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Un punto de inflexión para Israel

Domingo, 03 de marzo de 2024 02:11

En abril de 1956, Moshé Dayán, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF), acudió al funeral de un joven soldado asesinado por militantes palestinos que patrullaba la frontera. El cuerpo había sido encontrado mutilado y con sus ojos arrancados. El resultado fue un shock y una agonía a nivel nacional.

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En abril de 1956, Moshé Dayán, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF), acudió al funeral de un joven soldado asesinado por militantes palestinos que patrullaba la frontera. El cuerpo había sido encontrado mutilado y con sus ojos arrancados. El resultado fue un shock y una agonía a nivel nacional.

"No echemos la culpa a los asesinos", dijo Dayán en ese entonces. "Durante ocho años han permanecido asentados en campos de refugiados en Gaza, y ante sus ojos, hemos estado transformando sus tierras y pueblos donde ellos y sus padres vivieron en nuestra propiedad." Dayan aludía a la "nakba" -"catástrofe", en árabe -; la expulsión de gran parte de los árabes palestinos de su lugar de nacimiento luego de la victoria de Israel en la guerra de independencia de 1948. Dayán advertía entonces lo que muchos israelíes se niegan a aceptar hoy: los palestinos nunca olvidarán la "nakba"; tanto como no dejarán de soñar con regresar a su tierra y a sus hogares.

El 7 de octubre de 2023, siguiendo el plan ideado por Yahya Sinwar, líder de Hamas nacido en una familia expulsada de Al-Majdal -hoy, la ciudad hebrea de Ascalón-, terroristas palestinos invadieron Israel en treinta puntos a lo largo de su frontera con Gaza. Superaron las defensas de Israel, atacaron un festival de música y violaron, saquearon y quemaron más de veinte kibutz; asesinando a más de 1.200 civiles y soldados y secuestrando a más de 200 rehenes, muchos todavía en cautiverio. En las imágenes de las cámaras corporales de los terroristas palestinos, se los puede escuchar gritar: "íEsta es nuestra tierra!". Sin justificar de ninguna manera la barbarie y la cobardía del ataque de Hamas; hay que entender que el trauma y el rencor subyacente tras la "nakba" había encontrado cómo tomar revancha.

Una paz inalcanzable

Benjamín Netanyahu es una figura en extremo controvertida. Famoso por liderar la oposición a los Acuerdos de Oslo -el plan de reconciliación israelí-palestino de 1993 firmado por el gobierno israelí y la Organización para la Liberación de Palestina-. Netanyahu derrota a Shimon Peres, uno de los arquitectos de ese acuerdo de paz luego del asesinato del primer ministro Yitzhak Rabin en 1995 (a manos de un fanático israelí de extrema derecha tras una ola de ataques terroristas palestinos en ciudades israelíes).

Una vez en el cargo, prometió frenar el proceso de paz y reformar la sociedad israelí "reemplazando a las élites", acusándolas de débiles y de propensas a copiar a los liberales occidentales. Tres años después fue derrocado por Ehud Barak quien se comprometió a continuar con el proceso de Oslo y a resolver "el problema palestino". Barak falló al igual que sus sucesores, y el proceso de paz se terminó de derrumbar luego de una segunda intifada en otoño del 2000.

Cuando cinco años después Israel se retira de la Franja de Gaza, se abre el camino para que Hamas se haga cargo de la zona. Pero había cambiado el humor social israelí hacia la paz. De un lado, Israel postulaba la fantasiosa idea de que "se les había ofrecido la luna y las estrellas y habían recibido, a cambio, atacantes suicidas y cohetes", sin hacerse cargo de que, en realidad, no se había hecho nada por alcanzar la paz y que el Estado de Israel no aceptaba un estado palestino. La paz, era inalcanzable.

Todo alrededor de "Bibi"

En 2009, "Bibi" Netanyahu regresa al poder, sintiéndose reivindicado. Netanyahu mantiene la cooperación de seguridad con la Autoridad Palestina en Cisjordania y la convierte en un subcontratista de la policía y de los servicios sociales de Israel; mientras alienta a Qatar a financiar el gobierno de Hamas en Gaza. "Quien se oponga a un estado palestino debe apoyar la entrega de fondos a Gaza porque mantener la separación entre la AP en Cisjordania y Hamas en Gaza evitará el establecimiento del estado palestino", dijo en 2019 a su propio partido en una sesión parlamentaria que aún hoy lo persigue.

