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"La extracción de la piedra de la locura"

Domingo, 11 de septiembre de 2022 00:00

Tuve la suerte de trabajar en Madrid casi tres años seguidos; tanto viajando con frecuencia como pasando varios períodos de tiempo en esa ciudad hermosa y particular. También tuve otra suerte; desde mi lugar de trabajo al hotel pasaba todos las tardes por el Museo del Prado justo en el horario en el que este abría sus puertas al público sin cobrar entrada. Así, pude armar una rutina de visitar el museo casi todos los días. Poco tiempo después me di cuenta de que, al entrar, iba directo a una sala en el subsuelo donde están las obras de Jeroen van Aken o Hieronymus Bosh; más conocido como "El Bosco".

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Tuve la suerte de trabajar en Madrid casi tres años seguidos; tanto viajando con frecuencia como pasando varios períodos de tiempo en esa ciudad hermosa y particular. También tuve otra suerte; desde mi lugar de trabajo al hotel pasaba todos las tardes por el Museo del Prado justo en el horario en el que este abría sus puertas al público sin cobrar entrada. Así, pude armar una rutina de visitar el museo casi todos los días. Poco tiempo después me di cuenta de que, al entrar, iba directo a una sala en el subsuelo donde están las obras de Jeroen van Aken o Hieronymus Bosh; más conocido como "El Bosco".

Quizás suene incorrecto e injusto lo que voy a decir, pero, ese subsuelo, esas obras de El Bosco, logran empequeñecer todo un Museo que reboza de pinturas de Goya; Murillo; El Greco; Rafael y otros tantos tantos artistas geniales. Sin embargo, siento que las obras de El Bosco empequeñecen hasta el propio museo. Sus trabajos me parecen tan deliciosos, tan exquisitos, tan fuera de lo común; que, para mí, pronto todo el resto del museo pasó a un segundo plano.

La lobotomía

Esa sala en particular contiene un tríptico mágico: "El jardín de las delicias". Una obra magnífica. Una joya única y una completa rareza en la constelación de obras del arte medieval. Apenas entrado al museo iba casi de manera automática y sin pensar hasta esa sala en el subsuelo, y me pasaba horas contemplando esa obra delirante y magnífica como pocas. Es imposible absorber todos sus detalles de una única vez. Ni viéndola quinientas veces se es capaz de traducir en palabras sus miles de imágenes o de explicar la experiencia que produce el verlas. El contemplarlas. El estar de pie ante una obra que, más de quinientos años después de haber sido pintada, todavía sigue deslumbrando. He visto pocas manifestaciones de talento, de creatividad desbordada y, por qué no, de locura tan entremezcladas y vívidas.

Es normal que, ante esta joya medieval, pase desapercibida otra obra más simple pero tan impresionante como la primera. Esta otra obra, una tabla de madera pintada al óleo -algo bastante característico del arte flamenco- no tiene más de cuarenta y siete por treinta y cuatro centímetros. No por pequeña es menos aterradora o categórica e incisiva. La "tavola" muestra algo que era una práctica habitual en la Edad Media: se creía que los locos tenían una piedra en la cabeza, y que la forma de curar esta locura era efectuando una lobotomía. Imaginemos el grado de barbarie que podía implicar una lobotomía en la Edad Media; sin instrumentos quirúrgicos y sin anestesia.

El cuadro es una forma de denuncia de El Bosco por esta práctica barbárica tan instaurada en su época y que se aprovechaba de la ignorancia de la gente. La imagen, que tiene como trasfondo una pacífica y bucólica campiña, muestra a un "doctor" -¿torturador?- que lleva un embudo de hojalata en la cabeza -símbolo de su propia locura-, mientras extrae la piedra de la locura de la cabeza de un pobre hombre que se aferra con terror a los brazos de la silla donde le efectúan la operación.

El "paciente" tiene su morral de dinero atravesado por un puñal -muestra de la estafa de la que fue víctima-; mientras que el médico tiene su propia bolsa de dinero a rebosar, muestra evidente de su avaricia. Es llamativo que lo que este "doctor" extrae, en vez de una piedra, es un tulipán. ¿Un truco de magia? ¿Un símbolo de la inocencia? ¿Una referencia a su Holanda natal? ¿O la visión del artista de que la locura no es una piedra que deba ser extraída sino una semilla a ser cultivada? En la mesa se encuentran restos de tulipanes ya extraídos. Mustios.

Los cómplices de la operación son un fraile y una monja -o una persona que representa a la ciencia; en esto no hay consenso-. Ella apoya la mejilla sobre su palma ajena al sufrimiento del paciente y ausente de todo lo que ocurre en esa operación, con una mirada entre perdida e indolente; o a mitad de camino entre el asco y el hastío para otros; de allí que ambas interpretaciones -monja o ciencia- puedan ser válidas. Tiene un libro de terciopelo rojo -símbolo del conocimiento- cerrado sobre la cabeza; lo que podría simbolizar tanto la ignorancia de la monja como la sabiduría de la ciencia que se cierra ante la barbarie. El fraile lleva un cántaro de vino que escancia mientras parlotea tratando de distraer al paciente. Los frailes, a los ojos del artista, eran una banda de borrachos llenos de vicios y creadores de falsas creencias.

