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Historia de los bancos en un país que quería pensar en grande

Sabado, 27 de enero de 2024 00:00

En los días de Mayo, no existía en Buenos Aires ni en todo el Virreinato ningún banco y transcurrieron doce años antes que cristalizara la primera iniciativa. La circulación era en metálico, en monedas de oro y plata y emisión menor de la de vellón, acuñada en cobre.

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En los días de Mayo, no existía en Buenos Aires ni en todo el Virreinato ningún banco y transcurrieron doce años antes que cristalizara la primera iniciativa. La circulación era en metálico, en monedas de oro y plata y emisión menor de la de vellón, acuñada en cobre.

La Revolución de Mayo obedeció, en gran parte, a causas de carácter económico, es decir, aspiraba el nativo a disfrutar de las ventajas de toda sociedad civilizada, con derecho al bienestar personal, a recoger el fruto de su trabajo, comerciar libremente y formar fortuna.

"Pensemos en grande" decía el "Semanario de Agricultura" del 22 de diciembre de 1802, como una frase que llevara en su esencia el anhelo anticipado sobre el esfuerzo que habría de forjar la grandeza del país. De tal suerte se iba gestando una nueva conciencia colectiva.

La idea de fundar un Banco nació con la Revolución de Mayo y la iniciativa se debe a Bernardino Rivadavia, junto a Chiclana, Paso y Sarratea, quienes se dirigieron al Consulado invitándolo a que reuniese a los principales capitalistas para proyectar la creación de un Banco de préstamos. La empresa no fructificó porque era difícil encontrar capitales dispuestos a comprometerse con una empresa de resultado dudoso.

Por supuesto, la Revolución y la declaración de la Independencia, trajeron problemas de todo orden a los responsables de orientar la naciente nacionalidad argentina. Un país con la mayor parte de sus riquezas sin explotar, de comercio precario, falto de organismos de crédito, ofrecía dificultades para organizar la hacienda, disciplinar la administración, ordenar un cálculo de recursos y fijar normas para la recaudación de rentas.

El Triunvirato buscó la unificación monetaria. Dictó en setiembre de 1812 un decreto por el cual fijaba el valor de la onza de oro en 17 pesos fuertes y el del peso fuerte en 8 reales, pero aceptando las variaciones a que pudiera dar lugar la compra venta de los mismos, vale decir, que la estabilización decretada era puramente nominal.

La Asamblea General Constituyente resolvió acuñar nuevas monedas con el sello de las armas de las Provincias Unidas del Río de la Plata y la inscripción "Unión y Libertad". Se lanzaron en 1813 y 1815, pero posteriormente, por el éxodo de metales, dejaron de hacerse nuevas acuñaciones.

La guerra de la Independencia reclamaba erogaciones extraordinarias. Para evitar los empréstitos, la Asamblea en diciembre de 1813 elevó los derechos generales sobre las importaciones al 25 % de los valores declarados. Se declararon libres las máquinas e instrumentos de minería, agricultura, libros, maderas, imprentas, pólvora, salitre y armas. Aún así, el gobierno se vio obligado, entre 1813 y 1814 a contraer un empréstito por 500.000 y luego por 600.000 pesos, cuyos pagarés se fijaba a un año de plazo.

Entretanto, la guerra ahogaba al comercio exterior y agobiaba al gobierno. La vida económica era asfixiante. La escasez de circulante era tal que los pequeños comerciantes emitían vales con sus sellos y firmas. Las casas de comercio hacían las veces de bancos, recibiendo depósitos de la clientela y prestaban reducidas sumas con garantías pignoraticias, al interés del 5% mensual.

El antecedente: la Caja Nacional

En 1816 se presentó una situación de profunda crisis, que solamente el admirable espíritu de sacrificio y el heroísmo de militares y civiles logró salvar. El Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón aspiró a regularizar las finanzas creando sistemas administrativos. Por primera vez se instituye bajo su gobierno el gran libro de la contabilidad del Estado. Así el 9 de septiembre de 1816 nombró una "Comisión Económica" compuesta de cinco miembros, que redactó los reglamentos de Aduana, formuló el estado total de la deuda pública y fijó los procedimientos a seguir para la amortización de los créditos.

El Director Supremo, creyendo favorecer la formación del crédito público, envió al Congreso el proyecto de fundación de la "Caja Nacional de Fondos de Sud América", que fue sancionada el 10 de noviembre de 1818.

La Caja sería una institución de carácter permanente, cuyo capital podría ascender a 3.000.000 de pesos. Sus recursos se formarían con todos los fondos que los habitantes de las provincias hicieran ingresar en ella, en papel o en efectivo, gozando de un interés desde el 8 hasta el 15 % anual, según la naturaleza del depósito. El Estado se responsabilizaba, con todas sus rentas y bienes, de las sumas depositadas. Los réditos se abonarían cada tres meses.

El año 1820 fue de gran crisis política; las divisiones internas y la guerra exterior tornaron dificilísima la situación, pues los empréstitos forzosos habían agotado la capacidad contributiva de los habitantes. En tales circunstancias, la Caja Nacional de Fondos de Sud América no podía subsistir, siéndole imposible atender a su financiación y sus obligaciones en medio de la desconfianza existente. La Caja funcionó durante tres años y en ese tiempo solo recibió 7.000 pesos en plata, correspondiente a seis acciones. En octubre de 1820, varias personas pidieron retirar sus acciones, principio de su liquidación.

Por ley del 19 de noviembre de 1821, la Caja fue suprimida. Así quedó extinguida la primera institución financiera creada en el país, que en la práctica fue una recolectora de fondos destinados a alimentar las necesidades fiscales.

El primer banco

En 1821 se había modificado notablemente la situación interna y externa en la provincia de Buenos Aires. Este territorio entraba en una era de reconstrucción económica, social y política. El comercio renacía vigorosamente y los capitales comenzaban a actuar con mayor confianza.

La política liberal de Martín Rodríguez y la acción de la Legislatura que protegía a los nativos y extranjeros con toda clase de franquicias, incorporaron al trabajo un núcleo de hombres de empresa. El ambiente estaba pues preparado y la iniciativa de la fundación de un establecimiento de crédito se concretó en el Banco de Buenos Aires.

Martín Rodríguez contó con dos ministros, Bernardino Rivadavia y Manuel García, ambos con visión de futuro. A este gobierno le cupo el honor de la creación del primer banco de emisión y de descuentos del país. Rivadavia fue comisionado para dar cuenta a la Legislatura del estado de las finanzas públicas en la sesión del 1° de mayo de 1822. simultáneamente, se había fundado la Bolsa Mercantil, origen de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, se organizó el crédito público y el "libro de fondos y rentas", que habrían de ser revisados por los representantes de la Legislatura. Se creó también la "Caja de Amortización".

La primera asamblea se celebró el 15 de enero de 1822. Una comisión se encargó de preparar los estatutos junto a su reglamento. Por muchos conceptos, este instrumento ha perdurado a través de las leyes de los bancos que sucedieron al de Buenos Aires. En la asamblea general de accionistas de 18 de marzo de 1822, fueron elegidos directores del Banco de Buenos Aires: Juan José de Anchorena, Diego Britain, Félix Castro, Guillermo Cartwrigth, Sebastián Lezica, Roberto Montgommery, Juan Fernández Molina, Miguel Riglos y Juan Pedro Aguirre. La impresión de billetes fue encargada a Londres, aunque algunos se grabaron y estamparon en Buenos Aires, en planchas de cobre; en Inglaterra se usaban ya las planchas de acero. Posteriormente se imprimió otra emisión en los Estados Unidos.

El Banco abrió sus puertas el 6 de septiembre de 1822. Según la apertura del libro "Diario", sus operaciones se habrían registrado recién el día 16. Durante el primer año de su funcionamiento el balance arrojó una utilidad líquida de $ 54.171 distribuida entre 445 acciones y que representó un dividendo del 12 %. Estas cifras produjeron inmejorable impresión, era indudable que a ese éxito contribuían la paz de que disfrutaba el país y la seriedad y altura con que se desenvolvía la administración.

La fundación del primer banco emisor, en 1822, es un hecho histórico de gravitación en la vida social y económica de la época; igualmente la han ejercido todos los bancos de emisión que le sucedieron: el Nacional de 1826, la Caja de Moneda de 1836, el Banco de la Provincia de 1854, el Banco Nacional de 1872, y los Bancos Nacionales Garantidos de 1887.

Hace 208 años se consiguió la Independencia. Y hace 171 años comenzó el proceso de organización constitucional. El variopinto siglo XX, asistió al posicionamiento de la República Argentina entre las diez primeras economías del mundo. Luego, una sucesión de políticas erráticas fue tejiendo la trama de la decadencia. Las dos décadas del presente siglo, marcan para la economía argentina el estancamiento, los altos índices de pobreza, de desocupación y de un inaudito proceso inflacionario. Se registra una involución que devino en la peor crisis y se escribe la página más funesta de su historia.

En este tiempo habría que retomar la idea que alumbró la primera revolución y que volvamos a "Pensar en grande". Para ello es menester aunar voluntades que permitan la profunda transformación que requiere la República, anhelo de la mayoría de los ciudadanos. Los tiempos por venir nos dirán si se impone la racionalidad en busca del bien común, o si seguirá imperando la caprichosa oposición caníbal de un sector obtuso, opuesto a todo cambio y el sindicalismo antropófago que obstruye el progreso, y que desde las cavernas construyen un poder que demarca la derrota, el agotamiento y la decadencia argentina.

"Pensar en grande", un desafío para la totalidad del pueblo argentino.

 

 

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