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19 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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19 N: segunda vuelta, ¿última oportunidad?

Viernes, 03 de noviembre de 2023 02:29

La Argentina expone, por estos días, la profundidad de su degradación. Desafía toda comprensión y análisis. Distorsiona el proceso de necesaria búsqueda de los fundamentos y razones de tal status.

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La Argentina expone, por estos días, la profundidad de su degradación. Desafía toda comprensión y análisis. Distorsiona el proceso de necesaria búsqueda de los fundamentos y razones de tal status.

La superficie de ese escenario nos confunde y nos impide, quizás, advertir el trasfondo y verdadera crisis, escudada en la falta de combustibles (o psicosis colectiva, Flavia Royón y compañía dixit), desabastecimientos varios, economía colapsada, inflación galopante, inverosímiles hallazgos en allanamientos en causas de corrupción, entre otras circunstancias en donde la ficción supera ampliamente a la realidad.

La deconstrucción

La verdadera crisis comienza con el planteo de la palmaria desconexión entre el poder político (en su más amplio sentido) y la ciudadanía, considerando a esta última como el vínculo político por excelencia. Entonces, "La ciudadanía consistiría en la relación social que vincula entre sí a los miembros de una comunidad política y se ejerce mediante la participación en el proceso de decisión sobre los asuntos de la comunidad de la que se forma parte." (Cf. Rubio Núñez, R. La guerra de las democracias, Asamblea: revista parlamentaria de la Asamblea de Madrid, Nº 16, 2007, p. 82).

Como ya sostuvimos en otra oportunidad, la alarmante deconstrucción (RAE: desmontaje de un concepto o de una construcción intelectual por medio de su análisis, mostrando así contradicciones y ambigüedades) del sentido de pertenencia colectivo en la Argentina reconoce vastos y disímiles fundamentos. Y es allí donde se origina la crisis de representación política, que - junto con otros factores- puede llevar no solo a la ruptura de la conexión entre poder político y ciudadanía, sino incluso a la ruptura de los vínculos sociales entre los mismos ciudadanos, lo que provoca el ejercicio de un individualismo exacerbado que conspira contra la idea de sentirse (y percibirse, aprovechando terminología en boga) miembros de una misma comunidad.

Es lo que en su momento denominamos la Argentina sin sentido colectivo, donde confluye -desde hace décadas- la pobre gestión de turno de los tres poderes del Estado, decididamente influenciada por la ausencia de valores comunes consolidados. Veamos brevemente. Poderes legislativos -inflacionados de parásitos e incompetentes- que resultan costosas y anacrónicas estructuras, devenidas en escribanías de los poderes ejecutivos. Poderes ejecutivos sin capacidad de gestión, liderados por agentes carentes de idoneidad (cuando no corruptos), y que no resuelven problemas estructurales. Poderes judiciales captados por los demás poderes, absolutamente dependientes, anacrónicos en su funcionamiento y sin capacidad de respuesta a los justiciables, con mayor preocupación sobre las formas y no sobre el fondo (Cf. Es tiempo de jueces activistas -por el autor-. Diario el Tribuno de Salta. 16 de abril de 2020).

El eslabón roto

Pero ello resulta la consecuencia. ¿La causa?: "La crisis actual de la democracia se especifica en la desarticulación de la representación política respecto a la Constitución. El eslabón roto es el partido político, en la medida que produce los siguientes efectos, entre otros: introducir una nueva mediación entre el gobernante-legislador y los titulares de la potestad legislativa, despersonalizar el sufragio, desvirtuar su contenido esencial mediante leyes electorales inconstitucionales, apropiarse del proceso electoral, administrar sin control los resultados del mismo, actuar internamente lesionando la democracia y financiarse ilegalmente, incluyendo parte de lo presupuestado para los representantes" (Cf. Acosta Sánchez, J. La articulación entre representación, Constitución y democracia: Génesis, crisis actual y Constitución española, Revista de Estudios Políticos, nº 86, 1994, pp. 150-151).

En este sentido, se ha dicho que la crisis de representación puede conceptualizarse en -al menos- tres elementos: a) El papel de los partidos políticos, b) El debilitamiento de los derechos sociales y, derivado de esto, de los derechos civiles, y c) La naturaleza humana y el cálculo de valor sobre los derechos propios (¿qué resulta más valioso para un ciudadano de a pie? ¿Su derecho al voto o su derecho de propiedad sobre su vehículo? (Cf. Schumpeter, Joseph Alois. Capitalismo, Socialismo y Democracia, Aguilar, Madrid, 1971).

