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Los economistas y los políticos se resignan a los problemas que generan la desigualdad o la exclusión, no ofrecen respuestas sino diagnósticos y dejan lugar para la aparición de "chiflados famosos", y "outsiders" de la política.
Jueves, 08 de diciembre de 2022 01:28

¿La izquierda progresista y la derecha reaccionaria? Convencionalmente, a partir de la Revolución Francesa (1789), aunque probablemente antes, tal vez desde la Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra, se acepta que la derrota del absolutismo monárquico dio comienzo, en los tiempos modernos (la edad Contemporánea), a la etapa "progresista", caracterizada por la presencia cada vez más amplia de las alternativas democráticas que supusieron cambios trascendentales en las condiciones económicas, políticas y sociales en muchos países, incluida nuestra América Latina, más allá de que podría considerarse que estos cambios en esta parte del continente americano no fueron lineales, al haber experimentado muchos altibajos, que incluyen claros retrocesos en numerosas naciones a lo largo del tiempo transcurrido y hasta el presente.

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¿La izquierda progresista y la derecha reaccionaria? Convencionalmente, a partir de la Revolución Francesa (1789), aunque probablemente antes, tal vez desde la Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra, se acepta que la derrota del absolutismo monárquico dio comienzo, en los tiempos modernos (la edad Contemporánea), a la etapa "progresista", caracterizada por la presencia cada vez más amplia de las alternativas democráticas que supusieron cambios trascendentales en las condiciones económicas, políticas y sociales en muchos países, incluida nuestra América Latina, más allá de que podría considerarse que estos cambios en esta parte del continente americano no fueron lineales, al haber experimentado muchos altibajos, que incluyen claros retrocesos en numerosas naciones a lo largo del tiempo transcurrido y hasta el presente.

En la segunda mitad del siglo XIX, en Europa, al mismo tiempo que el capitalismo surgido de la Revolución Industrial lograba impresionantes logros y se proyectaba a escala mundial, algunos efectos no deseados, evidenciados de manera notoria en los conglomerados urbanos, mostraban las consecuencias del hacinamiento y las condiciones paupérrimas de una parte amplia de la población, lo que motivó la reacción de los pensadores más radicalizados, que entendían que el capitalismo era una tragedia y que, consecuentemente, debía ser reemplazado por un nuevo sistema económico.

El pensador más destacado fue, por supuesto, Carlos Marx, quien se ufanaba de haber encontrado un mecanismo "científico" de demostrar la razón de los flagelos del capitalismo y la manera concreta de solucionarlo, que sería el reemplazo, a través de la lucha de clases y la revolución del proletariado, del sistema capitalista por el socialismo, que se manifestaría primero en la dictadura del proletariado y luego en la etapa que desembocaría en el comunismo, que permitiría "de cada cual según su capacidad, y para cada cual conforme su necesidad" según las propias palabras de Marx.

Conforme su diseño teórico, Marx consideraba que su sistema representaba la etapa final del proceso de avances que había comenzado con el fin del absolutismo y que se conseguirían los posteriores avances de la sociedad sin los retrocesos que, de acuerdo a su visión, mostraba el capitalismo.

Supuestamente entonces, "la izquierda" se ponía a la vanguardia del progreso, enfrentada a "la derecha" que estaba representada por el sistema capitalista "de explotación".

¿Qué salió mal?

Como es sabido, las ideas de Marx cristalizaron en la Revolución Bolchevique de 1917, que luego de varias décadas de aparente "progreso", junto a otras experiencias más o menos similares en otros países, mostró que los progresos no eran tales, a la vez que el "sistema ominoso", el capitalismo, lejos de colapsar, se fortaleció, no sin problemas claro está, y en cambio lo que sí colapsó estrepitosamente fue el "socialismo real", que lo único que tuvo de real fue un rechazo completo de la población que debió padecerlo y un retroceso relativo de sus economías en comparación con las de organización de mercado, lo que se vio de manera contundente en las "dos Alemanias" o las "dos Coreas" contemporáneas.

