de la montaña sagrada es diversa, y esto tiene que ver con cuestiones culturales. 
Ahí entra la labor del antropólogo, para tratar de entender por qué los incas son los primeros grandes escaladores de alturas en la historia de la humanidad o por qué en los Himalayas no se escala a la cumbre sino que la sacralidad de las montañas se reconoce en un peregrinaje alrededor de la base, por ejemplo. 

Han pasado casi dos décadas desde el hallazgo de los niños del Llullaillaco. ¿Qué balance hace de todo lo que vino después?

Creo que es importante para nosotros, que estamos en Salta, tener claro que los niños del Llullaillaco son las momias mejor conservadas que se conocen en todo el mundo y que resultan de un auténtico descubrimiento del que fuimos protagonistas el doctor Johan Reinhard y quien les habla. Hay que recordar que es parte de esta disciplina, que es la arqueología de alta montaña, algo que nos enorgullece y que tiene su cuna en el norte argentino.
Hubo toda una tarea previa de exploración arqueológica que llevó varios años, con más de 100 ascensos por arriba de los 5.000 metros, en muchos casos, a montañas que no habían sido visitadas por arqueólogos.
Todo esto tenía el fin de que la Dirección de Patrimonio Cultural de cada provincia de nuestro país, el Conicet y las universidades conocieran este patrimonio y lo pudieran cuidar para las generaciones futuras. La tarea del arqueólogo tiene ese objetivo. Hay que recordar también el importante rol de la Universidad Católica de Salta en la primera etapa de estudio y conservación de los niños, que estuvieron los primeros cinco o seis años en la sede de Castañares. 
Además, se deben destacar todos esos estudios que tuve la oportunidad de coordinar con investigadores locales como la doctora Josefina González Diez, Facundo Arias Aráoz y Carlos Previgliano en su momento, e investigadores internacionales, como el doctor Andrew Wilson de la Universidad Bradford, entre tantos otros que nos acompañaron. 
Toda esa tarea reveló lo que fueron aspectos de la vida y la muerte de los niños del Llullaillaco. Hubo estudios radiológicos, tomografías computadas, análisis de cabello y ADN para empezar a entender la maravilla que son. Todo surge, tanto de nuestro trabajo de campo en la cima del volcán, como después, en cinco años en la Universidad Católica de Salta. Es importante recordarlo para la historia de Salta.

Cuando se analiza desde el presente por qué estaban los niños en esa montaña, surgen algunos cuestionamientos. Incluso hubo documentales en los que se presenta el hecho casi como un caso de maltrato infantil. 

Creo que es importante la perspectiva antropológica de no juzgar eventos que sucedieron hace 500 años con los estándares que nosotros tenemos en el siglo XXI. No podemos utilizar categorías actuales para algo que sucedió hace cinco siglos. Tampoco hay que idealizar o tener perspectivas tan románticas sobre civilizaciones que nos precedieron en las que la realidad de los sacrificios humanos queda totalmente ignorada. Esto no solo se da en los Andes sino en otras partes del mundo
Las civilizaciones que tuvieron prácticas como el sacrificio humano hoy en día, por cuestiones que podríamos llamar de “corrección política”, no son estudiadas y estos aspectos son ignorados o distorsionados. Así que hay que tratar de hacer una aproximación a la verdad lo más cercana posible. De eso se trata la tarea del científico.
En el caso de los niños del Llullaillaco, hay que rescatar que ellos tenían una suerte de dignidad de embajadores que eran enviados al más allá. Es una creencia compartida por el inca y los pueblos locales. A esa idea de embajadores la rescatamos también en la idea de las momias como un embajador de una civilización que nos precedió.

Tras el descubrimiento de los niños del Llullaillaco, incluso en un momento se dudó sobre si íbamos a tener la capacidad de preservarlos como estaban en la montaña. ¿Qué puede decir?

Puedo hablar de lo que fueron los primeros años, en la etapa de la Universidad Católica de Salta, y del esfuerzo enorme que pusimos en el trabajo de campo, a 6.700 metros, en la cumbre del volcán, para protegerlos todo lo que pudimos en cuanto a que no les incidiera el impacto del sol y mantenerlos congelados. Son las únicas momias que se mantuvieron congeladas todo el tiempo. Eso también tiene que ver con la excelente preservación que tienen. Hubo una cantidad de esfuerzos que convergieron en el éxito de mantener a los niños congelados. Fue importante la puesta a resguardo, el contar con hielo seco que trajo la gente de Patrimonio Cultural a la base de la montaña y otras medidas que fuimos tomando. Todo está publicado en trabajos científicos que cuentan en detalle lo que se hizo. En el gabinete, en el campus de la universidad, teníamos en cuenta que los niños no podían estar afuera del freezer más de diez minutos. Entonces coordinábamos toda la tarea para no generarles ningún tipo de impacto. Toda la investigación fue lo menos invasiva posible en lo que estuvo en nuestras manos, en el momento inicial.
Ahora, después, pasados muchos años, los niños están en el Museo de Alta Montaña y es otra etapa en la que corresponde hablar con las autoridades del museo y preguntarles a ellos.

Desde algunas comunidades originarias se cuestionó el hecho de que hubieran bajado a los niños de la montaña.

Siempre en estas instancias puede haber opiniones diversas y todas merecen ser respetadas. En este caso, está claro que nuestra visión es lo más respetuosa posible de las montañas sagradas de todos los lugares del mundo. Lo que sucede es que estamos frente a una situación que no es la de hace 500 años, cuando estaba la posibilidad de considerar que los niños queden en la montaña y se garantice su preservación. 
Eso ya no es posible en el siglo en el que estamos. La forma más respetuosa posible de que los niños y las momias se conserven para las generaciones futuras es una intervención como la que nosotros hicimos, en el marco de un descubrimiento. 
Hay que recordar que cuando nosotros subimos al volcán Lllullaillaco, no sabíamos que nos íbamos a encontrar con los niños y que la idea original era estudiar el sitio más alto del mundo, que es la cumbre del volcán Llullaillaco. 
Allí descubrimos, porque la montaña quizás así lo quiso, a los niños del Llullaillaco e hicimos todo nuestro esfuerzo para tratar de ponerlos a resguardo, que es la forma -creo- más justa de describir lo que nosotros hicimos. Si quedaban en la montaña, con el cambio climático y el impacto de las actividades como el turismo y la minería, que son características de este siglo, es casi imposible la preservación. 
Hay que tener en cuenta que la presencia de los niños en Salta permite que se ponga en valor el patrimonio de los pueblos andinos. En la historia de Salta había un fuerte anclaje en la cultura gauchesca pero no tanto en la andina. Hoy la presencia de los niños nos invita a tenerlo en cuenta y también es una oportunidad para las comunidades originarias para ser oídas por las autoridades.

¿Por qué son pocas todavía las mujeres en la ciencia y en las montañas?

Falta mucho por hacer por el tema de la valoración de la mujer en Salta.

 

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