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20 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Miguel López Ortega: en cada abrazo una lágrima

Viernes, 20 de mayo de 2016 01:30
Tras 21 años de ausencia regresó a Cerrillos, su pueblo adoptivo, aquel estudiante de derecho que en 1979 fue obligado a abandonar el país. Y lo hizo luego de haber vivido una verdadera odisea. Y aunque él duda, es seguro que salvó el pellejo por ser español. Y efectivamente, nació en 1951 en La Palma, una de las siete islas Canarias. Un año después, sus padres René López y Clara Ortega, emigraron a la Argentina para radicarse primero en Jujuy y más tarde, en 1957, en La Falda, Cerrillos. Aquí, hizo la primaria y descubrió su pasión por el fútbol, jugando primero en el Club Pueblo Nuevo, y luego en "El Ciclón" de Salta.

Los estudios

En 1970 se graduó de perito mercantil, y en el 71, contra la voluntad de su tata, ingresó a la Facultad de Derecho de Tucumán, donde se radicó. Por entonces ya era un entusiasta seguidor del radicalismo.
En 1975, era un adelantado estudiante de abogacía pues solo le faltaban cinco materias para graduarse. A fines de ese año, su vida era puro optimismo pues soñaba calzarse la toga de abogado en 1976. Pero inesperadamente a Miguel se le cruzó un amorío universitario y el Operativo Independencia.
Era diciembre de 1975; el verano hacía arder Tucumán aunque todavía se podía disfrutar de relegados aromas de azahares. Miguel trajinaba los últimos días del año; cuando los estudiantes rinden sus materias anuales y a la vez preparan bártulos para pasar las fiestas de fin de año en casa.
Pero en Tucumán no solo el verano calentaba. También lo hacía el Operativo Independencia en su lucha contra la guerrilla del ERP. El general Bussi acababa de reemplazar a Vilas, y la "guerra sucia" se endurecía en los montes tucumanos y en las pensiones estudiantiles de la ciudad.
Y así fue que en una noche de verano, insinuada quizá por Eros, en momentos que Miguel compartía cuitas con una supuesta compañera, un comando militar volteó a patadas la puerta de la pensión y, aunque venían por ella, todos cayeron en la volteada. La dama estaba secretamente vinculada a un "erpiano" trampeado en el monte.

La cárcel

Los días venideros fueron un infierno; careos, tortura, aislamiento y finalmente "a disposición del P.E. Nacional". Primero en una cárcel del Chaco y luego en Trelew. Por fin, en 1979, por gestiones de su familia española, Miguel debió salir rumbo a su tierra Canaria. Después Madrid, Sevilla, Granada y finalmente Córdoba, donde echó raíces. Ahí conoció a quien sería su esposa en 1982, doña María Gracia Merino Tapia. Por sus consejos estudió y logró trabajo. Luego llegaron los hijos, Miguel y Mario, ahora dos enamorados de Salta.
Hoy Miguel disfruta de una digna jubilación. Hace un mes volvió al terruño de su niñez. Vino para disfrutar en La Falda de la ternura materna y familiar pues a su padre René, lo perdió tras su larga ausencia.
Sin esfuerzo y mirando la nada recuerda lo que en España hizo para sobrevivir y soportar el dolor del exilio. Fue soldado, empleado de un psiquiatra que lo echó por no poderlo hipnotizar. Luego montañista y caminante, hasta que en la Córdoba de allá, dejó de ser un "parado". Aquí, por un mes Miguel disfruto de cada reencuentro. Dejando en cada abrazo una lágrima mientras sus hijos se enamoraban de Cachi, de la hoja de coca, de las empanadas, del asado y del locro pulsudo hecho por la abuela española.
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Tras 21 años de ausencia regresó a Cerrillos, su pueblo adoptivo, aquel estudiante de derecho que en 1979 fue obligado a abandonar el país. Y lo hizo luego de haber vivido una verdadera odisea. Y aunque él duda, es seguro que salvó el pellejo por ser español. Y efectivamente, nació en 1951 en La Palma, una de las siete islas Canarias. Un año después, sus padres René López y Clara Ortega, emigraron a la Argentina para radicarse primero en Jujuy y más tarde, en 1957, en La Falda, Cerrillos. Aquí, hizo la primaria y descubrió su pasión por el fútbol, jugando primero en el Club Pueblo Nuevo, y luego en "El Ciclón" de Salta.

Los estudios

En 1970 se graduó de perito mercantil, y en el 71, contra la voluntad de su tata, ingresó a la Facultad de Derecho de Tucumán, donde se radicó. Por entonces ya era un entusiasta seguidor del radicalismo.
En 1975, era un adelantado estudiante de abogacía pues solo le faltaban cinco materias para graduarse. A fines de ese año, su vida era puro optimismo pues soñaba calzarse la toga de abogado en 1976. Pero inesperadamente a Miguel se le cruzó un amorío universitario y el Operativo Independencia.
Era diciembre de 1975; el verano hacía arder Tucumán aunque todavía se podía disfrutar de relegados aromas de azahares. Miguel trajinaba los últimos días del año; cuando los estudiantes rinden sus materias anuales y a la vez preparan bártulos para pasar las fiestas de fin de año en casa.
Pero en Tucumán no solo el verano calentaba. También lo hacía el Operativo Independencia en su lucha contra la guerrilla del ERP. El general Bussi acababa de reemplazar a Vilas, y la "guerra sucia" se endurecía en los montes tucumanos y en las pensiones estudiantiles de la ciudad.
Y así fue que en una noche de verano, insinuada quizá por Eros, en momentos que Miguel compartía cuitas con una supuesta compañera, un comando militar volteó a patadas la puerta de la pensión y, aunque venían por ella, todos cayeron en la volteada. La dama estaba secretamente vinculada a un "erpiano" trampeado en el monte.

La cárcel

Los días venideros fueron un infierno; careos, tortura, aislamiento y finalmente "a disposición del P.E. Nacional". Primero en una cárcel del Chaco y luego en Trelew. Por fin, en 1979, por gestiones de su familia española, Miguel debió salir rumbo a su tierra Canaria. Después Madrid, Sevilla, Granada y finalmente Córdoba, donde echó raíces. Ahí conoció a quien sería su esposa en 1982, doña María Gracia Merino Tapia. Por sus consejos estudió y logró trabajo. Luego llegaron los hijos, Miguel y Mario, ahora dos enamorados de Salta.
Hoy Miguel disfruta de una digna jubilación. Hace un mes volvió al terruño de su niñez. Vino para disfrutar en La Falda de la ternura materna y familiar pues a su padre René, lo perdió tras su larga ausencia.
Sin esfuerzo y mirando la nada recuerda lo que en España hizo para sobrevivir y soportar el dolor del exilio. Fue soldado, empleado de un psiquiatra que lo echó por no poderlo hipnotizar. Luego montañista y caminante, hasta que en la Córdoba de allá, dejó de ser un "parado". Aquí, por un mes Miguel disfruto de cada reencuentro. Dejando en cada abrazo una lágrima mientras sus hijos se enamoraban de Cachi, de la hoja de coca, de las empanadas, del asado y del locro pulsudo hecho por la abuela española.
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