"Es una historia repetida noche a noche que algunos querrán soslayar y otros evocar, recordando aquella esfera de vidrio rojizo con la leyenda: "El Globo", colgado frente al zaguán de Zabala 403. Calle de tierra, que se estiraba hecha paredón por la Córdoba, hasta el 1030, con ventiluces en lo alto, por donde se escapaban los suspiros de los falsos amores, hasta llegar a una entrada secundaria para vehículos, sin techo ni portón. Allí, desde lo alto del muro, un cactus trepador campaneaba en silencio. Estamos pues, en el epicentro de "el bajo" de aquella "belle époque", cuyos testigos el tiempo se llevó.
Lo regenteaba su dueña, la Rusa María, doña María Grynsztein llegada a Mendoza en 1927 desde Polonia, junto a su hermana Sara. En esa ciudad cuyana fue donde la Rusa se inició como mujer de vida alegre, laborando bajo la tutela de una mandamás, al que no le toleró la explotación y los abusos, hasta que en 1929 escapó sola a Salta, donde se radicó y encontró nuevos aires.
La nueva "madame"Este personaje legendario y de trayectoria se inició en esta actividad que le dio una reconocida fama. Que la ganó por su experiencia, al haber tratado con varias generaciones, en especial con adolescentes, algunos llevados de la mano por sus padres o tíos para que quemen sus primeros cartuchos. Otros ingresados a esa hermandad por una caprichosa y seductora curiosidad, sin contar con los asiduos concurrentes noctámbulos.
Su clientela fue heterogénea, hubo algunos cabareteros y hasta malogrados santulones de sacristías, que llegaban al oscurecer.
Adentro, cada cual hacía su elección y respetaba el turno, mientras, la madama controlaba la venta de bebida y cada tanto, golpeando las manos, pedía a los varones presentes que "hagan juego", es decir que inviten copas a las "chicas" de su cofradía. Si así ocurría, las chicas solo tomaban un té frío azucarado en un vaso o copa que tenía un color similar al whisky y que debía ser pagado como tal.
El Globo por dentro
A la tarde, al lugar solo les era permitido ingresar a modistas, peluqueras, algún médico, y proveedores, ya que estaba vedada la presencia de cortejantes con propósitos maritales, gígolos y "cafiolos" (botín duro), que abundaban.
Si alguna chica debía salir, lo hacía bajo la severa y personal vigilancia de la Rusa María, para evitar contactos externos y eventuales deserciones.
Dentro del negocio de la trata, había bellas jovencitas de países americanos y del nuestro, integrando el plantel proveniente de ese intercambio penoso, colmado de una pervertida crueldad.
Entre amores, maridos, traiciones y venganzas
Una competencia que no dejaba de crecer
El nacimiento de una leyenda llena de emociones y congojas
La fiesta en El Globo
Otras amistades
El entierro
"Cerrado por duelo"
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"Es una historia repetida noche a noche que algunos querrán soslayar y otros evocar, recordando aquella esfera de vidrio rojizo con la leyenda: "El Globo", colgado frente al zaguán de Zabala 403. Calle de tierra, que se estiraba hecha paredón por la Córdoba, hasta el 1030, con ventiluces en lo alto, por donde se escapaban los suspiros de los falsos amores, hasta llegar a una entrada secundaria para vehículos, sin techo ni portón. Allí, desde lo alto del muro, un cactus trepador campaneaba en silencio. Estamos pues, en el epicentro de "el bajo" de aquella "belle époque", cuyos testigos el tiempo se llevó.
Lo regenteaba su dueña, la Rusa María, doña María Grynsztein llegada a Mendoza en 1927 desde Polonia, junto a su hermana Sara. En esa ciudad cuyana fue donde la Rusa se inició como mujer de vida alegre, laborando bajo la tutela de una mandamás, al que no le toleró la explotación y los abusos, hasta que en 1929 escapó sola a Salta, donde se radicó y encontró nuevos aires.
La nueva "madame"Este personaje legendario y de trayectoria se inició en esta actividad que le dio una reconocida fama. Que la ganó por su experiencia, al haber tratado con varias generaciones, en especial con adolescentes, algunos llevados de la mano por sus padres o tíos para que quemen sus primeros cartuchos. Otros ingresados a esa hermandad por una caprichosa y seductora curiosidad, sin contar con los asiduos concurrentes noctámbulos.
Su clientela fue heterogénea, hubo algunos cabareteros y hasta malogrados santulones de sacristías, que llegaban al oscurecer.
Adentro, cada cual hacía su elección y respetaba el turno, mientras, la madama controlaba la venta de bebida y cada tanto, golpeando las manos, pedía a los varones presentes que "hagan juego", es decir que inviten copas a las "chicas" de su cofradía. Si así ocurría, las chicas solo tomaban un té frío azucarado en un vaso o copa que tenía un color similar al whisky y que debía ser pagado como tal.
El Globo por dentro
A la tarde, al lugar solo les era permitido ingresar a modistas, peluqueras, algún médico, y proveedores, ya que estaba vedada la presencia de cortejantes con propósitos maritales, gígolos y "cafiolos" (botín duro), que abundaban.
Si alguna chica debía salir, lo hacía bajo la severa y personal vigilancia de la Rusa María, para evitar contactos externos y eventuales deserciones.
Dentro del negocio de la trata, había bellas jovencitas de países americanos y del nuestro, integrando el plantel proveniente de ese intercambio penoso, colmado de una pervertida crueldad.