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Las marchas desde Cuzco descriptas por cronistas

Testimonios sobre el ritual de un clérigo, un conquistador y una princesa inca  
Sabado, 23 de marzo de 2024 18:18

Los niños y niñas elegidos, según describió el cronista español Cristóbal de Molina en 1575, transitaban por los sólidos caminos que enlazaban al vasto imperio, acompañados de las huacas (ídolos o dioses adorados) más importantes de su tierra natal. Integraban además la cohorte los curacas y representantes más notables (políticos y religiosos) de las provincias conquistadas. "... llevaban por delante en hombros los sacrificios y los bultos de oro y plata y carneros y otras cosas que se habían de sacrificar; las criaturas que podían ir a pie, por su pie, y las que no las llevaban las madres…", dejó escrito el clérigo español.

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Los niños y niñas elegidos, según describió el cronista español Cristóbal de Molina en 1575, transitaban por los sólidos caminos que enlazaban al vasto imperio, acompañados de las huacas (ídolos o dioses adorados) más importantes de su tierra natal. Integraban además la cohorte los curacas y representantes más notables (políticos y religiosos) de las provincias conquistadas. "... llevaban por delante en hombros los sacrificios y los bultos de oro y plata y carneros y otras cosas que se habían de sacrificar; las criaturas que podían ir a pie, por su pie, y las que no las llevaban las madres…", dejó escrito el clérigo español.

Algunas fuentes históricas indican que habría sido Pachacútec o Pachacuti (1418-1472), el primer emperador inca en ordenar los sacrificios de Capacocha, pero esa afirmación, como mucho otros aspectos relacionados con el ritual, siguen en discusión. Hay trabajos que señalan que la mayoría de las familias que entregaban hijos e hijas para ser ofrendados consideraban esos actos "un gran honor", pero otros autores sostienen que "no tenían permitido mostrar el más mínimo gesto de pesar".

La voz de una princesa

Juan de Betanzos, uno de los pocos exploradores españoles que logró aprender el quechua general, lengua oficial del imperio inca, también describió a mediados del siglo XVI sacrificios generalizados de niños, en base a testimonios de su mujer, Cuxirimay Ocllo, una princesa inca que antes había estado casada nada menos que con el emperador Atahualpa. Este es considerado el último soberano independiente de los incas, aunque nunca llegó a coronarse como tal, porque apenas después de vencer en una guerra civil por el trono a su medio hermano, Huáscar, fue capturado en noviembre de 1532 por las tropas del conquistador Francisco Pizarro y ejecutado, ocho meses después, en la plaza de armas de Cajamarca.

El ritual de la capacocha, junto al sacrificio de niños y niñas, incluía ofrendas de bienes prestigiosos como cerámica, metales preciosos, textiles y valvas de Spondylus, un molusco propio de las aguas cálidas del Pacifico que bañan las costas de Ecuador. Su concha, con vistosos rayos que resaltan en tonos de amarillo, naranja, rojo y morado, era símbolo de fertilidad y considerada un "alimento predilecto de los dioses". Por sus connotaciones sagradas, el Mullu, como lo llamaban los incas, era tanto o más preciado que el oro.

Adormecidos con chicha 

Estudios que permitió desarrollar el hallazgo de los Niños del LLullaillaco indican que, en su caso, habrían sido adormecidos con chicha (alcohol de maíz fermentado) y murieron por congelamiento. En 2004 la antropóloga forence Angelique Corthals encontró una mezcla de sangre y saliva en un paño que se encuentra en el cuello de "El Niño". En un primer momento, la investigadora británica asoció esa evidencia a una hemorragia pulmonar que pudo ser causada por un fuerte golpe, lo que sugirió una posible muerte violenta del pequeño, como se determinó en otros hallazgos relacionados con las capacochas. Investigadores locales, con mayor conocimiento de las altas cumbres, relacionaron esa mancha de sangre con un edema pulmonar que habría sufrido el niño por el ascenso a más de 6.700 metros de altura, teoría que fue respaldada por exámenes tomográficos posteriores. Para los incas, los niños ofrendados no morían, sino que iban a encontrarse con los ancestros y convertirse en dioses protectores de las comunidades asociadas a esas montañas sagradas.

 

 

 

 

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