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Federalismo de concertación, el camino en este cambio de época

Miércoles, 20 de marzo de 2024 01:43

Ni el entusiasmo alegre, ni el rechazo ideológico, ni la indignación moral sirven para interpretar la Argentina de hoy; muchos menos, para predecir su posible evolución. Hace falta un desprejuiciado realismo para analizar el fenómeno encarnado por Javier Milei, cuya capacidad de iniciativa le permite monopolizar la agenda pública. Guste o no, estamos en presencia de un nuevo liderazgo, cuyo surgimiento coincide con el agotamiento definitivo del liderazgo de Cristina Kirchner, quien también - guste o no - controló durante años políticamente al peronismo y centralizó la agenda pública.

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Ni el entusiasmo alegre, ni el rechazo ideológico, ni la indignación moral sirven para interpretar la Argentina de hoy; muchos menos, para predecir su posible evolución. Hace falta un desprejuiciado realismo para analizar el fenómeno encarnado por Javier Milei, cuya capacidad de iniciativa le permite monopolizar la agenda pública. Guste o no, estamos en presencia de un nuevo liderazgo, cuyo surgimiento coincide con el agotamiento definitivo del liderazgo de Cristina Kirchner, quien también - guste o no - controló durante años políticamente al peronismo y centralizó la agenda pública.

Pero el eclipse de Cristina Kirchner significa el fin del ciclo histórico del "kirchnerismo" iniciado hace veinte años cuando en mayo de 2003 Carlos Menem, quien le había ganado a Néstor Kirchner en la primera vuelta de la elección presidencial del 27 de abril, resolvió no presentarse al balotaje y abrió camino al entonces gobernador de Santa Cruz, que llegó a la Casa de Gobierno con sólo el 22% de los votos.

Las raíces del presente

El ascenso de Milei resulta inexplicable sin la previa comprensión de que la Argentina vive, más que un cambio de gobierno, un cambio de época. Montado sobre la crisis de gobernabilidad y el colapso del 2001, el proyecto y el relato del "kirchnerismo" fueron "estado-céntricos". Durante dos décadas se avanzó en el desmantelamiento de las reformas estructurales impulsadas en la década del 90. Esa política estatista estuvo complementada por un modelo asistencialista que convirtió a los programas sociales en una estrategia que degradó las condiciones de vida de los sectores a quienes decía beneficiar.

El viento de cola que favoreció a la economía argentina a raíz del alza del precio internacional de las materias primas agropecuarias, abrió un espacio propicio para la financiación de una política que aislaba a la Argentina de las grandes corrientes de la economía mundial. Pero ese espacio de maniobra se agotó luego de la crisis financiera internacional de septiembre de 2009. Tanto fue así que en noviembre de 2011, apenas muy pocos días después de haber sido reelecta en la presidencia con el 54% de los votos, Cristina Kirchner se vio obligada a establecer el cepo cambiario para enfrentar el estallido de una crisis en la balanza de pagos.

Desde entonces la Argentina atravesó una etapa de doce años consecutivos de estancamiento económico, con sus consecuencias en el descenso del ingreso por habitante de la población y el incremento de los índices de pobreza y marginalidad social. Este periodo abarca los tres últimos períodos presidenciales, incluido el gobierno de Mauricio Macri, y culminó bajo el mandato de Alberto Fernández.

Esa escalera descendente hizo que la situación de la Argentina en diciembre de 2023 fuera sustancialmente peor que la de 2011. Esa frustración colectiva, que arrastró tanto al oficialismo como a la principal coalición opositora, con la que llegó a alternarse en el gobierno, o sea a la totalidad del sistema político, resulta fundamental para comprender el fenómeno Milei, que exhibe el tránsito entre una concepción ideológica fundada en el predominio del Estado y otra diametralmente opuesta, patentizada en el ascenso de un presidente que caracteriza al Estado como "una organización criminal", autodefinido ideológicamente "anarco-capitalista" y autoproclamado "el primer presidente libertario de la historia mundial".

El hartazgo y su fruto

Sólo a partir de la comprensión de este fenómeno de hartazgo colectivo acumulado durante años cabe interpretar lo que podría denominarse un "giro a la derecha" en la opinión pública, cuya agenda de preocupaciones quedó monopolizada por los efectos de la inflación, el aumento de la inseguridad, que incluye desde la delincuencia común hasta el cansancio por los cortes de calles y rutas, y las denuncias sobre corrupción.

Este viraje en la opinión pública culminó en 2023 con tres hechos sucesivos que mostraron hasta qué punto el deslizamiento abarcaba a la totalidad del espectro político. El primero fue el encumbramiento de Sergio Massa en la coalición gubernamental, aceptado a disgusto por un "kirchnerismo" carente de alternativa. El segundo fue la victoria de los "halcones" liderados por Patricia Bullrich sobre las "palomas" de Horacio Rodríguez Larreta en las elecciones de Juntos por el Cambio. El tercero, en línea con los dos anteriores, fue el ascenso de Milei.

