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Generación AR vs. anacronismo

Viernes, 30 de septiembre de 2022 01:51

Una generación se define por una lectura similar de la realidad, más que por un criterio biológico. Una mirada retrospectiva de nuestra historia permite identificar los grandes hechos políticos que las aglutinaron: la Revolución del Parque, cuando nace el radicalismo; el 17 de octubre, origen del peronismo; 1983, restauración de la democracia; y 2001, la implosión del sistema de partidos tradicionales.

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Una generación se define por una lectura similar de la realidad, más que por un criterio biológico. Una mirada retrospectiva de nuestra historia permite identificar los grandes hechos políticos que las aglutinaron: la Revolución del Parque, cuando nace el radicalismo; el 17 de octubre, origen del peronismo; 1983, restauración de la democracia; y 2001, la implosión del sistema de partidos tradicionales.

Cada uno configuró el tiempo que siguió, con un entendimiento común de los temas pendientes. Estamos ante un cambio generacional, alrededor esta vez de un factor gravitante que lo ha acelerado todo: la pandemia.

La distorsión ha sido financiera pero esencialmente moral: una inflación galopante y una red de contención con subsidios sociales que es insuficiente e injusta; y la ruptura de los circuitos de la economía informal, eso que se ha llamado atinadamente el "cuentapropismo existencial".

Los efectos han sido devastadores. El más grave es que gran parte de la sociedad, especialmente los jóvenes, han perdido la ilusión. Es algo que no distingue entre situaciones de clase, sino que atraviesa a toda una generación por igual. Este y no otro es el dato que la marca a fuego: en vez de reclamar su espacio en la realidad política del país, emigra o se sume en algo peor que la indiferencia. También es el signo del fracaso estrepitoso del gobierno.

A no engañarse: lo que viene es un desafío mayúsculo. La clave está en interpretar las tendencias sociales poner al sistema institucional a dar respuestas, buscando una hegemonía política desde esa comprensión, que permita realizar los cambios imprescindibles. No basta con repartir subsidios ni aumentar la plantilla de trabajadores estatales; tampoco con romper la piñata de los derechos; y menos el otro extremo, eso de prometer acabar con las castas, sabiendo de ante mano que es un callejón sin salida.

Los recientes conflictos gremiales son un botón de muestra del contexto. Como están, los sindicatos son una institución anacrónica y antidemocrática, con una desviación de su rol fundamental: no representan a los trabajadores sino a algunos privilegiados. Funcionan bajo un esquema perverso, de parodias de negociación, a cambio de cajas y marchas rentadas cuando sea menester. Los precarizados, bien, gracias.

En promedio, la alternancia del poder sindical es nula; son las mismas caras y mañas desde hace más de cincuenta años. Y aquí el gran cambio que está ocurriendo: a pesar de ganar elecciones inexplicables, los reyes sindicales van quedando desnudos; más temprano que tarde, el status quo será desafiado por una generación cansada de los tejes y manejes con los de siempre, de espaldas a los trabajadores.

Son tiempos fundacionales. Demasiados los indicios como para no entender la gravedad de la situación, y el riesgo de que todo se salga de cauce y toque los extremos y más allá. Italia es más que una sugerencia.

Tiempo de poner el sistema institucional a funcionar a pleno, con energía y creatividad para cambiar lo que haya que cambiar, porque son agudas las urgencias para soluciones de otro tiempo. Una nueva generación lo exige.

 

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