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El interrogante, ¿qué va a pasar con el país desde el lunes 20?

Faltan dos semanas para las elecciones pero el futuro es cada vez más incierto. La inflación es un agujero negro, pero ni Massa ni Milei arrojan un poco de luz.
Domingo, 05 de noviembre de 2023 02:39

"El 20 de noviembre, si soy elegido presidente, empezaré a tomar medidas", dijo el miércoles el candidato oficialista y ministro de Economía, Sergio Massa. Es decir que lo haría veinte días antes de asumir.

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"El 20 de noviembre, si soy elegido presidente, empezaré a tomar medidas", dijo el miércoles el candidato oficialista y ministro de Economía, Sergio Massa. Es decir que lo haría veinte días antes de asumir.

¿Qué cambiará el 20 de noviembre? Que ya no habrá una elección en juego.

La definición hizo pensar, automáticamente, en el "Teorema de Baglini", un enunciado que formuló en 1986 el diputado radical mendocino Raúl Baglini y que sostiene que "el grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente político es directamente proporcional a sus posibilidades de acceder al poder".

Algunos lo traducen como "la cercanía del poder hace que el énfasis de los discursos vaya virando levemente hacia el centro".

La convertibilidad

Sin el tono clásico, casi pitagórico, de Baglini, Carlos Menem, con su estilo de chaya riojana, planteó lo mismo, pero cuando ya era presidente: "Si hubiera dicho lo que iba a hacer, no me hubieran votado".

Lo cierto es que su propuesta inicial de "revolución productiva" y la idea de confiar la economía a empresas de la industria nacional no fueron la solución para salir de la encerrona que había sufrido Raúl Alfonsín. El desfase heredado, un país que no se adaptaba a las nuevas condiciones de la economía global, no fue resuelto con la mirada tradicional de Bernardo Grispun, y la iniciativa transformadora de Juan Sourrouille fue resistida por la oposición, muchos correligionarios y un amplio espectro empresario. La industrialización por sustitución de importaciones había durado menos de lo imaginado y era una nostalgia paralizante desde mediados de los 70. Pasaron dos años antes de que la convertibilidad, concebida por Domingo Cavallo, pusiera en marcha el mayor período de estabilidad monetaria de la mayor parte de la economía argentina. El cambio frenó la inflación pero la insuficiente disciplina fiscal combinada con la crisis de pobreza y desempleo que fue generando terminaron erosionado lo que parecía una "revolución productiva", muy lejana a las tradiciones nacionalistas de radicales y peronistas. Así llegamos al 2001, tras la fractura de la Alianza y la renuncia de Fernando de la Rúa.

Recuerdos del futuro

Luego de dos décadas de experimentos populistas, la inflación, el desabastecimiento, la crisis de las naftas y los discursos casi vacíos nos remontan a la hiperinflación de 1989 y a la implosión de 2001.

Y cabe preguntarse, ¿qué medidas va a tomar Massa que no pueda tomar ahora?

Desde el 13 de agosto, consagrado en las PASO como el candidato presidencial en tercer lugar, lejos de renunciar como ministro asumió el liderazgo del gobierno con una serie de decisiones que recuerdan la euforia sojera de los años de Néstor Kirchner.

El costo fiscal de esas decisiones claramente preelectorales asciende a unos 3 billones de pesos para el Estado.

La devolución del 21% del IVA para la canasta básica, con un tope de $18.000, unos $389.000 millones mensuales. Además, ampliar el número de exentos del impuesto a las ganancias, ese monto se suma a los $2,5 billones de las decisiones previas, como elevar el piso del impuesto a las ganancias, el bono de $60.000 para empleados estatales, adicionales para los programas sociales, la suba de la tarjeta Alimentar, el dólar soja, la eliminación de retenciones a economías regionales y el último PreViaje son esfuerzos fiscales que no concuerdan con el objetivo enunciado para este año de un déficit de 1,9% del PBI (que ya fue superado).

