¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

15°
20 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

La agitada vida de Gerardo Takakura, entre el sushi, la madera y una seclanteña

Pasó sus primeros años en Misiones, se fue a Buenos Aires, y terminó sentando bases en Salta. 
Sabado, 14 de julio de 2018 23:01

Un gatito dorado de la buena fortuna, una estantería de vinos vallistos, vasijas de barro calchaquí y las tablas de quebracho colorado y pino misionero para servir el sushi explican la síntesis de la vida de Gerardo Takakura vendiendo la comida japonesa más famosa en una calle de la zona de la Balcarce.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Un gatito dorado de la buena fortuna, una estantería de vinos vallistos, vasijas de barro calchaquí y las tablas de quebracho colorado y pino misionero para servir el sushi explican la síntesis de la vida de Gerardo Takakura vendiendo la comida japonesa más famosa en una calle de la zona de la Balcarce.

Gerardo y sus familiares son descendientes de japoneses. Sus padres Adolfo y Marta lo criaron en un pueblito de Misiones; él es el menor de cinco hermanos. Con sólo 38 años tiene para escribir un libro sobre cómo llegó hasta Salta y sobre cómo es que tiene en su mostrador indicios de una gran mezcla de sabores, colores, aromas y culturas.

“Yo me casé con una vallista”, dijo muy alegre Gerardo como queriendo explicar qué hace el sushi con los vinos de altura.

Su historia es densa y digna de contarse. 

Su pueblito natal se llama Jardín América, que está ubicado en el departamento de San Ignacio, provincia de Misiones, muy pegado ya con la República del Paraguay.

“El recuerdo que yo tengo es de mi mamá haciendo el sushi como acá se hacen las empanadas. Toda mi infancia comiendo, viendo, experimentando y también ayudando. Y lo veo a mi papá trabajando con la madera, con el pino; venimos de una familia de madereros”, contó.

Pero como siempre pasa en las historias interesantes, Gerardo decidió complicar esa infancia y adolescencia feliz y simple de pueblo. A los 18 años se fue a estudiar a la ciudad de Buenos Aires. Comenzó con mucho entusiasmo la carrera de Diseño Gráfico, pero rápidamente encontró un trabajo en la gastronomía porteña. Entró en el mítico restaurante Morizono. Local que entró en los libros de historia de la gran ciudad por ser el primer restaurante japonés que se abrió en Buenos Aires y que impuso su estilo captando fanáticos y adictos al sushi y a otros típicos platos de la cocina nipona. No cualquiera trabajaba en ese negocio que hacía furor en el Bajo porteño, así que Gerardo comenzó en la bacha y lavando copas. “Si bien yo tenía el conocimiento de la comida familiar, eso no bastaba. Sucede que este negocio se metió como impronta revolucionar la comida japonesa y acercarlo al paladar argentino, le dio una vuelta de rosca. Allí me acuerdo que estaba el maestro Cheng, que era un chino, pero que tenía dos puntos fuertes: cocinaba y hablaba muy bien en japonés. Todos los que estuvimos allí aprendimos mucho de Cheng y de su idea de occidentalizar la comida nipona”, dijo.

Al poco tiempo dejó los estudios y se dedicó solamente a trabajar; tenía todo por aprender en Morizono. El ambiente, la noche, la gran ciudad, las luces; todo conspiraba para el disfrute de Gerardo en sus años de primera juventud. Luego entró en otro local llamado Asia de Cuba, en Puerto Madero, y todo se volvió más vicioso, exuberante, sofisticado; entonces comenzó a buscar otras alternativas.

“Yo me escapé”, dijo como para explicar cómo llega a Salta. En la avenida Independencia, cerca del Bajo salteño, su hermano Pablo había inaugurado desde hacía un tiempo un corralón especializado en maderas (de Misiones) al que no tuvo otro nombre que ponerle, lo llamó El Japonés. Y allí cayó Gerardo con 23 años y con mucha noche quemada, gastada, cansada.

