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El peligro de no tener "grávitas"

Jueves, 30 de marzo de 2023 01:52

Cayo Mario fue un general y político romano famoso por haber sido elegido cónsul en siete ocasiones, rompiendo la tradición que limitaba ese mandato a dos términos. Llevó a cabo atrevidas reformas militares que le permitieron reclutar soldados que no eran propietarios de tierras; pagarles un sueldo y luego, un retiro en forma de tierras al final de las campañas; consiguiendo milicias feroces y leales. Conquistó del reino de Numidia en África y venció a los teutones y cimbrios, tribus germánicas que amenazaban el territorio romano desde el norte.

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Cayo Mario fue un general y político romano famoso por haber sido elegido cónsul en siete ocasiones, rompiendo la tradición que limitaba ese mandato a dos términos. Llevó a cabo atrevidas reformas militares que le permitieron reclutar soldados que no eran propietarios de tierras; pagarles un sueldo y luego, un retiro en forma de tierras al final de las campañas; consiguiendo milicias feroces y leales. Conquistó del reino de Numidia en África y venció a los teutones y cimbrios, tribus germánicas que amenazaban el territorio romano desde el norte.

Enfrentado a Lucio Cornelio Sila, ambos terminaron enfrascados en una guerra civil en la que Mario fue derrotado. Sila -nombrado dictador- asumió el control del estado y llevó adelante una serie de reformas y medidas represivas que afectaron a sus oponentes políticos, incluido Mario; quien murió en el exilio. Durante el mandato de Sila, Julio César se mantuvo en un segundo plano concentrándose en la literatura y en el estudio y evitando ser considerado una amenaza política. Tras su muerte, César comenzó a ascender en la política romana, y aunque al principio mantuvo una actitud moderada, al final terminó enfrentándose a los conservadores y convirtiéndose en un líder de una enorme trascendencia histórica. Sila era un conservador que buscó restaurar el poder del Senado Romano y que luchó contra las reformas populares mientras que Julio César buscó ampliar los derechos de los ciudadanos, aunque manteniendo un control férreo y centralizado del poder.

Cayo Mario, Lucio Cornelio Sila y Julio César fueron los protagonistas políticos más destacados de la última etapa de la República Romana. Más allá de todas las diferencias de personalidad, de linaje, políticas o militares; todos estos personajes tuvieron algo que los romanos consideraban indispensable para poder ejercer cualquier cargo público de importancia: "grávitas".

En términos generales, la «grávitas" es una cualidad que se asocia con la autoridad y la dignidad. Todo líder político debía poseer, de manera evidente, esta "grávitas". Debía transmitir una imagen de superioridad y de confianza incuestionable. Inapelable. Quizás me equivoque, pero de manera inconsciente, asocio esta "grávitas" a la cualidad intrínseca de una persona que hace que, de inmediato, todos orbiten a su alrededor.

Me imagino que, por ejemplo, si hoy entraran a un lugar público Cayo Mario, Lucio Cornelio Sila o Julio César; todos sabríamos que estamos en la presencia de una personalidad excepcional; alguien que inspiraría respeto o temor; nunca indiferencia. Se me ocurre que todas las miradas se dirigirían hacia ellos y que el silencio sería tal que parecería algo casi sobrenatural.

Por casualidad, tuve la oportunidad de coincidir tres oportunidades en distintos lugares públicos en los que Horacio Rodríguez Larreta suele reunirse con sus socios o allegados políticos. Todas las veces me pasó lo mismo. Tuve que preguntar a las distintas personas que me acompañaban si de veras se trataba de él. Anodino; sin aura ni autoridad, ni nada que lo marcase como un ser especial o distinto. Carente de toda esa cualidad de "grávitas" que trataba de explicar. Por el contrario, solo me transmitió una liviandad llamativa por su ingravidez. Nadie se dio vuelta -nunca- a mirarlo. Nadie hizo silencio cuando entró en cada lugar. Me pregunto si, como yo, el resto tampoco lo reconoció; o si ni siquiera reparó en él.

Quizás esta ausencia de "grávitas" es la que lo hace rehuir a los conflictos y posicionarse como el eterno conciliador. Cuando el gobierno nacional le quitó los fondos de la coparticipación, financió su falta de coraje político introduciendo un impuesto arbitrario e ilegítimo a los consumos de todas las tarjetas de crédito emitidas en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires. Su falta de "grávitas" se financió con el dinero de contribuyentes de todo el país que, por el solo hecho de consumir con un plástico emitido en el ámbito de la Ciudad, palió su carencia más notable; la de no saber distinguir cuándo está bien no pelear y cuándo no. Es fácil financiar la falta de coraje con el dinero de otros. Hoy, conmociona su silencio ante la aberrante pesificación del fondo de garantía de sustentabilidad de las jubilaciones del Anses. Este es el gobierno que más ha herido de muerte al sistema jubilatorio en la historia del país, pero ni siquiera el supuesto líder de la oposición parece oponerse. Oponerse de verdad.

Mila Kundera, en "La insoportable levedad del ser", se pregunta -usando a Parménides como médium-: "¿Qué es lo positivo, el peso o la levedad?" Para Parménides -sospecho que, en realidad, para Kundera-, la levedad es positiva; el peso es negativo. ¿Tendrá razón? Amelie Nothomb retoma la pregunta en "Sed" y dice: "La paradoja es que, para conocer la levedad, antes es necesario haber pesado". Coincido.

Rodríguez Larreta no tiene la virtud de ser liviano. Tampoco la de haber "pesado" alguna vez. Solo transmite una insoportable intrascendencia; una "anodinez" peligrosa. Quizás, ni siquiera se trate de su falta de «grávitas". Es debajo de eso. Justo debajo. Debajo de la piel, allí donde reside su notoria falta de personalidad y de sustancia. Me parece pertinente preguntarnos si alguien con esta notable carencia de «grávitas", puede ser un candidato a la presidencia de la Nación. La historia muestra que grandes tiranos surgen a la sombra de silentes y de miedosos. Ojalá seamos una excepción.

 

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