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18 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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El desafío de la gobernabilidad

Jueves, 29 de junio de 2023 02:23

Decíamos aquí dos meses atrás: "El cuadro actual de fuerzas políticas y coaliciones que todavía está a la vista debería ser considerado una imagen transitoria, apenas una instantánea en medio de la deconstrucción y recomposición de un sistema político que está fatalmente pinchado".

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Decíamos aquí dos meses atrás: "El cuadro actual de fuerzas políticas y coaliciones que todavía está a la vista debería ser considerado una imagen transitoria, apenas una instantánea en medio de la deconstrucción y recomposición de un sistema político que está fatalmente pinchado".

Las pulsiones del cambio ya están a la vista.

Una, muy elocuente: la señora de Kirchner, Mauricio Macri y también Alberto Fernández -nada menos que los tres últimos presidentes electos- abandonaron sus intenciones de candidatearse ante los altísimos niveles de disgusto social que cada uno de ellos genera.

El eje principal del sistema en crisis era el poder -y más tarde, la invocada amenaza de restauración hegemónica- de Cristina Kirchner y su contraparte funcional era la alianza soldada por el ánimo anticristinista, que funcionó como pegamento universal de la coalición opositora.

Así se compuso un dispositivo nítidamente polarizado y un empate inmovilizador en el marco de una situación económica y social de paulatino deterioro que fue desgastando a ambos componentes de la polarización. En 2019 entre ambos polos reunían 9 de cada 10 votos. Hoy las encuestas sugieren que, sumados, no llegan a 6.

Es una manifestación de la agonía de aquel sistema: lo que antes se partía en dos grandes fragmentos, ahora aparece dividido al menos en tres. "Van a ser unas elecciones atípicas, de tercios", había confirmado Cristina Kirchner en una aparición televisiva, ante la evidencia de la vertiginosa descomposición del sistema político basado en la llamada grieta, que la ha tenido a ella como protagonista.

En ese paisaje de tercios, la perspectiva ominosa que afronta el oficialismo es convertirse en el tercero excluido y ni siquiera acceder a la segunda vuelta electoral de octubre. Lo que fue el eje del sistema político bipolar es hoy un movimiento en declinación, que se encoge numéricamente y cuya prioridad es amurallarse para sobrevivir. Simétricamente, lo que era el otro polo, sin el elemento que lo amalgamaba se ve sometido a una fuerza centrífuga que tiende a separar sus partes constitutivas e incluso alimenta brechas intestinas en algunas de ellas. Esa oposición se diluye en espejo con su contrafigura y, como esta, ha visto eclipsarse a su propio centro: Mauricio Macri dejó primero de ser líder indiscutido y un paso más adelante abandonó la idea de ser candidato a la presidencia, con lo que dejó un espacio vacío y exacerbó así la lucha por ocuparlo.

En su derrumbe, el sistema político de la vieja polarización ha abierto una brecha por la que emergió una tercera fuerza, encarnada por un fenómeno en las encuestas de opinión. Según esos estudios, Javier Milei recibiría el apoyo de la mayoría de los votantes menores de 40 años, particularmente del padrón masculino (aunque su corriente todavía no ha conseguido resultados medianamente equiparables a esas encuestas allí donde participó en las elecciones provinciales libradas hasta el momento).

Milei parece expresar una nueva fase de la polarización, donde él daría voz al rechazo radical a lo que caracteriza como "casta": todos los componentes del viejo sistema político, tanto el cristinokirchnerismo como la mayoría de Juntos por el Cambio (es clemente con la corriente del PRO que encabezan Patricia Bullrich y Macri). Su cruzada es, si se quiere, un revival del "que se vayan todos" de principios de siglo y el paradójico intento de canalización política de una convulsión antipolítica.

Ahora bien, aun admitiendo que las cifras que las encuestas le prometen a Milei se conviertan finalmente en votos efectivos que le permitan no solo llegar a un balotaje, sino inclusive ganarlo, esa victoria lo dejaría como presidente con un Congreso controlado por las fuerzas que él rechaza visceralmente y con las que sostiene que no existe acuerdo posible. Se generaría así una nueva situación de inmovilidad.

En Ecuador se produjo el mes pasado una situación de ese tipo. El presidente Guillermo Lasso se encontraba paralizado por la oposición que encontraba en el parlamento, empleó un artículo de la Constitución que le permite disolver el parlamento. La cláusula lo obliga también a convocar a nuevas elecciones en un plazo de seis meses. Ese procedimiento, que los ecuatorianos llaman "de muerte cruzada" y sirve como medida extrema para resolver una parálisis crítica, no está contemplado en la Constitución argentina. Tampoco en la Constitución peruana, donde el presidente Pedro Castillo quiso poner fin a un conflicto grave y continuado con su Congreso, disolviéndolo de facto para terminar destituido, encarcelado y sometido a juicio. El paisaje de una elección de tercios, sea quien sea el presidente electo, se reflejaría en un Congreso en el que el Ejecutivo no contará, en principio, con una representación dominante.

Si el país tiene que solucionar la parálisis determinada por el empate y la crisis del viejo sistema político, no parece que el camino para hacerlo sea reemplazar la grieta decadente por una polarización de nuevo cuño.

El remedio no sería la agudización renovada de los enfrentamientos, sino más bien la búsqueda de compromisos mínimos de gobernabilidad que sirvan de plataforma para ofrecer previsibilidad a los ciudadanos y a los inversores. Ese es el núcleo significativo de la propuesta que en estos días conmueve a la coalición opositora y que el gobernador cordobés Juan Schiaretti había lanzado por primera vez a mediados de mayo ante los directivos de la Unión Industrial Argentina, cuando convocó a forjar un "Frente de frentes" y preparar así un gobierno de coalición asentado sobre mayorías sociales y parlamentarias. Un dato sensible, que interviene desde fuera en las contradicciones fuertes en el seno de Juntos por el Cambio, es que lo que hasta hace unos meses les aparecía como una pelea fácil con un kirchnerismo en decadencia, se ha complejizado con la irrupción de la fuerza que conduce Javier Milei, que lejos de estar en declinación se muestra -a juzgar por la mayoría de las encuestas- en un ascenso con pocas interrupciones y le presenta a Juntos -particularmente al PRO- desafío de otro carácter. A diferencia del fenómeno K, Milei no es "el otro" para el público opositor. Más bien aparece como una rama externa de la lógica PRO, un sector de "superhalcones". La elección es un escenario de transición, en el que se procesa otro capítulo de la crisis del sistema político y, quizás, se empieza a construir un puente hacia su reconfiguración. Alejandro Catterberg, director de la firma Poliarquía, señaló esta semana que "la sociedad no va a mejorar su humor social hasta que no mejore la economía. Y la economía no va a empezar a mejorar hasta que no haya una reconfiguración del sistema político y una consolidación del poder suficiente para encarar un proceso de reformas". Ese proceso de reconfiguración y decidida ampliación de la base de la gobernabilidad es componente esencial de lo que en primera instancia se manifiesta como luchas faccionales para conformar las listas electorales. En las fuerzas que hasta ahora protagonizaron la polarización se observan divergencias internas cuyo principal eje de diferenciación es la actitud frente a la perspectiva de un programa de coincidencias básicas y a través de esas inclinaciones la búsqueda o el desapego en relación a una estrategia de unión nacional.

 

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