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?La cercanía te hace dar cuenta de cuánto la gente necesita reirse?

Domingo, 22 de julio de 2012 02:13

Es Cristina “La Negra” Idiarte, quien además lleva consigo un poquito de cada uno de los personajes con los que ha subido a las tablas cientos de veces, en estos ya 25 años de carrera como actriz y ahora también dramaturga del teatro salteño.

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Es Cristina “La Negra” Idiarte, quien además lleva consigo un poquito de cada uno de los personajes con los que ha subido a las tablas cientos de veces, en estos ya 25 años de carrera como actriz y ahora también dramaturga del teatro salteño.

Por estos días, “Momo, libera tus sueños” ocupa todas sus tardes. Es que es su propuesta teatral para los chicos en estas vacaciones de invierno. En esa obra dirige a la pequeña Zoe, su hija, protagonista de esta historia que, con el estilo particular del elenco La Morisqueta, rompe con el estereotipo del teatro para niños e invita a las familias a liberar sus sueños todos los días hasta el 28 de julio, a las 17.30, en la Casa de la Cultura (Caseros 460).

La Negra, quien además es la delegada salteña del Instituto Nacional del Teatro, nos abrió las puertas de su casa y, entre los mates de desayuno de una mañana invernal, nos habló de su trabajo, ese que la apasiona tanto. Ahora sí, prendan las luces y que se abra el telón porque ella Dice lo Suyo.

¿Cómo empieza tu vocación teatral? ¿A qué edad?

Iba a un colegio de monjas y me acuerdo de que nos daban talleres. Había de artes plásticas, bordado, cocina, ese tipo de cosas, y teatro. Obviamente no me veía en ninguna de las opciones anteriores, entonces, con tal de zafar de la hora dije “­me anoto en teatro!” (se ríe). Siempre cuento que una vez alguien por equivocación llevó al colegio al Teatro Negro de Salta, del Coco Barraza y su mujer, quienes en esa época hacían ese tipo de obras. Para mi fue fascinante. Nunca me voy a olvidar de la obra que mostraron, te la podría contar con detalles... La miraba y decía: “Yo quiero hacer eso”. Ese fue el momento exacto en el que sentí que me interesaba tanto el teatro. Después, desde el taller, empezamos a armar cosas, pero como era un colegio religioso eran obras muy clásicas, así que empecé a hacer cosas afuera también. Tenía 12 años.

¿Cómo fue tu formación a partir de ahí?

En esa época, en Salta, nadie pensaba en estudiar teatro ni existía ningún profesorado, ni nada que se asemeje. Entonces lo que hice fue irme a estudiar otra carrera, Antropología, y después Educación Física y millones de cosas que nada que ver. Iba boyando para ver cómo hacía, pero sin dejar el teatro como opción.

¿Era mucho más difícil pensar en vivir del teatro?

No sé si lo pensaba mucho a eso. Cuando sos adolescente no te importa mucho si podés vivir o no de lo que te gusta. Después te preguntás por qué elegiste tal cosa (risas). Mi vieja siempre me decía “­Ay no, pero de eso no se vive!”. Después me pasó una cosa re loca: en el último año de la universidad me convocaron para hacer una obra que se llamaba “Taxi compartido”, era una puesta comercial. Los que íbamos a trabajar en la obra éramos un grupo de actores del palo independiente que la veníamos remando desde hacía un montón y que teníamos ese preconcepto de que el teatro independiente era pobre. Esto fue en los '80. Me acuerdo de que la primera noche gané lo mismo que ganaba dando clases de educación física durante un mes. Ahí me di cuenta de que sí podía vivir de esto.

¿Te acordás cuál fue la primera obra en la que sentiste que realmente estabas donde querías estar?

En todas, desde la primera que hice. La primera obra en la que actué se llamaba “Salta a la vista”, con el Gordo (Rafael) Monti. Me acuerdo de que salía cinco minutos y en bolas (risas). Mi papel era “primer salteña”. Era un delirio esa obra. Creo que para los actores todas las obras son importantes, sobre todo si uno es actor de teatro independiente porque la idea es que en el teatro independiente uno pone mucho de lo que piensa y más si la escribe. Después queda el trabajo del público, de decodificar lo que uno dice.