Paradójicamente, sin embargo, la "izquierda progresista", a la vez que no tuvo más remedio que reconocer, aunque tácitamente, que el marxismo era absolutamente impracticable, no por eso dejó de rechazar el capitalismo como sistema, y por extensión las democracias convencionales, y se apoyó para afianzarse en los problemas no del todo resueltos e incluso dejados de lado, como la brecha de desigualdad con su imagen espectacular, que es la diferente dinámica de algunos sectores de la economía, algunos reclamos de los hoy llamados "pueblos originarios", y otros.

Consecuentemente, la "izquierda progresista" se autoproclamó "vanguardia" de los reclamos de estos sectores, potenciándolos con metodologías propias, sin duda ausentes de originalidad, pero no del todo ineficaces para, cuanto menos, "embarrar la cancha".

La política y de la academia

David Ricardo entendía que la distribución del ingreso era un problema crítico para la economía y que, para resolverlo, debía potenciarse la economía por medio del comercio exterior, para aliviar la presión sobre tierras limitadas e industria rebosante y necesitada de mercados.

John Maynard Keynes, a su vez, advertía que ciertas limitaciones críticas de la teoría económica requerían de "retoques", al mismo tiempo que la exigencia imperante de dejar afuera a los gobiernos de las cuestiones económicas privaban a la Economía de instrumentos para atender situaciones extremas, como la gran crisis de 1929 y años posteriores.

A diferencia de ellos, los economistas de hoy, enfrentados a las cuestiones señaladas que ocasionan la mencionada brecha de desigualdad o la así llamada "economía popular", se desentienden de estos problemas, o, como lo propone el refrán: "Si no puedes con ellos, únete a ellos". Así, en lugar de explicar y proponer soluciones para estos, como se esforzaron de hacerlo Ricardo o Keynes, se contentan con explicar cómo operan los actores que protagonizan estas patologías, en un tácito consentimiento de que las mismas no tienen solución, cuando, estrictamente, la carencia de soluciones proviene de quienes tendrían el deber de encontrarlas.

Por su parte, la política no cumple un papel mejor, desentendiéndose también de estas y otras cuestiones conectadas con la propia dinámica de su cometido, como la creciente corrupción y brecha de representatividad entre la población y quienes deberían ser sus representantes, en una situación que podría ponerse en paralelo con eventuales bioquímicos que no buscaran muestras representativas de los pacientes que acuden a ellos, y se enfrascaran en cambio en otras muestras cuyo origen desconocen, o les interesa poco determinar.

El resultado es "la aparición de chiflados famosos", los así llamados "outsiders" de la política, que consiguen la adhesión de la población, exasperada por el desinterés de la política o de la economía de sus verdaderos problemas, e incapacitadas en consecuencia de brindarles soluciones, que obviamente tampoco tienen estos "outsiders", que en general son simples oportunistas, no menos ignorantes, aunque más audaces que los políticos tradicionales.

El "déjà-vu"

Claramente se está frente a una situación de "déjà-vu", o, si se prefiere, a la de una película repetida: la Rusia de Stalin o la actual de Putin, la Italia de Mussolini o la Alemania de Hitler y la amenazante Francia de Le Pen, o los Estados Unidos del probable retorno de Trump. Sería bueno entonces que economistas y políticos se apliquen "a sus cosas", como recomendara para nosotros Ortega y Gasset, y acudan a la ciencia para escrutar los problemas respectivos y encontrar soluciones correspondientes.

Como ya sabemos hasta el hartazgo, cuando los médicos no encuentran respuestas y, peor aún, ni siquiera las buscan, los "padecientes" no tenemos más remedio que acudir a los chamanes y brujos, que, en general, por supuesto, no resuelven nada, pero crean problemas mucho más graves que los que supuestamente vendrían a solucionar. Sin duda el mundo no necesita más Cubas, Nicaraguas o Venezuelas, ¿verdad?

 

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