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“Nos hace falta empatía en el mundo, y en todas las luchas”

La destacada autora dialogó en exclusiva con El Tribuno durante su estadía en Buenos Aires. 
Jueves, 09 de mayo de 2019 15:08

L a reconocida escritora nicaragüense Gioconda Belli presentó su novela “Las fiebres de la memoria”, en la Feria internacional del Libro de Buenos Aires. Allí la ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz revisa el periplo de su tatarabuelo, un duque francés que, tras ser acusado del asesinato de su esposa Fanny, debió exiliarse y tejió una serie de secretos familiares que la autora redescubre en estas páginas entre la ficción y la investigación histórica. Antes de dejar nuestro país, la creadora de “La mujer habitada” y “Sobre la grama”, dialogó en exclusiva con El Tribuno sobre el redescubrimiento de sus antepasados, la necesidad del silencio, la lucha feminista y la actualidad de Nicaragua, entre otras cosas.

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L a reconocida escritora nicaragüense Gioconda Belli presentó su novela “Las fiebres de la memoria”, en la Feria internacional del Libro de Buenos Aires. Allí la ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz revisa el periplo de su tatarabuelo, un duque francés que, tras ser acusado del asesinato de su esposa Fanny, debió exiliarse y tejió una serie de secretos familiares que la autora redescubre en estas páginas entre la ficción y la investigación histórica. Antes de dejar nuestro país, la creadora de “La mujer habitada” y “Sobre la grama”, dialogó en exclusiva con El Tribuno sobre el redescubrimiento de sus antepasados, la necesidad del silencio, la lucha feminista y la actualidad de Nicaragua, entre otras cosas.

En tu última novela, te ponés en la piel de un hombre, ¿qué te llevó a narrar desde ese lugar hacia las mujeres?

Hay dos cosas importantes. Una es que en la investigación que hice, eso apareció y no es algo que yo inventé. El hombre era el que se encargaba de los niños, se encargaba de la casa, porque esta mujer era como muy caprichosa y obsesiva, y no se metía en las cosas del quehacer doméstico. Ella tuvo 9 hijos, fue engordando muchísimo y pasó a estar deprimida. Se obsesionó con el marido, era celosísima, y entonces ella no funcionaba como madre ni como esposa, en cierta manera. Es un claro estereotipo que existe de la mujer, inválida, eso se veía mucho en el siglo XVIII, y en el XIX, hay un montón de casos. Pero también quería hablar de esa manera, de las mujeres que asumen el machismo, porque rompen con su vocación de cuidado y se convierten en “inválidas”, o mujeres que son posesivas y dominantes. Hay una creencia de que porque somos feministas, vamos a obviar el hecho de que hay mujeres que tendrían que hacer un trabajo sobre sí mismas y aprender a romper con esos patrones que son creados socialmente. Eso me pareció interesante porque además es lo que revela la historia. Yo estudié con archivos en Francia, analicé la personalidad del Duque a partir de personas que lo habían investigado muy profundamente, y esa fue mi conclusión, que él era más femenino que ella, por eso yo no le atribuyo el crimen a él y creo que habría sido incapaz de cometerlo. Me interesaba como mujer poder ponerme en los zapatos de un hombre, porque creo que una de las cosas que más nos hace falta en el mundo y en todas las luchas, es la empatía. Ser capaces de ponernos en los zapatos del otro y ver como el otro también tiene conflictos con ciertas características del género mismo.

También afirmás que para hacer ese trabajo, necesitaste de un silencio y una concentración que no se encuentra en la vida cotidiana. ¿Siempre te retirás? ¿O podés escribir en otros contextos?

