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¿Fin de la Era de la Universalidad?

Domingo, 24 de marzo de 2024 02:02

La universalidad es el principio por el cual todos nosotros -sin excepción-, estamos dotados de derechos humanos por igual sin importar quiénes seamos, qué religión profesemos, de qué color seamos, qué capacidades o qué falta de capacidades tengamos, dónde vivamos ni cuán pobres o no seamos. El Principio de Universalidad es el corazón mismo de la Declaración Universal de Derechos Humanos adoptada en 1948 y que llega hasta la Corte Penal Internacional establecida en 2002. Durante décadas, esta infraestructura legal ha regido y normado a todos los movimientos de derechos humanos a nivel mundial, así como ha ayudado a forzar a los estados a cumplir sus obligaciones en temas de derechos humanos; o a sancionarlos.

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La universalidad es el principio por el cual todos nosotros -sin excepción-, estamos dotados de derechos humanos por igual sin importar quiénes seamos, qué religión profesemos, de qué color seamos, qué capacidades o qué falta de capacidades tengamos, dónde vivamos ni cuán pobres o no seamos. El Principio de Universalidad es el corazón mismo de la Declaración Universal de Derechos Humanos adoptada en 1948 y que llega hasta la Corte Penal Internacional establecida en 2002. Durante décadas, esta infraestructura legal ha regido y normado a todos los movimientos de derechos humanos a nivel mundial, así como ha ayudado a forzar a los estados a cumplir sus obligaciones en temas de derechos humanos; o a sancionarlos.

En un ensayo publicado en la prestigiosa publicación "Foreing Affairs", AgnÞs Callamard, afirma: "Un crítico de este sistema podría argumentar que los estados solo han dado siempre un mero cumplimiento formal a la universalidad. El siglo XX está repleto de ejemplos de fracasos en defender la igual dignidad de todos: la violencia utilizada contra quienes abogaban por la descolonización; la Guerra de Vietnam; los genocidios en Camboya y Ruanda; las guerras que siguieron a la desintegración de Yugoslavia; y una lista enorme de otros casos igual de graves y resonantes". Es cierto que todos los eventos nombrados -y tantísimos otros más que engrosan una lista vergonzante-, hablan de un sistema internacional sesgado hacia la arbitrariedad y la conveniencia de sus actos antes que de Estados preocupados por aplicar la Universalidad como un principio rector de sus conductas. El académico palestino-estadounidense Edward Said, por ejemplo, suele dar como ejemplo la crisis palestina y dice al respecto: "la Universalidad nunca se aplicó a los palestinos, quienes, desde 1948, son las víctimas de las víctimas, los refugiados de los refugiados". Desde la «nakba" -catástrofe en árabe- (evento que hace referencia a la expulsión de gran parte de los árabes palestinos de su lugar de nacimiento luego de la victoria de Israel en la guerra de independencia de 1948), esta sentencia no carece de verdad.

"Pero el destino de la universalidad no queda sellado por quienes la abandonan, sino que su fuerza radica en que sea un faro que nos guíe y autorregule, tanto como un valor que nos una en su defensa", afirma Callamard.

Por desgracia, hay dos eventos críticos que han puesto en jaque al principio de la Universalidad; alterando su curso y no en una buena dirección. El primero, el ataque del 11 de septiembre de 2001; el segundo, la pandemia.

Síntomas de desmejoras

Rusia invadió Ucrania en un acto brutal que desafió toda doctrina internacional establecida luego de la Segunda Guerra Mundial. Esta invasión, sin embargo, es sólo un fotograma y parte de una película mucho mayor que se inicia varias décadas atrás. Entre la Caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 hasta hoy, el mundo sufrió la Guerra del Golfo en 1990; la guerra de los Balcanes en 1993; el ataque al World Trade Center el 11 de septiembre de 2001; la segunda guerra de Irak en 2003; la anexión de Rusia de varias porciones de territorios vecinos hasta llegar a la anexión de Georgia en 2008 y de Crimea en 2014; la pesadilla humanitaria en Siria; la crisis migratoria de 2015 en Europa; la elección de Donald Trump primero y su posterior derrota ante Joe Biden -hecho ante el cual hoy se vive la revancha -; la parálisis de la OTAN cuando la disputa de dos de sus miembros -Francia y Turquía- en 2020; la pandemia de COVID 19; el ataque a Ucrania y el ataque de Hamás a Israel; entre algunos de los hitos más significativos. Una larga película que muestra un arco descendente en términos de derecho internacional y de derechos humanos con consecuencias que, recién ahora, comienzan a ser evidentes. Un lento e inexorable aumento de la entropía del sistema internacional global y un debilitamiento y una deslegitimación de sus instituciones e ideales. Bien se dice que, cuando la marea baja, se ven las rocas. El planeta está entrando en una era de mareas bajas.

