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No se puede clausurar al país 

Viernes, 16 de abril de 2021 01:54

El presidente Alberto Fernández afronta una crisis de autoridad. La pandemia parece superarlo, y eso es lo que reflejan medidas compulsivas como el cierre obligatorio de escuelas en el Área Metropolitana. 
No se trata solo de un indicio de desconcierto, sino que la decisión ignora las evidencias de que las escuelas no son foco de contagios particularmente peligrosos, de que la mayoría de los docentes son menores de cincuenta años y ya están vacunados y que la atribución para adoptarla corresponde exclusivamente a cada jurisdicción.
La cuarentena del año pasado evitó el congestionamiento total de las salas de terapia intensiva, pero no impidió la muerte de cerca de 60.000 de habitantes en el país. Las medidas sanitarias fueron tomadas pensando en la salud, pero progresivamente pesaron la ideología y las inquietudes por las elecciones de este año; en el balance, no cubrieron suficientemente ni estas ni las otras necesidades sanitarias de la ciudadanía. Va a ser muy difícil evaluar cuántos pacientes oncológicos, cardíacos o de otras patologías graves pagarán las consecuencias en el futuro. Así como tampoco se midió aún el daño emocional en niños y adolescentes e, incluso, en personas mayores.
La conducción sanitaria requiere serenidad. Alberto Fernández habló de “un relajamiento del sistema de salud”, lo que produjo una indignada e irónica reacción de los médicos en las redes. 
Para aclararlo, la empeoró: “Lo que dije era sobre la Ciudad de Buenos Aires en el sector privado. A eso le llamo relajamiento, que pensaron que era un buen momento para hacer ahora cirugías programadas”. Si atender a un paciente de cáncer es relajarse, solo cabe deducir que la visión global de la salud como bien social escapa al análisis oficial.

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El presidente Alberto Fernández afronta una crisis de autoridad. La pandemia parece superarlo, y eso es lo que reflejan medidas compulsivas como el cierre obligatorio de escuelas en el Área Metropolitana. 
No se trata solo de un indicio de desconcierto, sino que la decisión ignora las evidencias de que las escuelas no son foco de contagios particularmente peligrosos, de que la mayoría de los docentes son menores de cincuenta años y ya están vacunados y que la atribución para adoptarla corresponde exclusivamente a cada jurisdicción.
La cuarentena del año pasado evitó el congestionamiento total de las salas de terapia intensiva, pero no impidió la muerte de cerca de 60.000 de habitantes en el país. Las medidas sanitarias fueron tomadas pensando en la salud, pero progresivamente pesaron la ideología y las inquietudes por las elecciones de este año; en el balance, no cubrieron suficientemente ni estas ni las otras necesidades sanitarias de la ciudadanía. Va a ser muy difícil evaluar cuántos pacientes oncológicos, cardíacos o de otras patologías graves pagarán las consecuencias en el futuro. Así como tampoco se midió aún el daño emocional en niños y adolescentes e, incluso, en personas mayores.
La conducción sanitaria requiere serenidad. Alberto Fernández habló de “un relajamiento del sistema de salud”, lo que produjo una indignada e irónica reacción de los médicos en las redes. 
Para aclararlo, la empeoró: “Lo que dije era sobre la Ciudad de Buenos Aires en el sector privado. A eso le llamo relajamiento, que pensaron que era un buen momento para hacer ahora cirugías programadas”. Si atender a un paciente de cáncer es relajarse, solo cabe deducir que la visión global de la salud como bien social escapa al análisis oficial.

El desconcierto

En realidad, los argentinos pagamos el precio de la improvisación: el Presidente había prometido veinte millones de dosis de vacunas Sputnik V en los dos primeros meses, cuando aún no se había verificado su aplicabilidad para mayores de sesenta años; por causas que se desconocen, se postergaron las negociaciones para conseguir las otras vacunas. Lo cierto es que el gobierno y, especialmente el gobernador de Buenos Aires y sus ministros (es decir, el Instituto Patria), decidieron sumarse a una “geopolítica sanitaria” que somete al país a los avatares de los claros enfrentamientos geopolíticos de Vladimir Putin y Yi Jinping contra Occidente.
En definitiva, no se consiguieron las vacunas que hubieran permitido afrontar mejor esta nueva oleada. 
Toda la campaña de vacunación está desprestigiada.
El plan original preveía vacunar en primera instancia al personal de salud en contacto con enfermos. Y luego se escalonaban prioridades a partir de los mayores de 80 años. luego los de 70 y pacientes de riesgo. Luego se decidió privilegiar a los maestros. La meta, cubrir un 20% estratégico de la población con dos dosis. 
 Otro indicio de politización: más allá de algunos escépticos que irritaron al Presidente, era innecesaria la militancia provacuna que se montó en una sociedad donde no hace falta convencer a la gente y basta con traer las dosis. En cambio, la preferencia evidente de algunos funcionarios por determinada marca solo alimentó desconfianza.
Con la misma piedra
El presidente no debió suspender las clases, porque ningún dato lo justifica: de los alumnos que participaron de clases presenciales, solamente el 0,16% se contagió; y entre los docentes, apenas el 1,03%. Esos datos fueron suministrados por el ministro Nicolás Trotta. Fernández, sin anuncio previo, desautorizó al funcionario, que había acordado horas antes con el Consejo Federal de Educación mantener abiertas las aulas. Y también desautorizó a la ministra Carla Vizzotti.
La paralización escolar del año pasado fue una catástrofe educativa y va a pasar mucho tiempo antes de que sea superada. No solo porque todos los alumnos aprendieron menos, sino porque muchos quedaron al borde de abandonar el sistema. La vacuna, la higiene y el barbijo son la garantía para volver a clase. No hay vacunas suficientes y cada distrito debe evaluar las condiciones sanitarias de los edificios.
El argumento de ayer (“los chicos juegan cambiándose los barbijos” y ”las madres se amontonan en las puertas de las escuelas”) fue desafortunado. Los niños incorporan las disciplinas en la escuela; no en el barrio. Y un cierre compulsivo de clases presenciales desordena la vida de las familias.
La presión de los gremios docentes forzó una decisión nefasta. Y el gobierno dio una muestra notable de debilidad. Pero además, vulneró el orden constitucional. Si el gobernador Axel Kicillof no quería pagar el costo de suspender las clases, pero se sentía presionado, el Presidente no debió intervenir ni en la Provincia -para aliviar al gobernador afín- ni en la Ciudad Autónoma, gobernada por un opositor que decidió mantener la actividad, no solo escolar sino también en otros rubros. Hoy se reunirán Fernández y Horacio Rodríguez Larreta. Si el Presidente se niega a volver sobre sus pasos, es difícil que la Justicia pueda dictaminar la inconstitucionalidad de ese DNU antes del lunes. 
Militares en las calles
La decisión de enviar fuerzas federales al territorio porteño para verificar que se cumplan las normas de un decreto tan endeble no solo contradice el derecho, sino que supone involucrar a los militares en la seguridad interior. Esa ayuda solo está contemplada en la legislación argentina para el caso que un gobernador o jefe de gobierno se vea desbordado por una situación y solicite ese auxilio al ministro del Interior.
Ayer, la inflación sumó un nuevo dato preocupante a las malas noticias de los últimos días; en marzo, llegó a casi el 5%; la proyección anual supera el 60%. La pobreza es una tragedia social que socava las estructuras mismas de la Nación. La aparición del coronavirus mostró, además, nuestro atraso tecnológico, la incapacidad de acordar estrategias regionales para desarrollar vacunas o insumos adecuados para la emergencia, y laboratorios aptos para rastrear cualquier indicio de una nueva pandemia.
 Paralizar la actividad económica profundizaría el desastre.
La pandemia exige responsabilidad de Estado. La improvisación de medidas no evaluadas proyecta nubes oscuras: Frenar al virus no justifica ignorar que la crisis macroeconómica coloca a nuestro país entre los más inestables y menos confiables del planeta. 
 

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