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Orígenes de la relación entre el perro y el hombre

La Historia revela posiciones antagónicas sobre los principios de esta milenaria conexión entre el hombre y su “mejor amigo”.
Sabado, 21 de mayo de 2022 22:04

El comienzo de la relación entre el hombre y el perro es un punto muy controvertido, tanto en lo que respecta a la época en que se produjo como en lo relativo a la naturaleza de los antepasados de los perros actuales.

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El comienzo de la relación entre el hombre y el perro es un punto muy controvertido, tanto en lo que respecta a la época en que se produjo como en lo relativo a la naturaleza de los antepasados de los perros actuales.

Algunos autores se basan en una pintura rupestre española para afirmar que el primer perro doméstico vivió hace 5.000 años, sin embargo, esta data no parece muy fiable, por lo que resulta preferible referirse a los restos óseos de un perro doméstico americano intermedio entre el dingo y el lobo que tiene una antigüedad de 8.400 años. 

Tampoco deja de presentar dificultades la identificación de los antepasados del perro pues, al menos para algunos investigadores, queda resolver si se debe considerar al chacal dorado (Canis aureus) como el origen de los perros actuales o bien reconocer la prioridad del lobo en este aspecto.

A favor del chacal están su facilidad para coexistir con el hombre, su tendencia a ladrar para advertir de una presencia cualquiera, su afición a las caricias y un innegable parecido físico con determinadas razas de perros. 

Pero también el lobo se parece al perro, aparte de que las semejanzas en la dentadura y en algunos aspectos de la vida social refuerzan la hipótesis del lobo antepasado del perro. En realidad, muchos autores, entre los que se destaca Konrad Lorenz, se inclinan a considerar que una parte de los perros descendería del chacal y la otra del lobo, y que la probable Inter fecundidad entre estas dos especies permitiría explicar la variedad de las razas actuales.

En todo caso, la existencia del pequeño lobo de la India (Lupus pallipes), que tiene un enorme parecido con el chacal, ha vuelto a replantear la cuestión. 

Frente a esta confusión, muchos autores piensan ahora que los perros actuales descenderían de perros salvajes salidos de este pequeño lobo y cuya morfología sería muy parecida a la del dingo australiano. La hibridación de estos perros salvajes con lobos también podría explicar la existencia de ciertas razas y permitiría comprender por qué las mandíbulas de los perros presentan tanta semejanza con las de los lobos.

Amor

Cualquiera que sea el origen exacto de las razas caninas actuales: ¿cómo se asociaron el hombre cazador y los antepasados del perro? Todo hace creer que lo que los acercó fueron sus modos de caza en grupo y sus jerarquizadas organizaciones sociales. De hecho, la formulación de una hipótesis complementaria podría dar una explicación plausible a la sutileza de las relaciones entabladas por dos especies tan diferentes. 

Podría creerse que el repertorio de posturas y las mímicas que constituyen el sistema de comunicación no verbal del hombre serían inteligibles para el perro y que, a su vez, una buena parte de las señales emitidas por el perro serían espontáneamente comprendidas por su amo. 

A partir de esta constatación, existiría un modelaje recíproco de las señales mediante los fenómenos de “tendencia a la asimilación” definidos por Hediger; es decir, que ambos interlocutores modificarían sus respectivos sistemas de comunicación incorporando elementos propios de la otra especie. Así se llegaría a un modo de comunicación intermedio que permitiría mejorar la inteligibilidad del mensaje.

Por otra parte, es interesante observar hasta qué punto llegan a comunicarse el cazador y sus perros todavía hoy y como aumenta así la eficacia de su colaboración, lo que nos lleva indefectiblemente a la idea de que fue a través de la caza como se asociaron el hombre y el perro.

Desprecio

Sin embargo, esa atracción casi espontánea no ha sido constante en la historia de la relación entre el hombre y el perro. Ésta se caracteriza, en realidad, por una oscilación permanente entre la atracción y la repulsión. 

Podría decirse que el perro era muy poco apreciado en todo el mundo circunmediterráneo, salvo en el Egipto faraónico, porque se le reprochaba que portaba la rabia, devorara los cadáveres y ladraba durante la noche. 

En la antigüedad griega se escribieron muchos textos que consideraban al perro como un animal carroñero. Cuando Héctor murió a manos de Aquiles, ¿no lo dejaron como pasto de buitres y perros? Esta tradición también existía entre los judíos puesto que fueron perros los que despedazaron el cuerpo de Jezabel (II Reyes, IX). 
Además de esta función degradante, al perro se le atribuye el estatuto de esclavo a quien se sanciona con la máxima severidad, tal como hacían los romanos flagelando perros cada año para castigar su falta de vigilancia en la toma del Capitolio. 

Por otra parte, la rabia fue la gran obsesión de los médicos griegos quienes, desde Hipócrates, repetían que la rabia del perro es tan temible como el veneno de la víbora. 

Por último, también al perro se le asociaba con los poderes maléficos, aunque no tanto como los que eran atribuidos a los gatos.

Sin embargo, la etiqueta de impureza que se impuso al perro procede del mundo judeocristiano y musulmán. La Biblia está repleta de frases que subrayan la indignidad del perro. Sin embargo, la imagen del perro está más cerca de la posición de divinidad que ha ocupado y ocupa todavía a veces en algunas religiones. 

Los egipcios lo adoraron y embalsamaron, los persas lo tuvieron por un buen genio llamado Can y los celtas lo veneraron con el nombre de Cu, nombre que se convirtió en el prefijo de nobleza de algunos célebres jefes como Cunobelin o Cymberlin.
 

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