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Como burros atados a una noria

Domingo, 21 de agosto de 2022 02:54

La Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (Ctera) convocó a un paro docente el pasado miércoles 10 de agosto. La medida -de alcance nacional- fue en defensa de un dirigente gremial encontrado culpable de haber iniciado un incendio en la Legislatura de Chubut.

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La Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (Ctera) convocó a un paro docente el pasado miércoles 10 de agosto. La medida -de alcance nacional- fue en defensa de un dirigente gremial encontrado culpable de haber iniciado un incendio en la Legislatura de Chubut.

Gremialista incendiario

Entendamos bien el hecho: Santiago Goodman, exsecretario general de la Asociación de Trabajadores de la Educación de Chubut (Atech), fue declarado culpable por la Justicia por el delito de "incendio gravoso", hecho ocurrido durante una manifestación en septiembre de 2019 cuando, reitero, provocó un incendio en el edificio de la Legislatura provincial. Resultan imperdibles las columnas de Walter Neil Bhler y de María Silvia De la Zerda, publicadas días atrás en estas páginas, para entender mucho mejor la raíz del conflicto y su insania.

El sindicato reaccionó repudiando el fallo, acusando a la Justicia de "armar la acusación" - alegato frecuente estos días-; se manifestó "contra la judicialización de la protesta social y contra la condena a Santiago", reclamó la apertura de las paritarias provinciales, solicitó un aumento de emergencia a los jubilados docentes nacionales, y la resolución de los conflictos gremiales en Mendoza, Santa Fe, San Luis y Corrientes. La Biblia y el calefón en la misma canción.

El señor causó un incendio en un edificio público. Se demostró su delito. Fue hallado culpable. El precio, sin embargo, lo pagaron chicos que se quedaron sin clases. ¿Por qué los niños del sistema escolar público quedaron de rehenes -otra vez- de un sindicalismo educativo corporativista y mafioso que parece más un enemigo declarado de la educación pública en lugar de su acérrimo defensor?

Como dice María Elena Polack en La Nación: "No es nuevo que la única propuesta de los sindicatos docentes en el país es hacer un paro y dejar siempre en la banquina del conocimiento a miles de argentinos de todas las edades y sin desayuno, almuerzo o merienda a otros tantos miles cuyas familias ya ni siquiera funcionan como proveedoras de alimentos. Menos para reclamar un cambio profundo de enseñanza adentro del aula, donde son casi los dueños del aprendizaje y los responsables de la degradación educativa, los gremios docentes -como en todas las demás disciplinas laborales en blanco-, siempre recurren a una fórmula de impacto mediático y sin respuestas de fondo: parar". Nada nuevo. Nada innovador. Nada que sea pensando en la educación pública que tanto dicen defender ni por la educación de los niños más carenciados a los que juran proteger.

Estadísticas penosas

Recordemos que todo esto no pasa en Noruega. Pasa acá, en Argentina. Un país donde solo 16 de cada 100 chicos que inician la escuela primaria terminan el secundario en tiempo y en forma. Un país en el que solo 3 de cada 10 niños comprenden lo que leen y solo 4 de cada 10 saben hacer una cuenta matemática básica.

Un país en el que una fábrica, Toyota, no pudo cubrir vacantes laborales porque las personas que se presentaron a cubrir esas posiciones no fueron capaces de comprender lo que se les hizo leer.

Un país en el que el Consejo Federal de Educación de la Provincia de Entre Ríos considera que las calificaciones deben ser entre cuatro y diez para evitar "el impacto subjetivo que notas menores podrían ocasionar en los alumnos".

O donde, en Formosa, los alumnos pueden pasar de año con 19 materias previas gracias a un decreto de Gildo Insfrán firmado por su ministro de Educación.

Un país donde solo egresa una porción ínfima de los estudiantes que ingresan al sistema universitario, hoy convertido en unidades básicas y en usinas de adoctrinamiento. Un país donde solo el 1% de la población tiene un título de posgrado.

Un país que, de manera sistemática sale en el fondo de la tabla en cuanta evaluación educativa internacional se hace y donde, entre 2020 y 2021, se desconectaron del sistema educativo más de un millón y medio de alumnos. Todavía no hay cifras claras sobre cuántos de esos niños se volvieron a reinsertar en el sistema; solo sabemos que son una fracción.

Pobres alumnos

También sabemos que el sindicalismo educativo no solo no hizo ningún reclamo por la reapertura del sistema escolar luego de la interminable cuarentena por la pandemia; sino que, por el contrario, llevó adelante protestas para no reabrir las aulas acusando a todos aquellos que buscaban hacerlo de "negacionismo sanitario".

Podría seguir enumerando hechos que hablan de nuestra pobreza educativa, moral e intelectual por páginas enteras. Es innecesario; todos la conocemos, aunque insistamos en barrerla bajo la alfombra o escondamos la cabeza bajo la tierra, como el avestruz. ¿Al menos nos avergonzamos o ni siquiera eso?

Así, llegamos al absurdo de ser objeto de estudio de una universidad noruega. Por lo que somos y -sospecho- para extraer lecciones de todo lo que no hay que hacer a menos que se busque destrozar -ex profeso- el sistema educativo; la calidad educativa de los estudiantes; o la posibilidad de esos alumnos de obtener un trabajo y un salario digno más adelante.

Nos estudian en Noruega

Alexander Willén, profesor de Economía en la Escuela Noruega de Economía en Bergen junto con David Jaume, un investigador de la Universidad de La Plata; publicaron un estudio sobre el caso argentino.

 ¿Por qué el caso argentino? Después de todo, también se registraron huelgas de docentes en Canadá, Chile, China, Francia, Alemania, India, Israel, Líbano, México, Rusia y Estados Unidos. 
¿Qué hace a Argentina tan especial como para merecer ser considerada un caso de estudio? Simple. 
La cantidad, variedad y duración de las huelgas; hecho que nos convierte en un caso único y provee a los investigadores de suficientes datos como para sacar conclusiones respaldadas por datos duros.
Entre 1983 y 2014, Argentina sufrió 1.500 paros docentes, con duraciones y alcances variables entre esos años y entre provincias. Por ejemplo, en el período analizado y, en promedio, las provincias perdieron 372 días completos de clases; variando desde 188 días en La Pampa a 531 días en Río Negro. El tiempo promedio perdido a nivel nacional, para las escuelas primarias, fue de 88 días; la mitad de un año escolar. ¡Como si pudiéramos darnos tal lujo!
El estudio muestra el devastador efecto que provocan estas continuas interrupciones educativas en el mercado laboral futuro. En promedio, aquellos chicos que sufrieron paros docentes frecuentes vieron decrementados sus ingresos futuros. La falta de clases no solo aumenta la inequidad educativa, sino también la económica al tiempo que acentúa la diferencia de ingresos por género. Qué raro esto viniendo de una coalición que asegura que vino a combatir la inequidad económica y social y a rediseñar el sistema económico mundial. Insólito también para una administración pública que hace de la igualdad de género casi su única bandera y política de Estado estable.

Un cálculo hecho por los investigadores muestra que las pérdidas a la economía en dicho período -como producto de los paros- fueron de 2.340 millones de dólares y que equivalen a haber otorgado un incremento de un 62,4% a todos los docentes de nivel primario del país. La publicación también muestra una alta correlación entre estos frecuentes paros docentes en la escuela primaria y un desempleo prolongado posterior, o el ingreso a un mercado laboral más precarizado de estos alumnos. También muestra una correlación positiva con la población de jóvenes que, más adelante, no estudian ni trabajan. Recordemos que Argentina se encuentra entre las poblaciones mundiales con mayor porcentaje de “población ni-ni” (ni estudia ni trabaja), ostentando un lamentable 34%.
Entre otros hallazgos, el estudio establece que los efectos son más profundos en chicos que sufrieron estos paros en la escuela primaria que en aquellos que los sufrieron en la escuela secundaria, así como demuestra que tienen efectos más perniciosos y duraderos entre las poblaciones más vulnerables. Nada que debiera llamarnos la atención -es casi una verdad de Perogrullo-, solo que ahora queda probado de manera estadística.
Para terminar, también muestran que estas interrupciones tienen efectos intergeneracionales con pérdida educativa de padres a hijos, e ingresos familiares menores de esos hijos. Nada que escape tampoco al sentido común, el menos común de los sentidos en esta Argentina perdida y no encontrada consigo misma.

 Educar en la deseducación

Un estudio del Observatorio Argentinos por la Educación muestra que existe una fuerte correlación positiva a formar pareja entre niveles socioeducativos similares. Así, es fácil entender cómo estamos hundiendo a generaciones enteras. 
Desentendiéndose por completo de esto, el sindicalismo docente argentino se da el lujo de cortar las clases como único medio de protesta ante una condena a un delincuente que inició un fuego en un edificio público con toda intención y alevosía. Por desgracia eso también educa en esta deseducación y anomia que nos inunda. En esta barbarie y bestialidad que nos marca y desborda a diario.
Los ejemplos se multiplican. Atacamos a la justicia; a la policía y a las fuerzas de seguridad; reivindicamos a los delincuentes; romantizamos la pobreza y la miseria; enseñamos a estar en contra de todo el sistema de normas básicas y elementales de convivencia pública y ciudadana; educamos en la anomia. Deseducamos.
Mientras no nos erijamos sobre valores morales elementales, mientras no premiemos el esfuerzo y condenemos de manera inequívoca la toma de atajos, mientras no modernicemos los programas educativos y los planteles docentes, mientras nada de todo esto cambie, entonces, solo nos vamos a condenar a nosotros mismos a dar vueltas y vueltas como burros atados a la noria del atraso y de la pauperización intelectual, económica, moral y social. Vamos a seguir quedando afuera de las permanentes y sucesivas revoluciones tecnológicas que ocurren cada vez a mayor velocidad. Nos vamos a condenar a nosotros y a las generaciones que vienen a esa “africanización” que tanto nos irrita escuchar. 
Si esto es lo que buscamos, vamos por buen camino. Burros atados a una noria. Dando vueltas sin cesar.
 
 

 

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