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Desde el ARA Piedrabuena: el dramático rescate de los tripulantes del Belgrano

Adolfo Schweighofer era un conscripto destinado al destructor D-29 cuando estalló la guerra entre Argentina y el Reino Unido por las Islas Malvinas. Recordó los difíciles días de la guerra, el horror del hundimiento del crucero y las urgentes tareas de rescate para salvar a los cientos de hombres que en las balsas se encontraban a la deriva en el furioso mar austral.
Lunes, 20 de enero de 2020 19:22

Por Germán Padinger

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Por Germán Padinger

Infobae

En la oscura tarde del 2 de mayo de 1982, entre la bruma y las altas olas de una tormenta que se aproximaba, el ARA General Belgrano sencillamente desapareció del radar del destructor ARA Piedrabuena, uno de los buques que lo escoltaban.

Aunque nadie podía saber en ese momento que el crucero había sido alcanzado por dos torpedos disparados por un submarino británico y que finalmente caerían 323 marinos argentinos, el día más letal de la Guerra de Malvinas, la tripulación del Piedrabuena de inmediato asumió lo peor y comenzó acciones evasivas ante la presunción de ataque submarino.

El destructor se convertiría poco después en uno de los primeros en llegar a la zona y comenzar el rescate, tarea a la que sumarían luego el aviso ARA Gurruchaga, el buque polar ARA Bahía Paraíso y el destructor ARA Bouchard.

Adolfo Schweighofer, conscripto clase 62, estaba allí ese día a bordo del Piedrabuena. Había sido sorteado para realizar el servicio militar en la Armada y la guerra lo había alcanzado en la mitad de su "colimba".

"Veníamos navegando y de golpe el Belgrano desaparece de nuestro radar. Estábamos a una distancia de entre 5 y 10 millas. Había bruma, como era habitual, y no pudimos ver nada. No sé si desde el puente de comando se veía, pero nunca nadie dijo haberlo visto", relató Schweighofer, quien es ahora presidente del Centro de ex Soldados Combatientes de Malvinas de la ciudad de Santa Fe, en una entrevista con Infobae.

El ex marino logró recientemente que el aviso ARA "Alférez Sobral" fuera salvado del desguace y finalmente fuera enviado a la ciudad de Santa Fe para convertirse en un museo flotante. Como el Piedrabuena y el Bouchard, entre tantos otros, el Sobral tuvo una destacada participación en la guerra y resistió el 3 de mayo un ataque de helicópteros británicos que dejó un saldo de ocho combatientes caídos en acción.

Pero su experiencia personal está relacionado a otro hecho, quizás uno de los más dramáticos de la guerra, que vivió en carne propia a bordo del Piedrabuena mientras el buque servía de escolta al Belgrano.

"Lo que desaparece es la señal radioeléctrica, entonces se lo llama y no contesta. Yo lo vi escrito. En la colimba trabajaba en el cuarto de derrota del buque, que es dónde están las cartas náuticas, los elementos de navegación… y después con el tiempo lo vi y decía C4, el código del Belgrano", relató.

"Y entonces el comandante decide una de las maniobras básicas que existen, porque se infería que el Belgrano había sido torpedeado por un submarino: la navegación en zig zag a máxima velocidad. Una navegación de evasiva por las altísimas probabilidades de que te también seas atacado", agregó.

En la siguientes "horas interminables", en medio de la incertidumbre y la amenaza de otro ataque, los 250 tripulantes mantuvieron el aliento mientras el Piedrabuena primero se alejaba de la zona, bajo órdenes de preservar la nave, y luego era enviado a toda máquina a iniciar las tareas de rescate. Sólo este destructor sacaría del agua a 273 marineros del Belgrano.

El Piedrabuena, el 2 de abril

"Yo no tenía ningún contacto con el mar, pero me gustaban los buques y navegar. De chico tenía ese anhelo de conocer el océano", explica Schweighofer, oriundo de una provincia litoraleña y quien tenía 20 años cuando fue llamado a servir en la Armada.

A finales de marzo de 1982 el Piedrabuena zarpó de Puerto Belgrano y fue enviado en navegación hacia la Patagonia. Como estas acciones eran usuales en esos tiempos, cuando las Fuerzas Armadas tenían un enorme presupuesto y el control político casi total del país, nadie en el destructor imaginó que estaban avanzando hacia una guerra.

"Cuando estábamos en navegación, uno o dos días antes del 2 de abril, nuestro comandante nos dice que íbamos a recuperar las islas Malvinas. Nos hacen la formación y nos dan la noticia, que fue muy bien recibida por todos, con una algarabía total", relató Schweighofer, en referencia al comunicado del capitán de navío Horacio Raúl Grassi, entonces comandante del destructor.

El Piedrabuena formó parte de la inmensa flota que participó en la Operación Rosario, la recuperación de las Islas Malvinas, aunque su rol se limitó al apoyo y no tomó parte directa en las acciones de desembarco. "Ahí fue cuando escuchamos por primera vez de la palabra heridos… y parás la oreja. Pero después nos enteramos que las Malvinas se habían recuperado. Fue una algarabía total en el buque", matizó el ex marino.

Tras el éxito de la Operación Rosario el buque retornó a Puerto Belgrano, donde la Armada se estaba preparando para las acciones que vendrían y la reacción de la Marina Real del Reino Unido, que no tardaría en llegar.

"En el dique principal de Puerto Belgrano estaba el portaaviones 25 de mayo, el crucero Belgrano, las cuatro corbetas, el Santísima Trinidad y el Hércules, dos destructores muy modernos, más los destructores viejos, el Piedrabuena, el Bouchard, el Seguí, buque tanques, barreminas, avisos. Era una flota importante en esa época. Ver todo eso, para alguien tan joven y que no sabía de esas cosas, más allá de estar haciendo la colimba, era impresionante", explicó.

En la fuerza de tareas

A mediados de abril el Piedrabuena volvió a zarpar en dirección sur y el 24 de abril se reunió en torno a la Isla de los Estados con el destructor Bouchard, el Belgrano y el petrolero Puerto Rosales para formar el Grupo de Tareas 79.3.

El crucero General Belgrano era el buque insignia y los dos destructores operaban como su escolta.

Al igual que Bouchard y el Piedrabuena, el Belgrano era también un veterano de la Segunda Guerra Mundial, en la que combatió con el nombre de USS Phoenix. De hecho el crucero había sido botado en 1938, antes del inicio de ese conflicto, y logró sobrevivir al ataque japonés sobre Pearl Harbor en 1941. Ingresó en la Armada Argentina exactamente diez años después de esa acción.

Y entonces, en la madrugada del 1 de mayo, se recibió la orden de emprender la navegación al sur de las Islas Malvinas  y ante la presencia de naves británicas en al zona.

"Iba a haber un enfrentamiento contra buques ingleses, con el Piedrabuena, el Bouchard y el Belgrano por un lado, mientras que el portaaviones 25 de mayo iba a lanzar sus aviones. Uno trata de imaginarse ese escenario en alta mar y hubiese sido tremendo", relata Schweighofer, quien en combate ocupaba un puesto en una de las torres de proa.

"Todo el buque estuvo en situación de crucero de guerra, una condición de combate. Fueron horas muy estresantes. Estás yendo a algo que desconocés, hay silencio, todos están tensos, y nos dábamos cuenta por el rostro de cada uno, por la falta de diálogo", agregó.

El combate finalmente no se produjo, y el Grupo de Tareas 79.3 emprendió el retorno a la zona de la Islas de los Estados y se retiró de la zona de exclusión total de 200 millas. Pero alguien ya los estaba siguiendo.

El Belgrano no contaba con sonar (acrónimo de  Sound Navigation And Ranging), un aparato que emite ondas acústicas para detectar submarinos y otros objetos bajo el agua, por lo que dependía exclusivamente de los equipos a bordo del Bouchard y el Piedrabuena, que sin embargo no eran de última generación.

Ambos destructores habían sido fabricados en Estados Unidos entre 1943 y 1944 e incorporados por la Armada Argentina en la década de 1970. Miembros de la clase Clase Allen M. Sumner, el ARA Bouchard (ex USS Borie) y el ARA Piedrabuena (ex USS Collett) habían combatido en las campañas de Iwo Jima y Okinawa durante la Segunda Guerra Mundial, y en el primero incluso fue averiado por un ataque kamikaze.

 

El Collett también participó de la Guerra de Corea, entre 1950 y 1953, y luego entró en servicio en la Armada Argentina en 1977, con el código D-29. Se trataba de un destructor de 2.200 toneladas de desplazamiento, con un armamento antiaéreo reforzado y capacidad de navegar a una velocidad máxima de 34 nudos, con un una autonomía de 12.000 kilómetros.

El hundimiento del Belgrano

Y entonces cerca de las 17:00 de la tarde, casi con la noche encima y en medio de condiciones meteorológicas muy difíciles, la señal del Belgrano sencillamente desapareció de las pantallas.

Había recibido dos torpedos de parte del submarino nuclear HMS Conqueror, que resultaron en la muerte casi instantánea de 274 tripulantes y sellaron el destino del buque. Pero en el Piedrabuena no sabían nada de eso, sólo intuían un ataque.

"Se decide la navegación de evasiva, por temor a ser hundidos y para preservar el buque", explicó Schweighofer, en relación a un decisión que fue cuestionada en la posguerra porque, se argumentó, pudo haber retrasado el rescate de los supervivientes del crucero, aunque lo realizado por el buque se trate de una práctica usual en tiempos de guerra.

"Ahí se produce la situación de alejamiento de la zona, en medio de la incertidumbre. Esto fue entre las 4 y 5 de la tarde, y a la hora ya era de noche. Cambió entonces totalmente el cuadro climatológico, porque había mal tiempo con una fuerte tormenta. Mucha gente dijo 'cómo no fueron enseguida a donde se había hundido', el comandante preservó nuestras vidas y el buque hasta saber qué pasaba. La incertidumbre era total", agregó.

El Bouchard, que recibió el impacto de un torpedo que no explotó, había tomado acciones similares con escasa coordinación con el Piedrabuena, ya que también se había limitado el contacto radiofónico.

"A la distancia uno dice 'se podría haber actuado de otro modo, haber ido a la zona', ¿pero si te estaban esperando? Después nos enteramos que el submarino disparó dos o tres torpedos al Belgrano y se fue. Lo supimos años después. ¿Pero si se quedaba y hundía a los otros dos buques?", señaló.

Esa noche transcurrió en "horas interminables de tormenta y movimientos" y sin dormir "porque no se sabía qué pasaba". Y entonces, mientras el Belgrano seguía desaparecido y no se tenía indicio de las balsas, un avión de reconocimiento Lockheed P-2 Neptune de la Armada al borde de su autonomía encontró al otro día una de las balsas y reportó la ubicación.

"Fue heroico. Ver una balsa en alta mar desde un avión es imposible, porque las balsas tienen un diámetro de 3 o 4 metros, estaban empetroladas la gran mayoría y desde un avión que vuela a alta velocidad era muy difícil", indicó Schweighofer.

Comienzan las tareas de rescate

El destructor D-29 fue el primer buque asignado al rescate, y a las 2 de la tarde del 3 de mayo, casi 24 horas después del hundimiento del Belgrano, divisaron la primera balsa en alta mar.

"En el Piedrabuena estábamos los 250 tripulantes mirando para afuera y cuando vimos la primera balsa fue algo tremendo. Nos costaba arrimarnos porque la balsa estaba suelta y veníamos con inercia, y al ir aminorando la marcha el viento te lleva de un lado a otro y había que tener cuidado de no pasarle por encima", relató.

Pero para la desilusión de toda la tripulación esa primera balsa estaba vacía, tal y como pudo comprobar el buzo que se lanzó al agua y logró ingresar. La balsa fue entonces cortada con cuchillos para no volver a encontrarla y continuaron la búsqueda.

Poco tiempo después alcanzaron a ver otra balsa y esta vez se hizo un llamado desde el parlante del Piedrabuena, y una mano se extendió y saludó desde la lona.

"Fue algo tremendo, llorábamos todos. De eso no nos olvidamos más", expresó Schweighofer.

"Y después vino la maniobra de rescate. La línea de flotación hasta la cubierta tenía 3 o 4 metros, fue difícil sacarlos del agua. Primero se tiraban los nadadores de rescate, que ataban una cuerda a la balsa. Los náufragos estaban muertos de frío, paralizados, y costaba mucho que reaccionen. Estaban vivos y conscientes pero no tenían fuerzas. Se tiró la escala real desde el buque, una red, y los muchachos no tenían fuerza para agarrarse. Dos o tres se cayeron al agua", explicó.

En las primeras balsas se rescataron entre 10 y 15 personas y luego comenzaron a divisar más y más de estos botes salvavidas. Como eran difíciles de hundir, diseñados precisamente para la supervivencia, se resolvió marcarlas con pintura blanca para no volver a encontrarlas.

Schweighofer aseguró que la maniobra "se fue perfeccionando" y entonces llegó la noche. "Era muy difícil encontrar una balsa en alta mar de noche, pero girábamos de acá para allá buscando. El buque rolaba y se movía, la tormenta seguía, pero por ahí encontrábamos una y otra. Esos dos o tres días fueron tremendos", contó.

