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En Argentina, ¿nada puede salir mal?

Miércoles, 06 de octubre de 2021 02:41

Da la sensación de que en Argentina todo cuesta el doble: desde garantizar el cumplimiento de diversas fases de cuarentena, aislamiento y restricciones con la llegada de una inesperada pandemia mundial, pasando por las falencias de cada gobierno al momento de tomar decisiones en el medio de una coyuntura global para la cual tuvimos tiempo de prever y planificar, sumado a las inequidades entre quienes ostentan lugares de poder y los “hijos” de vecinos; hasta el arribo de la ansiada normalización. 
Mientras que el coronavirus comenzaba a ceder, en sintonía con el avance de la vacunación masiva, en otros rincones más civilizados y ordenados del planeta, y los estamentos oficiales europeos reabrían las puertas para el ingreso de público con aforo en ligas foráneas, siendo el retorno prolijo, controlado y con instrumentos suficientes como para contener los lógicos desbordes, en nuestro país hasta la llegada de la -en teoría, moderada- libertad arrancó torcida, en aquella famosa “prueba piloto” para monitorear si era posible la apertura gradual de las tribunas en el fútbol argentino, que significó la presentación de la Selección argentina frente a Bolivia el pasado 9 de septiembre, por las eliminatorias, cuando hubo más de los 21 mil espectadores permitidos en el Monumental. Y siguió el último fin de semana con los excesos de River, Vélez, Rosario Central y Belgrano de Córdoba, en la Primera Nacional.
Pero así como en la Argentina parece imposible arrancar cualquier proceso que implique cambio, movilidad y decisiones políticas sin dejar de dar la nota de la transgresión y hasta el bochorno, también es cierto que al Gobierno nacional, del que emanó el DNU, deberá caberle el mismo sayo que a los clubes y medir cada exceso con idéntica vara, incluso los que promovió el mismo gobierno, como lo fue el multitudinario funeral de Diego Maradona en la Casa Rosada, en el momento más álgido de la pandemia, como los que también movilizaron candidatos, oficialistas y opositores, en las elecciones. Porque los sufridos hinchas que se privaron de un año y medio sin volver a la cancha no pueden ser justamente los rehenes de pujas políticas. 

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Da la sensación de que en Argentina todo cuesta el doble: desde garantizar el cumplimiento de diversas fases de cuarentena, aislamiento y restricciones con la llegada de una inesperada pandemia mundial, pasando por las falencias de cada gobierno al momento de tomar decisiones en el medio de una coyuntura global para la cual tuvimos tiempo de prever y planificar, sumado a las inequidades entre quienes ostentan lugares de poder y los “hijos” de vecinos; hasta el arribo de la ansiada normalización. 
Mientras que el coronavirus comenzaba a ceder, en sintonía con el avance de la vacunación masiva, en otros rincones más civilizados y ordenados del planeta, y los estamentos oficiales europeos reabrían las puertas para el ingreso de público con aforo en ligas foráneas, siendo el retorno prolijo, controlado y con instrumentos suficientes como para contener los lógicos desbordes, en nuestro país hasta la llegada de la -en teoría, moderada- libertad arrancó torcida, en aquella famosa “prueba piloto” para monitorear si era posible la apertura gradual de las tribunas en el fútbol argentino, que significó la presentación de la Selección argentina frente a Bolivia el pasado 9 de septiembre, por las eliminatorias, cuando hubo más de los 21 mil espectadores permitidos en el Monumental. Y siguió el último fin de semana con los excesos de River, Vélez, Rosario Central y Belgrano de Córdoba, en la Primera Nacional.
Pero así como en la Argentina parece imposible arrancar cualquier proceso que implique cambio, movilidad y decisiones políticas sin dejar de dar la nota de la transgresión y hasta el bochorno, también es cierto que al Gobierno nacional, del que emanó el DNU, deberá caberle el mismo sayo que a los clubes y medir cada exceso con idéntica vara, incluso los que promovió el mismo gobierno, como lo fue el multitudinario funeral de Diego Maradona en la Casa Rosada, en el momento más álgido de la pandemia, como los que también movilizaron candidatos, oficialistas y opositores, en las elecciones. Porque los sufridos hinchas que se privaron de un año y medio sin volver a la cancha no pueden ser justamente los rehenes de pujas políticas. 

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