Cuando escribí “La mujer habitada”, la escribí en un cuartito con mi marido mientras él escribía sus cosas y con mis hijos entrando y saliendo, junto a la muchacha que me cuidaba la casa, y afuera pasaba gritando la señora que vendía tortillas. Entonces, tenía un mecanismo mental en el que me imaginaba que yo era una máquina grabadora como de videocasetes de ese tiempo, me decía a mí misma “me pongo pausa”, y podía volver inmediatamente a trabajar. Ahora ya no, ahora siento que necesito el silencio. Para escribir esta novela, no solo me fui a ese retiro, también me fui dos veces a una isla de unos amigos míos en Nicaragua. Ahí me podía concentrar todo el día y cuando me pongo a escribir puedo estar todo el día. Por supuesto que también trabajo en mi casa porque esos momentos de poderme concentrar son pocos. Las mujeres no interrumpen, por eso siempre digo que ¡necesito una esposa!, que me detenga a todo el mundo porque los maridos no entienden. Mi marido abre la puerta y dice “¡te interrumpo!”

 

En el contexto de la lucha feminista, hay mujeres que viven en lugares de mucho machismo o que tienen conductas machistas. ¿Qué les dirías a esas mujeres?

Que descubran su feminismo, y que lean a otras mujeres. Realmente leyendo es como yo pienso que se va cambiando la perspectiva. Y que las mujeres que están más conscientes de lo que ha pasado tampoco las utilicen porque tienen ese tipo de pensamiento. Hay que acercarse. A veces, lo que hacemos cuando alguien no piensa como nosotros es descartarlo, y pienso que hay un trabajo de concientización. Así como nosotros tal vez tuvimos madres o amigas o alguien que nos ha ayudado, hay que ayudarles a aprender a pensar en la ventaja que significa dejar de ser dominadas por esa concepción machista del mundo.

A lo largo de tu vida estuviste exiliada, ¿ese hecho y la migración te obligan a reinventarte?

Esa era parte de la razón por la que me identifiqué con el tatarabuelo en la novela. Ahora voy bastante a Europa y he visto el gran choque que ha significado el exilio de tanta gente que está llegando al continente por situaciones totalmente distintas. Los exilios han sido olas constantemente en la historia. En la novela aparece toda la migración de los irlandeses a partir de la hambruna de la papa. Cómo los europeos se vinieron para América, los Italianos que se vinieron para Argentina. Con esos movimientos migratorios, que en este momento están teniendo otro episodio de migración, me identifico porque yo migré y tuve que irme al exilio a México, a Costa Rica, reinventarme y volver a plantearme la vida de otra manera. Luego también cuando me casé con mi marido actual, que es europeo-norteamericano, me fui a vivir a los Estados Unidos cuando terminó la revolución. Viví años ahí. Y era otro idioma, con otra cultura. Solo al hablar en otro idioma uno no es la misma persona. Todo eso me acercó a la personalidad del Duque, y el hecho de usar otros nombres fue algo que también experimenté en la guerrilla. Me llamé de muchas maneras y tenía que fingir que era otra persona. En ese fingir, que es una manera de mentir, te volvés experta. Cuando estaba en la guerrilla yo era capaz de decir o de negar cosas, inventar cuentos, ¡era magnífica! Y creo que la imaginación ayuda. Una vez una actriz me dijo “¿nunca pensaste en actuar? Porque seguramente es lo que hacías en todo eso que me contás”, y es verdad porque uno en esos momentos actúa.

A cuarenta años de la Revolución de Nicaragua, ¿cómo ves hoy la realidad de tu país?

Yo pienso que mi país actualmente está inmerso en una tragedia de grandes proporciones, porque no puede ser que en cuarenta años, donde nos costó tanto liberarnos de una dictadura, en la que murió tantísima gente, volvamos a estar en una dictadura, ejercida por alguien que luchó contra la dictadura. Es un doble dolor, primero porque nos costó tanto la libertad, y segundo porque es una traición de enormes proporciones. El pueblo ya no lo quiere y quiere que se vaya, ha habido manifestaciones multitudinarias como nunca, ha habido una rebelión cívica donde los asesinados han sido muy jóvenes y que algunos además tenían en la mano gomeras y morteros, que son un tuvo que se le pone pólvora y que se usa en las fiestas para hacer ruido, y los mandó a matar con premeditación, con armas de guerra y paramilitares. Se sigue secuestrando gente todos los días, tenemos 700 presos y 52 mil personas que se han ido de Nicaragua. Es una tragedia para un pueblo que solo ha pasado de tragedia en tragedia. No hay derecho

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