A medida que el número de rescatados aumentaba, era necesaria proveerles de ropa seca con la que el Piedrabuena no contaba. Así que sus mismos tripulantes cedieron todo lo que tenían, además de sus camas y su comida.

"Después nos devolvieron toda esa ropa. En la época militar toda la ropa que tenía uno tenía un número de inventario, y cuando te dan de baja tenés que devolverla. Entonces cuando terminó la guerra nos la repusieron", relató Schweighofer.

En total, el Piedrabuena rescató a 273 marinos del Belgrano. El Bouchard salvó a 64 y el Bahía Paraíso a otros 70. Mientras que el aviso Ara Gurruchaga fue el que más tripulantes sacó del agua: 365.

"Tenemos mucho orgullo como colimbas porque nosotros también sacamos gente del agua. Yo vi a compañeros míos, con los que habíamos entrado juntos al servicio militar. Yo me había ido después al Piedrabuena y otros al Belgrano. Lo encontré a José Luis Ocampo, ya fallecido, lo encontré a 'Chicho' Montenegro, y a otros que sacamos nosotros pero que yo no me enteré que habíamos rescatado. Y nosotros les preguntábamos por nuestros amigos que estaban en el Belgrano; el Gordo Meca, que era de San Javier y nunca apareció lamentablemente; preguntábamos por Elias Zurbriggen, de Rafaela, que no apareció nunca", expresó emocionado.

Schweighofer recuerda haber recuperado los cuerpos de dos marinos fallecidos y "haber sacado compañeros míos de las balsas, de haberlos abrazados cuando ya estaban a bordo del buque, y eran una barra de hielo. No estaban mojados, estaban húmedos y helados".

"Entonces los llevábamos hasta la cocina. Hacerlos bajar las escaleras fue casi imposible porque tenían las piernas congeladas. Y en la cocina nuestra, en el comedor del Piedrabuena, ahí se los desvestía. Me acuerdo de la parva de ropa húmeda que después se iba tirando al mar, y se les daba ropa seca. Y luego había que ponerlos a trabajar, el que ya había sido rescatado hacía varias horas se levantaba, se envolvía en una frazada, y se ponía a tomar listados, a darles de comer, a acostar a sus compañeros", explicó.

En un momento llegó la orden de llevar a los sobrevivientes a puerto y en la madrugada del 5 de mayo el Piedrabuena arribó finalmente a Ushuaia desbordado por una tripulación que se había duplicado.

"Ahí nos fuimos enterando de todos los que habían fallecido, y tuvimos la plena certeza de que había muchos compañeros que ya no volverían", recordó Schweighofer.

Hacia el fin de la guerra

Tras el desembarco en Ushuaia de los tripulantes del Belgrano, el Piedrabuena continuó navegando en el Teatro de Operaciones pero en concreto la guerra ya casi había terminado para el buque, dado que el foco de los combates se había trasladado a las islas Malvinas. El 21 de mayo los británicos desembarcarían en San Carlos, dando inicio a la fase terrestre.

Finalmente, el 14 de junio el conflicto llegó a su fin cuando el general Mario Benjamín Menéndez se rindió ante las tropas británicas en Puerto Argentino.

"Sentimos alivio, habían sido muchos días, y sobre todo porque como en todo conflicto bélico la información había sido muy manejada, con censura, con intereses", matizó el ex marino, aunque enseguida vuelve a recordar esos dramáticos días de mayo. "A nosotros ahora nos llena de emoción, se podrían haber hecho otras cosas, pero sucedió así", indicó.

La vuelta a Puerto Belgrano sucedió casi en secreto, sin que a nadie entre las autoridades militares pareciera importarle el hecho de que Argentina había peleado una guerra brutal para recuperar las Malvinas y que 649 argentinos habían caído y 1082 resultado heridos.

"Nosotros llegamos a Puerto Belgrano y el momento más triste fue cuando, después de cuatro meses de estar afuera, en un día espléndido de mediados de julio, no había nadie para recibirnos", relató Schweighofer.

"Había dos o tres marineros, los que te reciben las amarras. No había banda, delegación oficial, y estábamos en el dique en línea recta al comando de la flota… Había llegado un buque después de cuatro meses de campaña y no había ni un trompeta para dar la bienvenida", remarcó.

El Piedrabuena, en tanto, sobrevivió a la guerra de Malvinas sólo por algunos años más. En 1988 el buque fue desarmado y despojado de sus equipos para ser utilizado como blanco, y en septiembre de ese mismo año se hundió en el Atlántico tras recibir el disparo de un misil Exocet, durante un ejercicio de la Armada Argentina.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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