¿Qué significó El Teatrico Suburbano para vos?

El Teatrico fue como una puerta enorme a hacer un montón de cosas que quería hacer. Vengo de una generación de teatro en la que no había mucha gente joven y esa movida fue como un punto fundamental para empezar a hacer cosas nuevas y a hacer más de lo que yo quería, y no sólo lo que quería determinado director, porque trabajé con todos. Tenía ganas de hacer algo más experimental.

Me acuerdo de que cuando existía el Centro Cultural Cafrune, en la Balcarce; empecé a dar clases de teatro para mucha gente. Para mí fue genial. Empezamos a hacer teatro en la calle, porque no entrábamos y también se daban talleres de circo. El Teatrico fue un grupo de experimentación en teatro de calle. Era una forma de rebeldía.

¿En ese momento sentías que estabas haciendo pedagogía o trabajando para que el espectador mire otras cosas?

A mí siempre me interesó el público. Siempre me intrigaba saber qué es lo que la gente busca cuando va a ver una obra de teatro. Y me sigue intrigando porque todavía no me pude responder esa pregunta. Me parece que es algo fundamental. ¿Cómo alguien elige ver una obra?

En ese momento, extrañamente, el público respondió muy bien. Me parece que tuvo que ver con que era una época en la que se estaban buscando cosas nuevas y nosotros justo aparecimos con los zancos, haciendo malabares, tomando espacios. A veces hacíamos improvisaciones en la calle, en los colectivos. La gente se sorprendía y le gustaba. El Teatrico era eso: una ruptura con lo que se venía haciendo en teatro hasta el momento.

¿Crees que esta fase experimental es necesaria en la carrera de un artista para crecer?

Sí, totalmente. Creo que uno experimenta cuando tiene la necesidad imperiosa de hacer, de mostrar o de decir algo. Es una necesidad fuerte de expresión. Unicamente se puede experimentar cuando uno cree en lo que hace.

Ahora también sos dramaturga. ¿Cómo fue ese salto de actuar a dirigir y escribir tus propias obras?

­Terrible! ­Yo en realidad no disfruto nada de esto! (se ríe). En realidad me gusta mucho escribir y me gusta mucho actuar. Soy una actriz que devino en directora por necesidad, pero fundamentalmente soy actriz. La dirección me gusta en el sentido de que puedo armar universos distintos y contar mis historias poniéndolas en escena yo misma. La cuestión fotográfica y artística me gusta mucho. La puesta tiene mucho de eso y trato de que en mis obras se vea esa construcción de la imagen. Me parece que ese también es un trabajo del director: organizar la puesta no sólo en función del actor, sino también en función de un trabajo plástico.

 ¿Cómo es el ambiente actoral en Salta? ¿Notás rivalidades como los que se dan en ámbitos más masivos como el teatro porteño o la tele?

El ambiente teatral, como todos los ambientes artísticos, es bastante enredado y conflictivo porque no es fácil ponerse al frente de un laburo. Uno en el teatro independiente no tiene los problemas de la vedette que se enoja porque no le dieron sus cinco minutos de fama. Acá uno se pelea por otras cosas, más jodidas, por cuestiones políticas teatrales que trascienden el trabajo artístico. Creo, igual, que es un ambiente en crecimiento y en completo movimiento.

Desde hace algunos años hay una movida cultural interesante.

Sí, muy interesante. En lo que tiene que ver con el teatro han surgido cosas muy importantes. Los festivales y encuentros generan un gran movimiento. No hay que olvidarse de que el teatro es algo que no tiene demanda. A la demanda la tenemos que generar nosotros, los propios actores. Nuestro trabajo no termina con actuar y armar la puesta.

¿Crees que en Salta hay espacios suficientes para los teatreros?

No. Faltan muchísimos espacios y no sólo para los elencos independientes. No hay una movida de espacios, de salas, para todo lo que se hace.

