Puso al país de pie con su patadas. Así se ganó el respeto y un lugar dentro de las figuras destacadas del deporte argentino. Se trata del correntino Sebastián Crismanich, ganador de la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres y el autor de una de las emociones más importante de la temporada. Estuvo en Salta para establecer el taekwondo como deporte base en los colegios y dialogó con el El Tribuno sobre esto y el gran triunfo de su vida.
¿Qué cosas cambiaron en tu vida desde que ganaste la medalla de oro?
Muchas cosas cambiaron, pero yo sigo siendo la misma persona. Tengo un compromiso mayor con el taekwondo a partir del triunfo olímpico. Estoy tratando de difundir el deporte, llevar a los atletas del mediano al alto rendimiento; para ello visito el interior, donde en muchas provincias ya se estableció el taekwondo como cultura. Buscamos que esto no quede únicamente en Buenos Aires o Córdoba, sino que pase en donde necesitamos que salgan nuevos campeones, como Salta o Corriente, que son lugares donde se demostró que hay talenos innumerables.
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¿Dimensionaste lo importante que fue ganar en Londres?
En realidad todos los días voy descubriendo lo importante que fue ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos, y en especial en esta labor que realizó de difundir la disciplina por todo el país. Cada día se me presentan nuevas herramientas para difundir este deporte, que es muy recomendable por todos los valores y códigos que transmite. Buscamos evitar que los chicos caigan en las drogas y llevarlos a un vida saludable.
¿Cómo fueron cambiando tus emociones a medida que te acercabas a la final?
Primero tenía mucha incertidumbre sobre cómo me iba a sentir. Los Juegos Olímpicos son un torneo atípico, pero los esperé toda mi vida. No me jugó en contra la presión, quería desarrollar lo que sé de la mejor manera posible. Al primer combate llegué bien, con algo de ansiedad; internamente pensaba que ese era mi día y me decía “puedo lograrlo”. El triunfo me llevó al siguiente combate con mayor confianza y pude derrotar a mi rival por 9 a 1. Con mi equipo no nos conformábamos con nada, porque sabíamos que podíamos conseguir todo lo que alguna vez habíamos soñado. En la final me tocó enfrentar a un español, al que respetábamos ya que España tiene los mejores competidores de Europa. La estrategia siempre fue buscar el golpe del triunfo sobre el final, para que no tenga posibilidad de reacción.
Siempre se te vio con mucha convicción, ¿dudaste en algún momento poder llegar a tu meta?
Nunca dudé del trabajo que veníamos haciendo, ni de la entrega que podía dejar ese día. Esos eran los parámetros que tenía para decir “sí puedo” y se sumó que antes de llegar a Londres había vencido a un campeón mundial y a un ganador de la medalla de bronce. Eso me dio mucha confianza para encarar la cita olímpica. Siempre trabajamos en la autoconfianza y siempre tuvimos en claro que no debíamos conformarnos con lo que ya habíamos logrado.
¿Por qué te inclinaste por el taekwondo y no por el fútbol?
En realidad yo era uno de los tantos chicos que hacia fútbol, pero lentamente la balanza se fue inclinando hacia el taekwondo y más cuando mi hermano Mauro decidió practicar la disciplina. Yo quería ser como él, compartir mis días con mi hermano. Además a esa edad pensamos que en el fútbol ya había muchos referentes y en chiste pensamos que nosotros íbamos a ser los referentes del taekwondo argentino. Primero le tocó a mi hermano ganar a nivel internacional y después a mí.
¿Mauro fue como tu mentor?
Siempre fue la punta de lanza. El primero en llegar a la Selección, el primero en ganar y todo eso me iba allanando el camino. El fue como la ratita de laboratorio, en un momento en el que no había referentes.
¿Sentís presión al ser considerando un referente?
Siento mucha alegría al ser un referente, es una responsabilidad. Hay que destacar que todo esto llegó porque, junto a mi hermano, veníamos trabajando muy bien, por ser buenas personas, responsables y por la dedicación al trabajo, a los entrenamientos. Ahora estamos para aportar nuestro granito de arena.