Si luego de ello añadimos crisis económica, la fórmula resulta explosiva. Si una sociedad que padece una crisis de representación política grave, además sobrelleva una crisis económica de muchos años de duración, ¿cuáles serán las consecuencias?

Sin duda, una economía en crisis ejercerá de factor potenciador de los elementos citados en el punto anterior. Por un lado, acrecentará la desconexión existente entre los ciudadanos y sus gobernantes (particularmente entre los ciudadanos y los partidos políticos); por otro lado, empeorará la situación de los derechos sociales y, con ellos, la de los civiles; y, finalmente, hará que los ciudadanos valoren aún menos su derecho de participación política, al que considerarán cada vez más inútil y desprovisto de relevancia, con persistente sensación de que el mismo no resulta vital, no dirime nada, no ofrece ni aporta alternativas superadoras y resulta una acción absolutamente vacua y carente de efecto; sensación que se agiganta hasta el punto de transformarse en una abrumadora y hostigadora realidad en la vida de todos los argentinos. Lo dicho resulta absolutamente empírico, es decir, basado en la experiencia y en la observación de los hechos. Por ende, incontrastable.

Por tanto, una crisis económica suficientemente grave y sostenida en el tiempo acrecentará todos los elementos de los que se compone la crisis de la representación. La crisis económica resultará el combustible que alimente la mentada crisis de representación política bajo análisis. Según literatura especializada, ello determinará una compleja situación, que generará -eventualmente- el caldo de cultivo para un intento de cambio del modelo político imperante (salvo en la Argentina inverosímil, a la luz de los resultados de la primera vuelta electoral).

Por si algún ingrediente nos faltaba, la crisis moral y de valores -sumada a la crisis de representación política, exacerbada por la crisis económica- debería resultar determinante para generar una revolución y cambio rotundo de las ideas y sistema político imperante.

En este contexto y escenario, si se comparten los síntomas y el diagnóstico, nos aproximamos a un desenlace dramático, en términos políticos y electorales.

Una crisis de la democracia

Resulta innegable que en nuestra Argentina es intensa y abrumadora la falta de identificación de gran parte de la ciudadanía con la política y aquellos que la ejercen. Ello necesariamente nos conduce a sostener que - de hecho y a 40 años de su recuperación como forma de organización social y política- existe una importante fractura entre los ciudadanos y la democracia, tal y como se entiende y se la ejerce en nuestros días (Cf. Luego de 40 años, la República sigue perdida -por el autor-. Diario El Tribuno de Salta. 27 de junio de 2023)

A no dudarlo, la crisis de representación política, en este sentido, es una crisis de la democracia, y sus consecuencias no solo afectan a los actores de la democracia (partidos políticos, instituciones, etc.), sino a la propia democracia. Allí reside la gravedad del estado terminal de nuestro país. En palabras de Acosta Sánchez: "…aquí la crisis es ternaria: la de la representación involucra a la Constitución y ambas a la democracia". (Cf. Acosta Sánchez, J. Op. Cit., 1994, p. 151).

Esta situación determinará una consistente y progresiva degeneración del modelo democrático, con resultados absolutamente desconocidos, pero eventualmente predecibles: nos encontraríamos con un debilitamiento generalizado de la sociedad entendida como comunidad política, una ruptura de los lazos existentes entre sus miembros, una pérdida de la conciencia de lo colectivo (lo que ya claramente sucede y venimos afirmando) y, en definitiva, una desaparición progresiva, no formal, pero sí material (en la práctica y en su ejercicio), de la democracia tal y como la entendemos y valoramos en nuestro contexto histórico (Cf. La Argentina y la ausencia de sentido colectivo -por el autor-. Diario el Tribuno de Salta. 18 de septiembre de 2021).

En este estado, la segunda vuelta electoral quizás constituya un momento único e histórico en la historia institucional de nuestro país, dado que, si se comparte lo antes desarrollado, debemos concluir en que ese día se plebiscita el valor y modelo de democracia al que aspiramos.

En definitiva, como creación humana que es, la democracia es movimiento ("Para un régimen democrático, estar en transformación es el estado natural; la democracia es dinámica, el despotismo es estático y siempre igual a sí mismo". Bobbio, Norberto. El futuro de la democracia, Fondo de Cultura Económica, México D. F., 1986, p. 7), desarrollo y cambio.

Detener su necesaria evolución puede implicar graves consecuencias. A cuarenta años desde su recuperación, cada argentino resultará interpelado el 19 de noviembre próximo.

 

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