¿Pensás que hay alguna forma de definir al público salteño?

Me pasa algo rarísimo. Antes quiero decir que no me puedo quejar del público porque siempre va muchísima gente a ver mis obras, pero veo que en el teatro cuesta mucho hacer reír. El público salteño es modoso y no se ríe a la primera de cambio. Está esperando a que el de al lado se ría y recién ahí se ríe también. Creo que pensar en el público es un acto de responsabilidad por parte del artista y que uno no puede estar sujeto a sus caprichos personales. Para eso ya hubo una etapa.

Por otra parte, cuando hacemos los café concert pasan todo lo contrario. ­La gente se muere por participar! Y me tengo que poner a sentar viejas que se paran y dicen “­Yo, yo!”. Debe ser la cercanía que se da con el artista, porque andamos ahí, entre las mesas de un bar. Ahí te das cuenta cómo la gente necesita reírse.

Escribís principalmente para el público infantil. ¿Por qué?

Me gusta mucho escribir para niños porque creo que hay un vacío importante de cosas inteligentes para chicos. No porque yo escriba en forma inteligente (se ríe), sino porque trato de generar otras cosas. Me pasa ahora que soy madre, me doy cuenta de que siempre son las mismas historias. Me parece que las historias de princesas forman parte de un lugar común que ya lo vivió mi mamá, yo y todo el mundo. Me parece que también está bueno empezar a descontracturar esos lugares comunes para chicos. Del teatro comercial para niños no me gusta eso de que la princesa es princesa, el príncipe es relindo, la madrastra es una bruja mala y el gordo es el feo y el malo. No me gusta el escrache.

Veo que los chicos están tan llenos de información de mala calidad que, a mí como mamá y actriz, me pasa de querer que en el teatro haya otras cosas para ellos.

¿Y cómo se fue involucrando tu hija Zoe en el teatro?

Creo que no le quedaba otra, ­pobre! Yo actué con ella en la panza así que desde muy chiquitita empezó a mamar las giras, los estrenos. Hasta hizo el papel de la Bella Durmiente cuando era bebé. Con Fernando, su papá, que es músico, habíamos quedado de acuerdo en no tratar de incidir en ella, de no forzarla a que haga música, ni teatro. Al principio empezó a volcarse por la música y a tocar el violín, pero después dejó y empezó guitarra, con eso sigue porque le gusta mucho cantar también. Lo de la actuación empezó casi jugando. El año pasado cuando se acercaba el invierno me preguntó qué íbamos a hacer en las vacaciones, si íbamos a viajar. Yo le dije que no y ella me dijo que teníamos que hacer algo divertido. Entonces se me ocurrió preguntarle si quería que le escribiera una obra de teatro para que ella la actuara. Le encantó la idea y empezamos a armar la obra “Alicia en el país de las zapatillas” entre las dos. Este año me volvió a decir lo mismo y así salió “Momo”. Me parece que para ella es divertido el mundo del teatro, Juega y eso es lo que más me gusta. Creo que si hace 25 años que hago esto es porque me encanta jugar a que soy otra y porque no he abandonado esa cosa de niño que uno tiene.

Contame sobre “Momo, libera tus sueños”, tu propuesta para los chicos en estas vacaciones.

“Momo” es de alguna manera una crítica a los medios, principalmente a la tele que, en la obra, es la villana. Es la historia de una niña que devuelve el tiempo de diversión a los hombres, porque unos ladrones del tiempo se lo han llevado. El tiempo de contar cuentos, de la plaza, de tomar un helado, ese tiempo que cada vez se va perdiendo más. “Momo” rescata eso y los derechos del niño. Tiene que ver con una postura. Yo creo que como artista de teatro uno tiene que ser consciente del tiempo en el que vive y debe denunciarlo. Así lo hicieron Mozart, Shakespeare y un montón de artistas. Un viejo profe decía que si uno va al teatro y sale igual, no sirvió para nada lo que hiciste. A mí me pasa eso: quiero que la gente que va a ver mis obras salga transformada en algo.
 

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