Con esta obra El Bosco pinta una crítica quirúrgica contra los que creen estar en posesión del saber pero que, al final, son más ignorantes que aquellos a los que pretenden sanar de su "locura". Lo expresa Michel Foucault de manera contundente en su "Historia de la locura" en la época clásica: "El famoso doctor del Bosco está mucho más loco que el paciente que intenta curar, y su falso conocimiento solo revela los peores excesos de 

una locura que es de inmediato evidente para todos, excepto para él mismo".

Otro hombre de hojalata

Curiosamente, hay otro hombre famoso en la literatura que usa un embudo de hojalata puesto al revés como sombrero; el Hombre de Hojalata del "El Mago de Oz". En esta obra, tanto en el libro como en la película, el pensar, el sentir y el actuar están representados por El Espantapájaros, El Hombre de Hojalata y el León. Mente, corazón e instinto. Todos caracterizados por personajes distintos. Que se encuentran y se complementan entre sí con el discurrir de la trama pero que están representados por personajes separados.

Como si el pensar, el sentir y el actuar tuvieran que estar disociados y no pudiera haber un único personaje que reúna estas capacidades juntas. El poder pensar, sentir y actuar; todo en único ser. Quizás este sea el síntoma más grave de la modernidad. O de la alienación que provoca esta posmodernidad. Pensar, sentir y actuar no están alineados. No pueden estar alineados. Se piensa una cosa, se siente otra y se dice y se actúa de una tercera manera. La no alineación de estas capacidades provoca la alienación del individuo y de la sociedad.

La historia del Hombre de Hojalata es curiosa: "Erase una vez un apuesto leñador que quería casarse con una preciosa muchacha. La joven le pidió que, para acceder a su petición, debería demostrarle que sabía ganar suficiente dinero como para sustentar un hogar. Él se fue al bosque a talar árboles sin descanso y así conseguir su amor. Pero la doncella vivía con una anciana que no deseaba quedarse sola. Así que llamó a la Malvada Bruja del Este, quien le prometió, a cambio de dos ovejas y una vaca, que impediría la unión. La bruja hechizó el hacha del leñador, la que se volvió resbaladiza. Cada vez que se caía de sus manos le cortaba una parte de su cuerpo. El leñador fue sustituyendo las partes cercenadas por partes de hojalata, hasta que ya no hubo nada para cortar.

Quedó convertido en un leñador de metal, y siguió trabajando hasta que sus articulaciones se oxidaron. Nunca más supo de su prometida y, como no tenía corazón, tampoco se acordaba lo que sentía por ella. Estaba vacío y por ello anhela recuperar su corazón. "Intuyo que podría ser algo parecido a un humano, si tuviera un corazón…".

El Hombre de Hojalata lleva el mismo gorro de hojalata que el falso médico del Bosco. Difícil encontrar mejores retratos para un político, hoy en día, que el hombre de hojalata que busca un corazón para ser humano y poder sentir; o el médico del Bosco, que pretende curar a un pobre ignorante sin saber ni qué debe remediar ni cómo debe hacerlo.

No creo que sea casualidad que, en momentos de una de las mayores crisis política y económica de la argentina, en casi todos los estamentos de la sociedad podamos identificar a gente que se parece a esos arquetipos retratados por El Bosco. ¿Seremos nosotros ese paciente que se somete, tan entregado y pasivo, a una operación que solo puede traerle más locura, más dolor y una mayor alienación?

¿Cuántas sociedades han depositado una confianza ciega en farsantes míticos y han creído en la solidez de sus falacias y en su falsa seguridad; mientras recorrían -indolentes- el camino de la locura? Italia. Alemania. China. Rusia. Corea del Norte. Irán. Turquía. Imperios antiguos y nuevos. Países nuevos y viejos. Sobran los ejemplos históricos en todos los arcos históricos en todas las geografías.

Lo peor de todo es que, llegados a este punto, no logro distinguir quién es el Espantapájaros, quién es el León y quién el Hombre de Hojalata. Quién es el falso médico, quién el sufriente paciente; quién el fraile o quién la callada e indolente monja. O si hay alguna ciencia siquiera. Tampoco sé cuál de todos nosotros carga con la piedra de la locura en su frente. O si esta es una piedra o un tulipán; o si debemos extraerla o cultivarla.

"La extracción de la piedra de la locura". Un cuadro maravilloso y cruel pintado hace más de quinientos años que nos retrata hoy con una precisión magistral.

Quizás este cuadro y esta reflexión nos ayuden a rescatar la necesidad de una educación fundada en valores. Una educación que trabaje en la alineación básica y fundamental entre el pensar, el sentir y el actuar; una educación que nos cure por fin la alienación. Una educación que rescate el esfuerzo, el saber; que entronice el mérito de saber. Una educación que ayude a desenmascarar y a desterrar a los falsos saberes tanto como a los falsos profetas. Educadores como jardineros excelsos que nos cultiven tulipanes en la cabeza. No dementes que nos los extraigan.

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