El Papa Francisco emitió ayer, en su tradicional mensaje navideño, una fuerte crítica a la burocracia del Vaticano, afirmando que algunos funcionarios tienen excesiva sed de poder, conducen estilos de vida falsos y sufren de "un mal de Alzheimer espiritual" porque se olvidan de que su deber es servir a Dios.
Su saludo navideño a cardenales, obispos y curas a cargo de la Santa Sede no fue una expresión de buenos deseos festivos sino un áspero catálogo de lo que el Papa llamó "los males de la Curia" que según dijo, deben provocar la reflexión y el arrepentimiento.
Francisco denunció el "terrorismo de los chismes" y cómo puede "asesinar a sangre fría la reputación de colegas y hermanos", cómo la formación de élites puede "esclavizar a sus miembros y convertirse en un cáncer que amenaza la armonía del organismo" y matarlo. Habló de cómo quienes mienten sobre sus vidas son hipócritas, "algo típico de un vacío espiritual mediocre, que no se puede compensar por título académico alguno".
El discurso no fue bien recibido por los cardenales.
Pocos aplaudieron y no hubo sonrisas mientras Francisco enumeraba uno por uno "los males de la Curia", los que mencionó incluso con explicaciones a pie de página y citas.
Francisco y sus nueve asesores principales están elaborando planes de reestructurar la Santa Sede, fusionando departamentos a fin de hacerlos más eficientes.
El asesor a cargo de temas financieros, el cardenal George Pell, impuso nuevos estándares de supervisión para congregaciones acostumbradas a ser independientes y a no tener que mostrar sus registros.
Sin embargo, fue quizás el mismo Pell al que Francisco se refería cuando se quejó de quienes ansían el poder aun cuando ello implique difamar o desacreditar a otros "incluso en periódicos o revistas, a fin de presentarse como más capaces en nombre de la justicia y la transparencia".
Francisco enumeró como el mal principal "el sentirse inmortal, inmune o indispensable". Y siguió, la vanidad, ansiar bienes materiales, tener un "corazón duro", alabar a los jefes para cobrar ventaja personal, mostrar "un rostro fúnebre", y ser "demasiado rígido, duro, arrogante" especialmente hacia los subalternos.
El Papa Francisco emitió ayer, en su tradicional mensaje navideño, una fuerte crítica a la burocracia del Vaticano, afirmando que algunos funcionarios tienen excesiva sed de poder, conducen estilos de vida falsos y sufren de "un mal de Alzheimer espiritual" porque se olvidan de que su deber es servir a Dios.
Su saludo navideño a cardenales, obispos y curas a cargo de la Santa Sede no fue una expresión de buenos deseos festivos sino un áspero catálogo de lo que el Papa llamó "los males de la Curia" que según dijo, deben provocar la reflexión y el arrepentimiento.
Francisco denunció el "terrorismo de los chismes" y cómo puede "asesinar a sangre fría la reputación de colegas y hermanos", cómo la formación de élites puede "esclavizar a sus miembros y convertirse en un cáncer que amenaza la armonía del organismo" y matarlo. Habló de cómo quienes mienten sobre sus vidas son hipócritas, "algo típico de un vacío espiritual mediocre, que no se puede compensar por título académico alguno".
El discurso no fue bien recibido por los cardenales.
Pocos aplaudieron y no hubo sonrisas mientras Francisco enumeraba uno por uno "los males de la Curia", los que mencionó incluso con explicaciones a pie de página y citas.
Francisco y sus nueve asesores principales están elaborando planes de reestructurar la Santa Sede, fusionando departamentos a fin de hacerlos más eficientes.
El asesor a cargo de temas financieros, el cardenal George Pell, impuso nuevos estándares de supervisión para congregaciones acostumbradas a ser independientes y a no tener que mostrar sus registros.
Sin embargo, fue quizás el mismo Pell al que Francisco se refería cuando se quejó de quienes ansían el poder aun cuando ello implique difamar o desacreditar a otros "incluso en periódicos o revistas, a fin de presentarse como más capaces en nombre de la justicia y la transparencia".
Francisco enumeró como el mal principal "el sentirse inmortal, inmune o indispensable". Y siguió, la vanidad, ansiar bienes materiales, tener un "corazón duro", alabar a los jefes para cobrar ventaja personal, mostrar "un rostro fúnebre", y ser "demasiado rígido, duro, arrogante" especialmente hacia los subalternos.