Sería equivocado endosar la interpretación de que la estrategia de Milei se asemeja a un automóvil sin frenos. Conviene prestar atención, por ejemplo, a su relación con el Papa Francisco, a quien había calificado como" representante del maligno en la Tierra" para después invitarlo con una conceptuosa carta para visitar la Argentina y viajar a Roma para estrecharlo en un abrazo en la basílica de San Pedro.

Pero ya en la fase del armado de su fuerza electoral y de sus listas de candidatos Milei no tuvo reparos en incorporar a un variopinto espectro de figuras políticas locales de las más disímiles procedencias partidarias, particularmente de origen peronista, y no desdeñó el apoyo subterráneo del oficialismo de entonces, que alentaba el crecimiento de la Libertad Avanza para dividir el voto opositor y favorecer a Sergio Massa. En esa etapa Milei concentró su artillería en atacar a Juntos por el Cambio, hasta acusar a Patricia Bullrich de "montonera asesina que ponía bombas en los jardines de infantes".

Sin embargo, cuando logró erigirse en la opción opositora para la segunda vuelta, Milei tardó apenas 48 horas en forjar un acuerdo con Macri y con Bullrich para derrotar a Massa. Inmediatamente después de conseguirlo, designó a Bullrich como Ministra de Seguridad y a su compañero de fórmula, el radical Luis Petri, en el Ministerio de Defensa, sin consultar a Macri, lo que colocó a sus anteriores rivales bajo su mando. En otros términos, la experiencia revela que Milei no descarta los acuerdos pero emplea la confrontación como arma para imponer sus condiciones.

Desde que asumió el gobierno Milei concentró la totalidad de sus energía en un solo objetivo: el "déficit cero", a fin de avanzar en una reducción de la tasa de inflación y la unificación del mercado cambiario, condiciones indispensables para promover una ola de inversiones que dispararían una etapa de crecimiento fundado en el incremento de las exportaciones, favorecido por una coyuntura internacional favorable para la Argentina.

Para Milei resulta necesario aprovechar la ventana de oportunidad que le otorga el respaldo que conserva en la opinión pública para avanzar en esa dirección. A tal efecto, recurre a un uso intensivo, y a veces abusivo, de las facultades presidenciales para compensar su orfandad en el plano político-institucional, derivada de su falta de poder territorial.

El camino del acuerdo

Este condicionamiento estructural constituye la razón de ser de un estilo agresivo, orientado a mantener la iniciativa. Esa estrategia obliga también a redoblar la apuesta en la adversidad. De allí que la respuesta a la derrota en el tratamiento de la "ley ómnibus" en la Cámara de Diputados haya sido una profundización del antagonismo, lo que desató el conflicto con el gobernador de Chubut, Ignacio Torres, que se extendió a la casi totalidad de los gobernadores.

Este enfrentamiento puso de relieve la naturaleza del sistema de poder instaurado en diciembre de 2023, derivado de la crisis de las estructuras partidarias tradicionales, cuyo eje es la existencia de dos centros de poder: el gobierno nacional y las provincias. Cuando entre ambos polos funcionan los clásicos mecanismos de negociación, el Poder Legislativo y el Poder Judicial pierden relevancia. A la inversa, cuando prevalece la confrontación, el Congreso y la Corte Suprema de Justicia asumen protagonismo en la resolución de los conflictos, como sucedió con la "ley ómnibus", la reciente derogación del DNU en el Senado y los fallos judiciales que suspendieron la aplicación del "Capítulo Laboral" del controvertido decreto y dieron la razón a Chubut y otras provincias en las controversias desatadas por decisiones sobre asignación de fondos.

Sin embargo, ninguno de los protagonistas percibe la disputa como una guerra sino como una pulseada. Todas las partes de este conflicto son conscientes de que está en juego la gobernabilidad del país en su conjunto, incluido cada uno de sus territorios, y que el colapso de cualquiera de los actores generaría un daño irreparable sobre el resto. El default de La Rioja, por ejemplo, perjudica a la incipiente mejoría en la credibilidad internacional de la Argentina.

La institucionalización de un "federalismo de concertación", fundado en la reforma constitucional de 1994, tal cual lo definió la Corte Suprema de Justicia en una sentencia dictada durante el gobierno de Alberto Fernández, ya no es sólo una doctrina judicial sentada por el máximo tribunal de la República, sino una necesidad impuesta por los hechos.

Ese "federalismo de concertación" resulta indispensable para avanzar hacia la reconfiguración del actual sistema de poder y la creación de un clima de unidad nacional, una exigencia que en la presente situación de emergencia económica, cuyas consecuencias socialmente negativas y su secuela de conflictividad habrán de agravarse en los próximos meses, constituye un requisito ineludible para la gobernabilidad de la Argentina.

* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico y miembro del Centro de reflexión Segundo. Centenario

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