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Los trágicos errores de Putin

Viernes, 30 de septiembre de 2022 01:51

De sabios, y de aprendices de brujos… Pocos días después de la invasión de Putin a Ucrania, este articulista escribió una nota publicada en El Tribuno titulada: "Putin, Putin, qué pequeñín…", haciendo referencia, no a la discreta estatura del líder ruso, pero sí a su cortedad de miras, que lo llevó a una invasión gigantesca sin importarle ni medir las duras y contundentes advertencias que Estados Unidos y otros países le hicieran respecto a las consecuencias de su proceder.

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De sabios, y de aprendices de brujos… Pocos días después de la invasión de Putin a Ucrania, este articulista escribió una nota publicada en El Tribuno titulada: "Putin, Putin, qué pequeñín…", haciendo referencia, no a la discreta estatura del líder ruso, pero sí a su cortedad de miras, que lo llevó a una invasión gigantesca sin importarle ni medir las duras y contundentes advertencias que Estados Unidos y otros países le hicieran respecto a las consecuencias de su proceder.

Seguramente, el planteamiento habrá sido considerado muy audaz, especialmente si se tiene en cuenta que gigantes del análisis internacional, como Jorge Castro o Henry Kissinger, por ejemplo, deslizaban comentarios que daban a entender que Rusia habría tenido cierta "justificación" al proceder a la invasión, a la vez que le habría proporcionado a Ucrania las consabidas advertencias previas.

Por cierto, todas las decisiones que se toman se supone que tienen su fundamento, o al menos su justificación, y es claro que la referida nota no pretendía sustituir o rechazar los sólidos y sesudos planteos que estaban detrás de las expresiones de los analistas internacionales que exponían las razones de Putin. Lejos de eso, lo que inspiró la nota aludida, y otra escrita poco después, también publicada por El Tribuno ("Putin, Putin: pon en bolsa tu violín"), era la ostensible evidencia de que Rusia no estaba en condiciones de proponer exitosamente una guerra que le significaba enfrentar las enormes sanciones económicas, financieras y tecnológicas de Occidente, al mismo tiempo que era no menos ostensible la decisión de Estados Unidos y Europa de apoyar en todos los aspectos necesarios a Ucrania.

Perspectivas de la guerra

Por lo general, cuando se lee respecto a las guerras lo que resalta es el balance de los equipos y soldados que los países enfrentados han puesto en juego, con un análisis complementario respecto a las motivaciones por las que la guerra se habría desatado, a lo que habría que añadir que tampoco suele añadirse un pormenorizado y racional análisis respecto de las posibles consecuencias de las decisiones tomadas por los países que se lanzan a la guerra.

Así, en la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, se enfatiza respecto de la clara superioridad tecnológica alemana respecto de la británica en términos de equipos mecanizados y aviones principalmente, pero se habla poco de la enorme fragilidad de la organización económica del Tercer Reich, comparativamente a la del Reino Unido, basada aquella en la ocupación, el pillaje y la rapiña en las economías invadidas, omitiéndose, hasta que se hacía evidente, el costo cada vez mayor de abrir incontables frentes, con las consecuencias sobre la logística, para no hace mención a los no menores costos en términos de sabotajes y destrucción de pertrechos y vidas de soldados y oficiales alamanes, complicaciones que, obviamente, también experimentaron Italia y Japón que empleaban similares métodos con también idénticas consecuencias.

La reacción de Ucrania

Algo de esto ocurre en la presente guerra, y probablemente la reacción de Ucrania, aun cuando la invasión no fue por supuesto una sorpresa al haber evidentemente tomado nota de la ocupación previa de Crimea y las provocaciones en regiones del este, igualmente sorprendió al mundo, y especialmente a Putin, quien infatuado por creerse un zar poco menos que divino (e ignorando paradójicamente el trágico final de los zares) pensó que el país invadido, "gobernado por un payaso y homosexuales", era presa fácil de los mastodontes soviéticos que conformaban gran parte de sus fuerzas militares, al considerar a Ucrania incapaz militar y moralmente de hacerles frente.

El error de cálculo de Putin fue claramente monumental, porque tampoco se percató que por muy dedicados al humor que sean sus oponentes, no necesariamente carecen de la prudencia y previsión que a él le faltan. A la vez la sobreestimación que tiene (o tenía, al menos) de sus propias fuerzas no tenía por qué ser compartida por Occidente, que, en la órbita de la OTAN, estaba perfectamente al tanto de las debilidades de la Rusia de Putin, a la vez que, no menos importante, los países que no pertenecían a esa organización militar, como Finlandia y Suecia, tampoco se amedrentaron por el patoterismo de Putin ni se dejaron intimidar por sus bravuconadas.

Indudablemente, por muchas y muy elaboradas razones que Putin pretenda presentar para su torpeza, es conocido el refrán que, justamente, enseña que nadie puede invocarla para validar sus actos.

Debería aceptarse que es enteramente incomprensible su "aventura", ya que no sólo llevó adelante una empresa absurda y costosísima para su propio país, y obviamente para Ucrania, sino que, lejos de afianzar su liderazgo y el de Rusia, la hizo retroceder en todos los aspectos, a la vez que ha quedado ante el mundo como un homicida, responsable de las mayores atrocidades, muchas de las cuales el pueblo ruso experimentó en su Guerra Patriótica, lo que debió haber forjado en Putin una dimensión más humana. La lección para el mundo de la brutalidad, el horror y la torpeza infinita de Hitler ha calado muy hondo en Occidente, espacio que, pese a sus muchos errores de antes y ahora, tiene en claro que los valores de la libertad y la independencia no son negociables y exhibe un compromiso contundente de defenderlos. En simetría, Putin, quien como ruso ha padecido en una gigantesca dimensión, cuanto menos en su memoria, los horrores y bestialidades del monstruo Hitler, en lugar de elevarse por encima de esas atrocidades y bajezas, disfruta, indudablemente, de cometerlas sin contemplaciones ni fisuras. Parecería que Putin ha experimentado el "síndrome de Estocolmo", que lleva a las víctimas a identificarse con su victimario. Putin, luego de los tropiezos en general, y especialmente, en respuesta a la masiva retirada de sus tropas de los territorios recapturados por Ucrania, ha decidido una movilización parcial, reclutando 300.000 nuevos soldados (imitando la fuerza adicional incorporada por la OTAN), y al mismo tiempo fuerza referendos, obviamente "truchos", en las regiones que él considera prorrusas, a la vez que, verosímilmente, llevará a cabo algunas acciones de aún mayor violencia que permitan exhibir al menos una "victoria" parcial. Es también altamente probable que, luego del "éxito" que imagina, frene las acciones bélicas tal como le reclaman India y China, porque además carece de "resto" para una guerra indefinida, especialmente en condiciones en las que no logra torcer al "enemigo".

Sin embargo, la tensión entre Rusia y Occidente no cederá, y, muy por el contrario, ambas partes entenderán que la confianza que había comenzado a construirse con Gorbachov y Yeltsin se ha roto irremediablemente. Es muy improbable que Putin pueda considerar su aventura militar como un éxito real, excepto considerando como tal las masacres perpetradas que laceraron a ambos pueblos.

Tampoco entra en su haber el odio definitivo que ha creado en Ucrania hacia todo lo que huela a ruso. En definitiva, aun si Putin ganara esta guerra, su victoria será como la de Pirro en la antigua Roma.

 

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