Allá por los 90, él se arrimaba a la orilla del río Paraná, en Rosario (Argentina), con una niña de seis años que se llamaba Antonella y con la que jugaba a que eran novios mientras miraban los barcos que llegaban al puerto. Medio en broma y medio en serio, eran inseparables y por el barrio les llamaban novios.
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Allá por los 90, él se arrimaba a la orilla del río Paraná, en Rosario (Argentina), con una niña de seis años que se llamaba Antonella y con la que jugaba a que eran novios mientras miraban los barcos que llegaban al puerto. Medio en broma y medio en serio, eran inseparables y por el barrio les llamaban novios.
Pero en 1997, un ojeador del F.C. Barcelona señaló a Messi con el dedo y él y toda su familia se trasladaron a Europa. Antonella quedó en Rosario y siguió sus estudios sin la presencia de su inseparable amigo, novio o lo que fuera aquella relación que duraba desde la infancia.
Cuatro años después, cuando Messi tenía 17, volvió a Rosario de vacaciones. Antonella aquel día no había ido al colegio y la casualidad hizo que se reencontraran en la calle. Ahí comenzó esta verdadera historia de amor que ni las distancias ni el éxito han perturbado hasta ahora.
La discreción fue absoluta sobre su situación sentimental. Tuvieron que pasar seis años más para que, en plenos carnavales de Sitges, un fotógrafo captase la imagen imposible hasta entonces. Y así se hizo público el romance entre ’la pulga’, que es como toda Argentina llama al jugador, y ’la negra’, que es el sobrenombre con el que se conoce a Antonella.
Tímida como Leo, es la segunda de tres hermanas y su familia vive del supermercado propiedad de su padre. Sin duda, rompe el mito de la clásica modelo pareja de futbolista. Aunque siempre fue muy llamativa.