Netanyahu mantuvo a raya a Hamas mediante un bloqueo naval y económico, sistemas de defensa de cohetes, fronteras firmes y redadas militares periódicas contra los combatientes e infraestructura del grupo. Esta táctica, denominada "cortar el césped", se convirtió en la doctrina de seguridad de Israel junto con un implacable mantenimiento del statu quo. Mantener un conflicto de bajo nivel era menos arriesgado que un acuerdo de paz y mucho menos costoso que una guerra. Durante más de una década, la estrategia de Netanyahu pareció funcionar. Los ataques terroristas cayeron a mínimos históricos y la artillería disparada desde Gaza era interceptada con éxito. Con la excepción de una breve guerra contra Hamas en 2014 la situación se sostuvo y, para la mayoría de la gente, el conflicto comenzó a quedar fuera de cotidianeidad. Los israelíes comenzaron a vivir el sueño occidental de prosperidad y tranquilidad instalado tras la

Caída del Muro a nivel global. Entre enero de 2010 y diciembre de 2022 el PIB creció más del 60% e Israel prosperó de la mano de las compañías tecnológicas más innovadoras del planeta, y de compañías energéticas que encontraron depósitos de gas natural en aguas territoriales. Acuerdos de cielos abiertos con otros gobiernos convirtieron el viaje al extranjero, un aspecto importante del estilo de vida israelí, en algo al alcance de todos. El futuro se veía brillante. El país, parecía haber dejado atrás "el problema palestino" y lo había hecho sin sacrificar nada: ni territorio, ni bajas militares, ni fondos para un acuerdo de paz. Netanyahu había convencido a la población de que Israel podría prosperar como un país occidental e, incluso, llegar al mundo árabe en general "ignorando a los palestinos".

Después de ganar la reelección en 2015, Netanyahu reunió a una coalición de derecha para revivir su viejo sueño de encender una revolución conservadora. Comenzó a criticar otra vez a "las élites" e inició una guerra cultural contra el antiguo establishment al que percibía hostil y demasiado liberal. En 2018, logró la aprobación de una controvertida ley que definía a Israel como "el Estado-nación del Pueblo Judío" y declaraba que los judíos tenían el derecho "único" de "ejercer la autodeterminación" en su territorio. Ese mismo año la coalición de Netanyahu se derrumbó sumiendo a Israel en una larga crisis política que significó cinco elecciones entre 2019 y 2022, todas convertidas en referéndums sobre él.

En las elecciones de noviembre de 2022, recupera una vez más el poder con una victoria abrumadora que le permite concretar su ambición de instalar un Israel autocrático y teocrático. Envalentonado, se centra en una serie de reformas judiciales que buscan limitar la independencia del Tribunal Supremo de Israel, y que desmantelarían el sistema legal que controla y equilibra al poder ejecutivo. Las reformas judiciales fueron percibidas de inmediato como muy peligrosas y desencadenaron enormes olas de protestas con cientos de miles de israelíes manifestándose cada semana en las calles.

En medio de esta convulsión, sobrevino el ataque del 7 de octubre; el que desterró por completo la idea de invulnerabilidad que Israel tenía de sí mismo y que tan hondo había calado en la sociedad.

Un punto de inflexión

El 7 de octubre fue la peor calamidad en la historia de Israel y marca un punto de inflexión. Al no poder detener el ataque de Hamas, las FDI han respondido con una fuerza demoledora arrasando Gaza y matando -sin excusa- a miles de civiles gazatíes; hombres, mujeres y niños. Aún hoy, el gobierno de Israel carece de un plan para el día después del final de la guerra.

Para vivir en paz, Israel tendrá que llegar a un acuerdo con los palestinos; algo que Netanyahu ha rechazado a lo largo de toda su carrera, dedicada a socavar y marginar al movimiento nacional palestino. Netanyahu ha convencido al país de que puede prosperar sin paz y que puede ocupar tierras palestinas sin costo nacional o internacional y, aun hoy, tras el 7 de octubre, este mensaje no ha cambiado.

Israel no puede ser tan miope. El brutal ataque del 7 de octubre ha demostrado que la promesa de Netanyahu es hueca, y debería obligar a Israel a darse cuenta de que "el problema palestino" es un tema central. Continuar la ocupación, expandir los asentamientos israelíes en Cisjordania, sitiar Gaza y negarse a hacer cualquier compromiso territorial -o reconocer los derechos palestinos-, no traerá seguridad duradera al país; ni paz. Por supuesto que la creación de un Estado Palestino no será una "bala de plata" que lo solucione todo; pero podría ser un comienzo.

El 7 de octubre es un punto de inflexión. Si Israel escuchara la vieja advertencia de Dayán, el país debería unirse primero y trazar, luego, un camino hacia una convivencia digna y hacia la paz con los palestinos. Por desgracia, nada sugiere que se vaya por este camino y, de seguir así, la barbarie del 7 de octubre podría ser apenas el comienzo de una edad oscura en la historia de Israel y de la región, y el ataque no ser un evento único y aislado sino el presagio de algo peor que podría estar por venir.

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