El ajuste tan temido

Pero Massa plantea como objetivos para 2024 equilibrio fiscal y fuerte superávit comercial, acumulación de reservas, simplificación cambiaria y, sobre todo, déficit cero, "producto de un Estado más austero en términos de gasto, pero también de una mayor justicia tributaria".

Es probable que poner en marcha este paquete de objetivos luego de las elecciones significará dar un giro de 180° con respecto a estos meses de campaña desde el Estado. Un ajuste drástico. El desorden del gasto público es visible. Y se lo financia con inflación.

El interrogante queda abierto: ¿Massa -si gana- seguirá los pasos de Menem o los de Kirchner? Tal vez ni lo uno ni lo otro.

La profundidad de la crisis que afronta el país en este recambio histórico no da lugar a improvisaciones. A cualquiera de los dos, Javier Milei y Sergio Massa, quien sea el que gane.

Apostar a un crecimiento económico circunstancial en base a las exportaciones de oleaginosas y cereales y a la bendición de Vaca Muerta es correr demasiado riesgo. Es atar nuestro destino a una buena cosecha y a la cotización de los granos en el mercado internacional, es tan ingenuo como esperar la ayuda de la Pachamama o los consejos del perro Conan.

En una nebulosa

El país atraviesa un fin de ciclo. El comienzo del nuevo ciclo estará a cargo de uno de dos candidatos emergentes del naufragio de los partidos políticos.

Sergio Massa hizo un recorrido sinuoso dentro y fuera del peronismo, pero desde 2019 fue una figura clave del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, primero como presidente de la Cámara de Diputados y desde agosto de 2022 como superministro de Economía. La fractura interna del Gobierno le permitió convertirse en presidente de hecho, sobrevivir al huracán inflacionario y presentarse como una especie de mesías, que llega de afuera y que no tiene nada que ver con la actual gestión.

La destreza política del ministro le permitió postergar al kirchnerismo, que lo apoya a disgusto pero por necesidad, y eclipsar al resto de los protagonistas de lo que ahora se llama Unión por la Patria.

A su favor, Massa cuenta ahora con las contradicciones y desacoples y hasta el infantilismo político de la oposición. La lucha interna llevó a la derrota a Juntos por el Cambio y desnudó que en esa coalición coexisten dos proyectos inconciliables, con objetivos e intereses diferentes.

De ese modo, Mauricio Macri, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta no solo clausuraron sus caminos para la posibilidad de una victoria, que era cierta, porque el oficialismo implosionó con cuatro años de torpezas y escándalos, y Javier Milei parecía un ave de paso.

Ahora, después del 22 de octubre, el acuerdo compulsivo entre Macri y Milei multiplica las reyertas internas en la coalición, pero también sumerge a los libertarios en un clima que es el menos recomendable para transmitir confianza a un electorado que, en su mayoría, es escéptico.

Las dos figuras dominantes de los últimos tres lustros, Mauricio Macri y Cristina Kirchner, mostraron su debilitamiento ante la imposibilidad de presentarse como candidatos presidenciales. Ambos se autoproscribieron tras la lectura de las encuestas. Los dos comparten la responsabilidad de una crisis que es macroeconómica, pero que echa raíces en la extinción de los partidos políticos.

Por eso, entre la ciudadanía el estado de ánimo generalizado es la incertidumbre y la bronca. De ahí que los finalistas de esta larga carrera electoral sean dos candidatos casi ilógicos.

Javier Milei es un personaje extravagante, que propone una revolución confusa e iconoclasta. Pero no ofrece certezas ni muestra solidez política.

Sergio Massa es un político profesional con una historia conocida, bastante sinuosa, que se impuso primero a la resistencia casi unánime de los kirchneristas y afines, y luego salió airoso del desastre inflacionario de gestión gracias a un despliegue asombroso de recursos del Estado.

A dos semanas de las elecciones, nadie arriesga a opinar qué pasará el lunes 20.

 

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