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Cuando la sequía se combatía con misachicos y procesiones

Una tradición heredada de la colonia pero que perduró hasta el siglo XX.
Domingo, 11 de diciembre de 2022 02:10

La actual y prolongada sequía hizo que la falta de agua sea un tema casi central en las habituales conversaciones de los parroquianos del Valle de Lerma. Y así es que en estas tertulias siempre se termina recordando situaciones similares de otros tiempos y también, lo que los agricultores hacían para tratar de paliar la falta de agua. Por lo escuchado y visto, el hombre de antaño lo primero que hacía para enfrentar los contratiempos que le ofrecía la naturaleza era, entre otras cosas, echar mano a la religión. Aunque a decir verdad, también estaban los que se inclinaban por la hechicería o por contratar la inolvidable "máquina de hacer llover" que aquí en Salta poseía un émulo del famoso Juan Pedro Baigorri.

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La actual y prolongada sequía hizo que la falta de agua sea un tema casi central en las habituales conversaciones de los parroquianos del Valle de Lerma. Y así es que en estas tertulias siempre se termina recordando situaciones similares de otros tiempos y también, lo que los agricultores hacían para tratar de paliar la falta de agua. Por lo escuchado y visto, el hombre de antaño lo primero que hacía para enfrentar los contratiempos que le ofrecía la naturaleza era, entre otras cosas, echar mano a la religión. Aunque a decir verdad, también estaban los que se inclinaban por la hechicería o por contratar la inolvidable "máquina de hacer llover" que aquí en Salta poseía un émulo del famoso Juan Pedro Baigorri.

Hasta el siglo pasado era habitual que en los valles de Lerma o Calchaquí los agricultores recurrieran a sus santos patronos para enfrentar la escasez de agua, las pestes o los excesos de lluvia. Una tradición heredada de la colonia y que hoy prácticamente ha desaparecido, en muchos casos desalentada por los propios párrocos.

Para el caso de las sequías, tradicionalmente los agricultores respetaban tres pasos. El primero consistía en rezar el rosario con alumbramiento al santo patrono que casi todas las fincas tenían. Con gran unción se oraba por nueve días ante su imagen instalada generalmente en un nicho ubicado en lo alto y al frente de la sala o casa principal del campo.

Si la sequía persistía, se echaba mano al misachico. Con el santo de la finca en andas se recorría los callejones de la finca, en lo posible con el cura del pueblo. Esta ceremonia se cumplía con la presencia de las familias del propietario y de los peones. Si el predio tenía capilla u oratorio como en el caso de la Hacienda San Miguel de los Cerrillos (INTA), previo a la partida se rezaba una misa. Para el caso de las fincas sin oratorio, la gente simplemente se reunía a una hora convenida en el patio de la sala y de allí partía con el santo y con el imprescindible acompañamiento de los bombos. En la caminata el sacerdote oraba en voz alta y suplicaba más o menos así: "que cese la sequía para que reverdezcan los campos, prosperen los cultivos y tenga alimento el ganado…". Si pese a la misa con misachico seguía sin llover, como ocurrió muchas veces, la ceremonia se reiteraba por una vez pero con un recorrido más largo y con más súplicas más fervorosas del cura acompañante y los feligreses.

Finalmente si las lluvias no llegaban, los finqueros cortaban por lo sano y pedían al cura párroco permiso para sacar en procesión al patrono o patrona del pueblo, según sea. Además, encargaban una misa concelebrada de yunta y media (tres sacerdotes) para el final de la procesión.

En el caso de Cerrillos se apelaba a San José pero en otros pueblos se sabe que se acudía a otros santos, como San Francisco, San Bernardo o San Isidro Labrador que en realidad, es un especialista, según los entendidos, en asuntos del campo.

Sequía de 1950

Cuando a principios de los años 50 del siglo pasado se produjo aquella larga sequía que castigó con gran dureza al campo argentino, el Valle de Lerma no fue la excepción. Por entonces, estos campos tenían una variada producción pues se hacía maíz, trigo, maní, ají, poroto, papa y cebada, además de alfalfa y tabaco criollo que exportaba Simplex, pionera en ese rubro.

Fue tan pronunciada la sequía de esos años que el Banco Nación habilitó una línea de crédito para la construcción de represas con el fin de aprovechar las aguas pluvialesa. Pero como era costumbre, los agricultores insistieron en echar mano a las tradiciones detalladas, sin lograr al principio la tan ansiada lluvia. Ante ello, se reunieron con el párroco italiano Luigi Zangrilli, contrataron una misa vespertina a rezarse luego de la procesión que sería con San José y por el camino a La Merced. Entre los gestores recordamos a los Peretti (padre e hijo) de finca La Falda, los hermanos Salinas también de La Falda, Celestino de los Ríos, de finca El Colegio, los hermanos Villa de Colon, José Vercellino de El Piamonte, José "Pepe" Aguilera La Curva, Juan Carlos Macaferri de Santa Teresita, Claudio Saravia Cánepa de finca Saravia, el capataz de finca La Blanca, don Silvestre Guaymás y José A. Diez de finca San Miguel. También estaba el gremio de FASA (Federación Argentina de Sindicatos Agrarios) con Miguel Cuello a la cabeza.

La procesión

Y así fue que un día de noviembre, como a las cuatro de la tarde, salió del templo de Cerrillos una nutrida procesión con San José en andas y al frente. Tras el Patrono iban agricultores, peones del campo, comerciantes del pueblo, sindicalistas y creyentes en general. Según los memoriosos, más de trescientas personas caminaban cargadas de fe y esperanza, bajo un sol que rajaba la tierra. A poco, comenzaron los cánticos intercalados con rezos y plegarias bajo la batuta del padre Zangrilli quien, como si dirigiera el Coro Polifónico, animaba enérgicamente a los promesantes mientras oraba y cantaba sin dejar de echarle un vistazo al cielo. En ese tren caminaron casi tres kilómetros pues llegaron hasta el cardón de los Bordón, límite entre Cerrillos y La Merced. Allí hicieron un alto antes de emprender el regreso por el mismo camino de ripio. Todos marchaban sin dejar de otear el cielo para tratar de descubrir alguna nube esperanzadora.

Cuando casi a la oración ya entraban al pueblo, vieron que desde el lado de Sumalao avanzaba una tormenta. A lo lejos se veían los relámpagos y cuando por fin llegaron a la iglesia, los truenos ya se dejaban escuchar mientras unas ráfagas de viento anunciaban la vecindad de una tormenta. Todos ingresaron esperanzados y contentos al templo y a más de uno se le escapó un ¡Viva San José!. Mientras tanto el cura Zangrili se mostraba orgulloso del santo de su parroquia pues hacía casi cinco meses que por allí no caía ni una gota.

A poco de iniciar la misa, un rayo dejó a la iglesia y al pueblo a oscuras. Pero eso no amilanó a nadie, ni al cura ni a los presentes. Se encendieron más velas y a la luz de ellas el cura dio la misa de agradecimiento a San José mientras afuera comenzaban a caer las primeras gotas y poco después el granizo. Y entre los esporádicos rayos se sentía clarito el fuerte rumor de la granizada. Fue entonces que la alegría tornó en preocupación pues el fresco aroma de yuyos castigados pronto inundó el recinto. Minutos después, mientras aun se rezaba la misa, el granizo cesó dando lugar a la lluvia que caía a cantaros. Y cuando la ceremonia concluyo, el pueblo estaba a oscuras, inundado y con el agua que iba banda a banda por la calle principal. El jefe de la estación de trenes don José Luis Berrettoni contó que esa tarde noche habían caído más de 50 mm, pero lo cierto es que el pueblo y los campos quedaron un desastre.

Una broma

El desastre sirvió para que Néstor Sánchez, el bromista del pueblo que también había participado de la peregrinación, urdiera junto a un grupo de amigos, una broma al cura. A la hora de la siesta concurrieron a la casa parroquial para hablar con Zangrilli. Allí, muy serios, le dijeron que venían por San José, que de nuevo lo querían sacar en procesión. Sorprendido el cura dijo: "Ma pero si ya llovió…". Y Sánchez con la pícara seriedad que lo caracterizaba le espetó: "Si Padre, pero esta vez no lo queremos para que haga llover sino para que vea la macana que se ha mandao…".

Máquina de hacer llover

La inventó Juan Pedro Baigorri, el "Mago de Villa Luro". Luego de una sequía de 16 meses, hizo llover en Santiago del Estero, 60 milímetros, según la prensa de entonces.

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