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14 de Mayo,  Jujuy, Argentina
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El sentimiento de las plantas

Domingo, 28 de abril de 2024 14:55

Margarita y René habían comprado aquel terreno en el barrio Los Lapachos aun estando de novios, al pie del cerro, cuando todavía no existía ni la fábrica de dulces, ni las elegantes casas de fin de semana que construyeron los ricachones. Diez años después de casarse pudieron terminar la construcción y, finalmente, mudarse a la pequeña casa de dos dormitorios, un living comedor amplio con piso de madera, un baño y una cocina para dos, con un gran ventanal frente a la verde ladera del Cerro Chico. Allí pasaron los mejores años de su vida, rodeados de naturaleza y aire puros. No tuvieron hijos, pero no se quejaban. Adoptaron un perro sin raza y se dedicaron a cultivar su jardín.

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Margarita y René habían comprado aquel terreno en el barrio Los Lapachos aun estando de novios, al pie del cerro, cuando todavía no existía ni la fábrica de dulces, ni las elegantes casas de fin de semana que construyeron los ricachones. Diez años después de casarse pudieron terminar la construcción y, finalmente, mudarse a la pequeña casa de dos dormitorios, un living comedor amplio con piso de madera, un baño y una cocina para dos, con un gran ventanal frente a la verde ladera del Cerro Chico. Allí pasaron los mejores años de su vida, rodeados de naturaleza y aire puros. No tuvieron hijos, pero no se quejaban. Adoptaron un perro sin raza y se dedicaron a cultivar su jardín.

Pero no fue hasta que Margarita se jubiló, que las flores y plantas crecieron con mayor esplendor. Es que ella tenía buena mano y, además, les hablaba. A veces también les cantaba, asegurando hermosas flores para los días subsiguientes. “Dale, mamita, no seas vaga, dame flores”, les pedía. O: “¿A vos qué te pasa? dale, arriba mi amor, vamos” “¡Oh, qué hermosas flores me regalaron hoy, pero qué lindas!” René la escuchaba hablar y sonreía, le parecía descabellado y simpático a la vez y no se atrevía a dudar de la teoría de su mujer: las plantas tienen sentimientos.

Había de todos los tamaños y colores, en el jardín del frente, tras las blancas verjas, en macetas que colgaban de las ventanas, y en dos largos troncos ahuecados dispuestos en el pequeño corredor de entrada al portal. Allí convivían petunias, crisantemos, margaritas, pensamientos y prímulas de todos los colores que, fieles y felices, florecían en cada estación del año.

En el interior de la casa, un gran palo de Brasil daba la bienvenida, alto, con sus ramas fuertes y sus hojas verdes brillantes. Sobre la mesa del comedor, tres orquídeas fucsias con corazón blanco, acaparaban orgullosas la atención de quienes visitaban a la feliz pareja.

René enfermó apenas llegó la pandemia a la provincia. Su cuerpo no pudo soportarlo y, a pesar de las atenciones médicas, falleció en septiembre de 2020. Margarita había permanecido junto a él en el hospital los diez días que duró su internación. Cuando regresó a casa, las plantas estaban tan alicaídas y tristes como ella. Durante una semana las regó, les quitó las hojas secas, removió la tierra de las macetas y les habló. Les contó lo sucedido, lloró a su lado, por la muerte de su amado, y hasta tuvo fuerzas para motivarlas a nunca dejarse caer. Con el palo de Brasil tuvo una charla más seria y le pidió que se mantuviera firme, que él debía dar el ejemplo. A las orquídeas les regaló unos cubitos de hielo y con dulzura les pidió que no dejaran de florecer.

Margarita Costales falleció, en febrero de 2021, sola y triste, en su casa del Barrio los Lapachos. Desde ese momento, las plantas del frondoso jardín, empezaron a secarse. Abatidas por la pérdida de su dueña, no lograban mantenerse en pie, ni retener sus pétalos que caían sin pausa, a pesar de que una vecina las regaba a diario. En pocos meses, no quedó nada de aquellas hermosas plantas y flores, ni siquiera el robusto palo de Brasil pudo soportar tanta pena.

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