¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

26°
28 de Marzo,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

“Nuestros clientes son amigos que confían en nosotros”

Silvio Lera, mecánico de automóviles y camionetas
Sabado, 21 de abril de 2018 23:40

Cuando uno tiene un vehículo sabe que en el momento en que lo lleva a un mecánico le está entregando, bajo un contrato firmado con tinta invisible, la confianza de la vida propia y de la familia. Es como el viejo médico con el que hay una fidelidad consecuente.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Cuando uno tiene un vehículo sabe que en el momento en que lo lleva a un mecánico le está entregando, bajo un contrato firmado con tinta invisible, la confianza de la vida propia y de la familia. Es como el viejo médico con el que hay una fidelidad consecuente.

Para muchos, no hay mejor mecánico que el “Zorro”. El chango es un laburante de una casa especializada que está en San Martín al 1800.

Son muchos los que lo conocen, le tienen afecto y confianza por la honestidad de su trabajo. Se debe decir que todos lo conocen por el apodo, por el taller, quizás por la pesca; pero pocos conocen su historia.

Silvio Lera tiene hoy 37 años. Junto a María están criando a sus dos hijos Leandro y Martín. El hombre hace un alto en su trabajo y comienza a contar sobre cómo llegó hasta hoy.

Se detiene, se queda callado, piensa y hace un gran rodeo sobre su historia para explicar las causalidades de su presente. Como dato curioso, el origen se planta en las “Primero de Mayo”, en la clásica que se corre en esa fecha.

“Yo viví mi niñez feliz en la querida Villa Primavera. Por mi casa pasaba la Primero de Mayo y mi mamá Clara me levantaba para ver el paso de las bicicletas. Me fascinaba. Entonces me iba para el centro a la bicicletería Postigo y me paraba en la vidriera a ver las bicis tan lindas y tan caras. Eran imposibles para mí. Cuando cumplí 16 años yo armaba y desarmaba mi bicicleta de hierro que me dio mi papá Silvano. Estaba muy entusiasmado y me fui a Postigo a inscribirme para la carrera. Pagué, me dieron el chaleco con el número y las recomendaciones. La adrenalina de salir todos juntos fue única, aunque yo no supiera nada de estrategia de competición. Yo iba con los primeros pelotones hasta Chachapoyas, luego no los ví más. Cuando pasé por Villa Primavera iba último y los changos se me reían. Fue horrible. Cuando di la primera vuelta, los primeros ya habían completado las dos vueltas. Lo mismo yo no me achicaba y seguía trabajando las bicicletas para mejorar. Así fue que entré a trabajar en la bicicletería de Coqui Flores, en San Martín y General Paz. Primero mirando y luego ya reparar como un trabajador más”, contó. En su relato todos se quedaron callados. El hombre tiene esa capacidad de ordenar una historia logrando la atención de todos los presentes.

A partir de su primer trabajo, su bicicleta mejoró muchísimo. Con los compañeros formaron parte del Club Colón, con quienes incursionaron en competencias en toda Salta, Tucumán y hasta San Juan.

“Entonces me aburrí de las bicicletas y de pronto quería correr con autos. Me pasé a un taller de mecánica integral, del cual tuve la precaución de olvidarme del dueño y de la dirección”, dijo y de algún modo es como la recomendación que uno le da a un amigo de no ir a determinado lugar.

Uno de los clientes que frecuentaba ese taller le avisó al Zorro que la concesionaria oficial Toyota estaba buscando mecánicos. Eso fue cuando tenía 22 años. Para él era un imposible, sin embargo fue.

“Yo entré en bermudas y zapatillas. Me pidieron el currículum vitae y yo les dije que no tenía nada de eso. Les conté que había estudiado en la Técnica III, pero que había abandonado en quinto año porque me aburría lo que enseñaban. Yo les pedía más información a los profesores, pero como no estaba en los temas no me daban. Entonces me ponía muy mal. Yo conté eso y además que sabía de motores, transmisiones, embragues, frenos, tren delantero. Un tipo que se llama Carlos Ordóñez me atendió y me subestimó. Yo lo odiaba, pero le demostré que sabía y entré. De pronto, yo que laburaba en un taller sin techo, casi solo y en condiciones deplorables, pasé a estar con 16 compañeros, en un taller que es un lujo y en total regularidad laboral. Al día de hoy, Con ese tal Ordóñez nos hicimos muy amigos. Compartimos pescas y buenos momentos”, dijo.

Aunque también aclaró que los primeros años fueron duros por el “derecho de piso” que le hicieron pagar.

“Con un taller móvil recorrieron el norte de la provincia y puede contar historias que se amontonarían en horas de relatos”, señaló.

En ese trabajo tuvo, además, el beneficio de capacitarse en la planta que tiene la firma en la localidad bonaerense de Zárate. “Fui cinco veces y yo las quería aprovechar a full. Preguntaba de todo, hasta el cansancio de los profesores, de los otros compañeros. Yo iba desesperado por aprender”, dijo riendo.

“Pero como siempre me pasa, me aburrí en ese trabajo. Llegó un momento en que la rutina y los horarios me agotaron. No podía hacer nada extra como ir a un médico, salir de compras con mi familia, nada. Entonces me fui de la empresa. Muchos pensaron que estaba loco, pero lo mismo me fui. Yo ya lo conocía a Sergio (Gómez) que tenía este local, charlamos y comencé al tiempo a trabajar acá de una manera más relajada, tranquila, sin tiempos y atendiendo a los clientes de una manera más personalizada”, dijo.

El cambio de trabajo sucedió cuando tenía 34 años y a sus hijos para disfrutar mejor del tiempo. Ahora tiene a dos compañeros jóvenes (Paco y Moreno) que lo acompañan, asisten y aprenden.

“Yo les enseño porque así aprendí yo, de puro culillo. Hay dos cuestiones para decir. Una es como dice el dicho: yo cobro por lo que sé, no por lo que hago. Si algo no sé, lo aprendo. Un mecánico vino acá con un deferencial sin solución. Yo lo arreglé y le cobré lo que valía, es decir, mucho. La otra cuestión es la honestidad con el cliente y la limpieza. Acá se hacen los arreglos de muy buena fe. Se utilizan los repuestos originales y se trabaja a conciencia. Esa es la mejor propaganda que podemos tener. Es por eso que acá más que clientes tenemos amigos que confían en nosotros. Confían sus vidas entregándonos sus vehículos para que queden en perfecto funcionamiento”, dijo el “Zorro” cerrando de alguna manera la idea primera.

Locura por la pesca

El “Zorro” tiene un vicio. Le encanta la pesca. A los 19 años recién fue al puente del Cabra Corral y de ahí no paró nunca. Ahora incursiona en el Bermejo y en el Pilcomayo. Fue uno de los muchachos que se autoconvocaron para limpiar el dique en una movida solidaria y ecológica.

Y sueña. “Yo muero con ir a competir al mundial del surubí. Yo les digo a los changos que nos animemos. Es un sueño que tengo que cumplir”, dijo y quizás sea que busca aquella vieja sensación que experimentó en la largada de aquella vieja Primero de Mayo cuando tenía 16 años.

“Yo quiero estar con esas cientos de lanchas que salen todas juntas a buscar un lugar. Esa adrenalina debe ser inolvidable”, concluyó.

 

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD