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La amenaza siempre es violencia verbal

Miércoles, 13 de septiembre de 2023 01:30

No puede ser aceptado como un hecho natural en las relaciones políticas la convocatoria a la destrucción de nada, de nadie.

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No puede ser aceptado como un hecho natural en las relaciones políticas la convocatoria a la destrucción de nada, de nadie.

Las palabras tienen un uso que es lo que les brinda su razón material de existir.

Expresan algo y ponen en su significancia y en su significado los valores que en ese término elige quien las utiliza, más allá del propio sentido que este término contiene.

Las palabras no son solo sonidos, sino que moldean conductas y estas generan pensamientos y acciones. Las palabras son instrumentos poderosos y de ahí que su manejo deba, siempre, ser adecuado. Y más, cuando cierta mediocridad intelectual y carencia de inteligencia práctica para el uso de vocablos conlleve riesgos de mala praxis verbal o escrita.

En estos casos, más debe cuidarse quien utiliza, desde medianías e incapacidades, el usar algunos términos.

Y en algunas actividades como las vinculadas a lo mediático y la política, es más necesario aún, el cuidado en la construcción de opiniones mediante que se forman con palabras.

No hay que entrar en la profundidad de la ciencia del signo y del uso de las palabras para saber que "destruir" es un verbo de violencia. Si bien lo tomamos del castellano, con igual escritura y pronunciación, deriva del latín "destruere" y en todos los casos, el ímpetu peligroso de su sentido, está presente.

No en vano sus sinónimos son del mismo tenor en cuanto a lo amenazante y a su carga de brusca crueldad.

Arrasar, devastar, aniquilar, destrozar, derruir son su sinonimia cargada de una exabruptez notoria.

Su interpretación aún es peor: "Destruir" significa convertir algo material en polvo, cenizas, humo o pedazos de cualquier tamaño, mediante el uso de una fuerza material y de una acción violenta.

Patricia Bullrich, candidata a presidente de Juntos por el Cambio, convocó a "destruir al kirchnerismo". Pudo llamar a ganarle, a derrotarlo, a sumar más votos que esa fuerza, pero no, clamó, en exaltada voz por la destrucción de un espacio político democrático y de existencia legal.

Las palabras crean la acción. Las palabras se vinculan con actitudes y cuando desde una voz autorizada como la de una candidata a presidenta de una fuerza nacional, con ciertas chances electorales se embelesa y entusiasma con la posibilidad de "destruir" a otra tradición política, estamos en problemas (no Houston, sino nuestra institucionalidad).

Jamás se me ocurriría como valoración de éxito electoral pretender "destruir" a otro partido o alianza. Me conformo y satisfago con ganarle la elección.

No es poca cosa para festejar, el hecho de contar con mayor adhesión popular expresada en votos, con obtener más apoyos que otros y, finalmente, de conquistar ese objetivo político, constitucional e institucional que se persigue al participar en una contienda electoral democrática.

Entonces, ante todo esto que es tan bueno, ¿para que destruir? ¿No les alcanza simplemente con lo que significa ganar?

La continuidad mediante actitudes que sean coherentes con las palabras proferidas es preocupante. Si alguien quiere destruir, primero lo dice y luego intenta realizarlo.

"Siempre la forma, la palabra y el lenguaje está vinculado a la conciencia de quien lo expresa, del creador de esa forma. Y siempre está cargada de un dato emocional e intencional que va más allá de la propia dimensión del texto" (Mijaíl Bajtín- Pensador y lingüista ruso).

Toda expresión surgida de palabras como exteriorización de un lenguaje incluye valoraciones ideológicas y, en este caso, carga política.

Y en ese sentido no puede ser aceptado como un hecho natural en las relaciones políticas la convocatoria a la destrucción de nada, de nadie.

Los conflictos políticos y sus graves consecuencias se materializan de muchas formas, una de ellas es la persistencia en mantener mediante sustentos mediáticos denotaciones que van adquiriendo simbologías y pueden tener algún peso en los imaginarios colectivos. Como lo de "destruir" a quienes no piensan igual.

Y acá no se trata de censuras ni algo parecido, sino de apostar a cierta madurez social y a jerarquizar una institucionalidad que asegure relaciones más cordiales.

No importa si hay legalidades o no en lo dicho por Bullrich, es un contexto que cimienta negatividad y violencia y de eso hay que hacerse cargo.

Atacar permanentemente y agraviar a protagonistas de la política va deshumanizando al sujeto receptor de las descalificaciones y hace más fácil imaginar vindictas sobre ellos.

Critiqué fuertemente aquella pavada de "Macri basura vos sos la dictadura" ya que podía construir sentido común, desde esa falsedad y hacer que alguno creyera que si Macri era la dictadura bien podría castigárselo por ello, en forma individual y provocándole el daño que mereciera.

Como también advertí sobre el intento de magnicidio para con Cristina Fernández de Kirchner asentado en previos y largos pasajes de agravios, ataques y descalificaciones que terminan provocando que haya quienes se creen en condiciones de dar su propia justicia. Es peligroso e irresponsable estar tanto tiempo impulsando relatos de agravios personales que van formando una cultura simbólica de desprecio social.

Es peligroso e irresponsable lo que hizo Bullrich.

 

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