La excepción como norma

El 11 de septiembre marcó el inicio de la "La Era de la Seguridad"; una era en la que las libertades individuales comenzaron a quedar subordinadas a las necesidades de la seguridad nacional. "El bien mayor de la seguridad nacional, bien vale la pérdida de las libertades individuales", se proclama. Así, durante estos últimos 20 años, la doctrina y los métodos de la "guerra contra el terrorismo" han sido adoptados o imitados por casi todos los gobiernos del mundo para ampliar el alcance y la gama de las medidas de "autodefensa" del Estado; o para perseguir -con menos frenos y garantías legales- a cualquier persona u organización que quede bajo la ambigua pero inapelable denominación de "amenaza terrorista".

Los ataques aéreos estadounidenses en Afganistán, Iraq, Pakistán, Somalia y Siria resultaron en la muerte masiva de civiles. El ejército estadounidense siempre afirmó que había tomado medidas para proteger a los civiles. Es difícil explicar cómo, en escenarios bélicos como los descriptos, se puede distinguir entre civiles y combatientes y por qué, si esta distinción era la adecuada, se produjeron la cantidad de víctimas civiles que se produjeron. Durante los últimos 20 años, gobiernos de todo el mundo han adoptado métodos similares. En Siria, los bombardeos de Rusia contra la infraestructura civil llevaron a la muerte de miles de civiles mientras las autoridades rusas afirmaban que estaban atacando objetivos "terroristas"; incluso cuando destruían hospitales, escuelas y mercados. La invasión de Ucrania se justificó con referencias ambiguas a la autodefensa. Los ataques rusos han causado miles de víctimas civiles en medio de pruebas crecientes de crímenes de guerra como tortura, violaciones y asesinatos, fosas comunes y deportaciones masivas. China invoca "la lucha contra el terrorismo" para justificar su amplia represión contra uigures, kazajos y otras minorías étnicas musulmanas que resultan en claros crímenes de lesa humanidad. Lo mismo sucede en Gaza.

En nombre del bien común de la autodefensa y de la lucha contra el terrorismo, se está pervirtiendo y desmantelando parte del sistema de derecho internacional y, junto con él, el Principio de Universalidad. Las migraciones forzadas que mueven enormes masas humanas por países y regiones enteras, o que quedan atrapadas girando en círculos en zonas de guerras atroces; los campos de refugiados que crecen de manera alarmante y que sólo confinan a poblaciones enteras en zonas fronterizas sin que nadie sepa cómo dar con una solución a sus dramas; las muertes producto de movimientos migratorios ilegales; son todos síntomas del palidecer de este principio universal.

El otro evento, la pandemia, -que se tiende a pensar como algo inconexo y sin impacto-, por el contrario, sella la suerte de los "estados de excepción". Basta leer la impresionante cantidad de ensayos al respecto de Gianni Vattimo, Byung Chul-Han, Slavoj i ek y de muchos otros, todos levantando su voz en contra de este movimiento que ayudó a deslegitimar a las democracias y a sus instituciones; y que favoreció la aparición de movimientos iliberales, populistas o autocráticos; todos, siempre, erigidos en nombre y en defensa del "bien común". La excepción se hace norma.

Defendiendo lo que hay que defender

Las libertades individuales nunca son un pequeño precio por pagar. Cuando se avala ese argumento se avalarán otros, peores, después. Es como si las graves lecciones morales del Holocausto y de la Primera y Segunda Guerra Mundial se fueran olvidando. El crecimiento de la extrema derecha en Alemania y en Europa; el resurgimiento de grupos neonazis radicalizados; o la aparición de revisionismos extremos que alteran el pasado para manipular el presente; muestran que las lecciones del pasado cayeron en saco roto.

De a poco se revela un nuevo orden del siglo XXI signado por una erosión del derecho internacional en el que se van eliminando los frenos establecidos por el sistema nacido a la luz de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Con un derecho internacional declinante en un contexto de multipolaridad creciente, de exacerbación de intereses nacionales, de guerras furiosas y de una deriva hacia totalitarismos y gobiernos iliberales; la ira que se acumula en las capas más vulnerables de la sociedad global podría ser catalizada por grupos puntuales preparados a fomentar y a explotar esta ira a su favor; aumentando la inestabilidad global.

Las guerras erosionan los valores en los que se cimenta una civilización. Los totalitarismos, en cambio, entronizan la guerra como un valor y, en la guerra, el Principio de Universalidad se extingue. Si la historia se repite, como a menudo se dice que lo hace -mucho más por nuestra renuencia a aprender y enmendar los errores del pasado, que a un imaginario determinismo cíclico en el devenir-; entonces deberíamos considerarnos advertidos. Nada bueno puede esperarse si seguimos eligiendo caminos que llevan a la paulatina extinción del Principio de la Universalidad.

 

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