“Yo venía de un pueblito de 18 mil habitantes a Buenos Aires en donde había de todo. Trabajaba desde las 18 hasta que se vaya el último cliente, a las 2, 3 quizás 4 de la mañana. A esa hora salía a cenar, había de todo, todas las puertas estaban abiertas, de lunes a lunes y en un momento ya no me gustó”, dijo. Como en Salta todo trasciende más aletargado comenzó a estudiar. Ya tenía gastronomía, algo de hotelería; entonces buscó por el turismo. Fue allí donde conoció a una vallista calchaquí que le haría cambiar el decorado de su vida. Lorena Chiliguay vino de un paraje de adentro de Seclantás, llamado El Colte, para estudiar la misma carrera en la que se había metido Takakura. Entre trabajos prácticos y consignas grupales, el japonés y la seclanteña decidieron juntar sus vidas allá por el 2005.

Con Lorena tienen tres niños. Atenas, Apolo y Aquiles. Pero las aventuras de Gerardo no tienen fin. Siguen yendo y viniendo de Buenos Aires a Salta, pero ahora con toda su familia a cuesta. 

El hombre había cosechado su fama de buen cocinero de comida japonesa. Si bien seguía trabajando con la madera de su hermano, lo convocan a cubrir dos temporadas de verano, en la costa atlántica, entre 2006 y 2007. Más adelante lo llevaron como gerente de un local porteño hasta que en 2014 sucede algo por lo cual el hombre aprende definitivamente que no hay tranquilidad como la salteña. 

A las 2, en pleno barrio Belgrano, zona coqueta de Buenos Aires, sufre un violento asalto a mano armada y Lorena le pone las cartas sobre la mesa y deciden automáticamente volver a Salta por el miedo, los niños y la violencia experimentada.

Ya de vuelta en nuestra ciudad, la que sale a trabajar es Lorena y Gerardo comienza a cuidar a los niños. “Es el trabajo más duro que he tenido”, ríe el hombre. “Además porque eran chiquitos, luego se fueron haciendo grandes y todo va pasando. En ese tiempo yo me dedique a hacer delivery y a enseñar. Ganaba algo de dinero, pero el ingreso principal fue de Lorena. Para mí fue todo un cambio y un aprendizaje”, dijo.

Sin embargo, con el delivery fue ganando la “confianza” de muchos clientes. “Lo principal de la gastronomía es la confianza. Cuando el cliente te tiene confianza habla de vos, comenta, recomienda y ahí es cuando comenzás a crecer. Yo al tiempo abro mi local que se llamaba Umi con la idea primera de traer a comida japonesa al gusto salteño. Yo tengo mis propias ideas respecto de realizar un maridaje entre el vino y la comida, donde lo central es la bebida. Amo los vinos salteños y desde ahí parto para combinarlos de la mejor manera con la comida japonesa”, contó de modo sabio.

En esa preferencia gastronómica es que abre su nuevo local que se llama Umai Sushi Bistró. Es esa última palabra la que condiciona al resto, las subordina a esa pequeña carta de vinos, muy recomendables para ser acompañados por la comida.

Entonces ahí un simple curioso puede comenzar a entender las vasijitas de barro calchaquí con motivos diaguitas al lado del bambú, el gatito dorado que se llama Manekineko, el torrontés, el salmón, el pimentón más puro, las algas nori, la cerveza de Pulares y el wasabi.

“Lo que yo intento es que el sushi se haga más popular. Yo sé que tiene una fama de ser caro, pero los que estamos en esto vamos buscando los mejores precios y estamos abriéndonos a todos”, dijo Gerardo.

Por eso, si tiene curiosidad, no tenga miedo. Gerardo tiene su local en Balcarce y Alsina, es muy amable y puede preguntar de todo; aunque finalmente no compre nada. Habla de fútbol, toma café y tiene una experiencia de muchas idas y vueltas de una vida vivida.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD