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El lecho de Procusto

Miércoles, 30 de noviembre de 2022 00:00

En todo tiempo los hombres han tenido la tendencia a obligar o precisar a los demás hombres para que se ejecute algo de acuerdo con sus propias ideas, prescindiendo de lo normativo o del ordenamiento jurídico ejerciendo una desmesurada autoridad en un país cualquiera.

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En todo tiempo los hombres han tenido la tendencia a obligar o precisar a los demás hombres para que se ejecute algo de acuerdo con sus propias ideas, prescindiendo de lo normativo o del ordenamiento jurídico ejerciendo una desmesurada autoridad en un país cualquiera.

El poder político a lo largo de la historia muchas veces quiso imponer, expedir, legitimar leyes, fallos y preceptos que debían ser acatados por el pueblo, desconociendo la categoría de ciudadanos de sus integrantes. El predominio y el ejercicio del poder, muchas veces, se desempeñó con una fuerza dominante que subyugaba la iniciativa de las mayorías o excluía el debido respeto por la opinión de las minorías.

Variopintos fueron y son las estructuras de poder de la sociedad humana y son tantas las veces que se ha ejercido fuerza y hasta violencia para conseguir algo que habitualmente no debe ser conseguido por la fuerza.

La violencia de todo tipo casi siempre estuvo de moda y estuvo destinada a que alguien asienta o haga lo que se le dice.

Hay quienes pretenden acomodar la realidad a la mezquindad y a la estrechez de sus intereses personales o a su particular visión e interpretación de las cosas. En general pretenden agradar a los demás pero son particularmente intransigentes; están siempre muy seguros de lo que deben hacer pero su aparente clarividencia los hacen obstinados y frecuentemente caen y arrastran a los demás a grandes errores.

Estas personas muestran incansable actividad, son previsibles e irreductibles y dejan un tendal de heridos a su paso. No aceptan ni toleran objeciones acerca de sus rígidos planteamientos, se molestan y se enojan y suelen seguir su marcha sin inmutarse.; están convencidos de estar siempre dentro del menú de las mejores opciones y se consideran dueños de la verdad.

Su aparente generosidad es bastante egoísta. Nunca aprenden a tratar a cada uno como mejor conviene a cada caso particular y no según sus patrones preestablecidos. Son personas que no terminan de esforzarse por ponerse en el lugar de los demás. No se sitúan. Son los que piden sinceridad y cuando se les dice la verdad se enfadan.

Son los que piden que se les haga cualquier observación con toda confianza, pero cuando se les dice algo concreto no les gusta nada. Hablan de diversidad y de tolerancia pero les cae mal que no se piense exactamente como ellos. Aunque se coincida inicialmente con sus ideas, varían enseguida su posición para así censurar siempre todo lo que hacen los demás.

Se llenan de celos si alguien sobresale de la medida de su propia mediocridad. Los que exigen a quienes les rodean un nivel de perfección que ellos no alcanzan ni de lejos. Todo lo juzgan. Todo lo quieren cortar a su medida. Su vida está presidida por una observancia de normas, pero muy poco por el servicio a los demás. Quizá su principal problema es precisamente que se creen medida de todo, y por eso es tan ingrata su compañía.

Suelen interpretar la realidad según su propio patrón de conducta o su propia psicología. No observan y escuchan en una actitud receptiva, respetuosa y abierta. Usan recetas ya hechas, aportan soluciones prefabricadas o consejos repetitivos y manidos. La leyenda del "lecho de Procusto" ha quedado como ejemplo y expresión proverbial de este tipo de personalidad.

Procusto era el apodo del mítico posadero de Eleusis, aquella famosa ciudad de la antigua Grecia donde se celebraban los ritos misteriosos de las diosas Deméter y Perséfone. Era hijo de Poseidón, el dios de los mares, y por eso su estatura era gigantesca y su fuerza descomunal. Su verdadero nombre era Damastes, pero le apodaban Procusto, que significa «el estirador", por su peculiar sistema de hacer amable la estadía a los huéspedes de su posada. Procusto les obligaba a acostarse en una cama de hierro, y a quien no se ajustaba a ella, porque su estatura era mayor que el lecho, le aserraba los pies que sobresalían de la cama, y si el desdichado era de estatura más corta, entonces le estiraba las piernas hasta que se ajustaran exactamente al fatídico catre. Según algunas versiones de la leyenda, la cama estaba dotada de un mecanismo móvil por el que se alargaba o acortaba según el deseo del verdugo, con lo que nadie podía ajustarse exactamente a ella y, por tanto, todo el que caía en sus manos era sometido a la mutilación o el descoyuntamiento. Procusto terminó su malvada existencia de la misma manera que sus víctimas. Fue capturado por Teseo, que lo acostó en su camastro de hierro y le sometió a la misma tortura que tantas veces él había aplicado.

Este tipo de gente llama "singular" a todo lo que está fuera de su comprensión; la simplicidad de los hechos los desconcierta y es casi imposible poner en tela de juicio sus acciones si posee elevada posición social o tiene poder; con la posesión de algo se obtiene poder que irreversiblemente se gasta con el uso.

 

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