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Tener ceguera le enseñó a descubrir su vocación social

Atravesar diferentes situaciones siendo no vidente fue de gran aprendizaje para la joven Yésica Gutiérrez.
Miércoles, 27 de septiembre de 2023 00:39

Con una predisposición notable en su voz, ella se brinda de lleno y su entusiasmo por la vida parece crecer. Es que, sin dudas, es un ejemplo de mujer que no se dejó vencer por ningún obstáculo.

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Con una predisposición notable en su voz, ella se brinda de lleno y su entusiasmo por la vida parece crecer. Es que, sin dudas, es un ejemplo de mujer que no se dejó vencer por ningún obstáculo.

La historia de Yésica Beatriz del Milagro Gutiérrez tomó muchos matices a partir del instante en que nació bajo la condición de prematura y, por ese motivo, desde el primer momento de su existencia tuvo que luchar como una guerrera para sobrevivir.

Aunque los médicos marcaran un panorama de salud complicado para ella, debido al deficiente desarrollo de algunos de sus órganos, no fue suficiente para que su espíritu continúe férreo e inquebrantable, sin tiempo para rendirse.

Siendo aún bebé, fue colocada en la incubadora más tiempo de lo debido, lo que hizo que al no tener el control necesario en el espacio para lograr la maduración de sus pulmones, tuviera una predisposición a la retinopatía de la prematuridad.

"A mi mamá le dijeron que me iba a morir y ella le pidió tanto a la Virgen del Milagro que no me lleve que pasó tiempo y me fui recuperando", explicó Yésica Gutiérrez sobre sus primeros meses de vida.

Siendo pequeña, logró seguir hasta que en su recuerdo se remontó a la edad de cinco años cuando empezó a sentir cambios en su vista.

"Me di cuenta de que no veía del ojo derecho, también se dieron cuenta en jardín de infantes y me tocó viajar a Buenos Aires una vez al año para poder cuidar lo que veía del ojo izquierdo", explicó Gutiérrez que en sus clases de nivel inicial, le dificultaba leer del pizarrón y escribir en el tamaño de letra -que se esperaba- debiera tener aquella época.

Entonces a los dolores de cabeza, se le sumó la falta de concentración y el desmesurado esfuerzo por fijar la observación. "Una vez en la escuela tenía que recuperar una materia, sino me quedaba de grado y no veía las letras de la fotocopia. Me acerqué una vez a la 'profe' y me leyó. La segunda vez, también. Yo había estudiado todo el verano, la tercera vez la 'profe' me quitó la hoja y me dijo que me hacía la que no veía, porque era caprichosa. Al final, me quedé de grado y al año siguiente repetí. No era caprichosa, sino que no veía", recordó Gutiérrez como uno de los episodios que pasó dentro de un aula.

Pero lo más fuerte llegaría un 11 de febrero. Fecha exacta que cambiaría su existencia de manera radical.

"Me acosté a dormir y al día siguiente me levanté y abrí los ojos pero no veía nada", expresó. En su ser podía sentir el calor del sol pero al abrir sus párpados, no podía verlo. Pensar en que se trataba de una pesadilla fue lógico para Yésica, que no quería despertar sino hasta abrir su vista frente a la ventana donde -de nuevo- sentiría el calor del rayo pero sin mirar su brillo.

Y empezó todo un ir y venir al médico. "Fue una locura. Mi mamá consiguió derivación a Buenos Aires y así estuvimos tres años yendo y viniendo, cirugías tras cirugías, trámites, tratando de volver de Buenos Aires porque no teníamos cómo, porque no teníamos dinero", contó Gutiérrez que atravesó situaciones complejas junto a su madre.

No obstante, la solidaridad con ella se mantuvo presente ya que se recaudaron fondos para ayudar a su tratamiento.

Los días fueron pasando y -con ellos- distintas operaciones que abrían la posibilidad de devolverle la vista, pero para esta niña resultaba ser un ajetreo demasiado agotador. "Sentí que la vida se me iba y que necesitaba vivir. No podía salir a jugar, tenía que estar siempre en la cama. Escuchaba a los chicos que jugaban afuera y me moría de ganas de jugar pero no podía", dijo con la nostalgia de una niñez añorada.

Desde los especialistas, la decisión final fue que tenía que esperar un trasplante de retina.

Pero la palabra "esperar" fue la que esta joven jujeña no podía seguir escuchando.

Y entonces llegó un punto en que ella misma se dedicó a recuperar el tiempo perdido para convertirlo en paraíso recobrado.

"Necesitaba sonreír más y tener un proyecto de vida. Me desgastaba ver a mi mamá que se esperanzaba con cualquier cosa que veía en la tele, hacíamos de todo. Entonces decidimos vivir y que suceda lo que tenga que suceder, porque cuando soltás, podés recibir", aseguró, decretando con total certeza que lo bueno tenía que llegar en algún momento.

Braille, pilar de conexiones

La escuela especial 11 “Profesor Luis Braille” fue una puerta que se abrió a la esperanza de un futuro mejor para la joven. El cambio que conllevaba asistir a la institución suponía un vaivén pero, esta vez, de expectativas. “Estaba emocionada de conocer otros niños porque mis compañeros de la escuela me habían ido a ver dos veces a mi casa y después no volvieron más. Yo no podía jugar a lo que ellos jugaban. Me acuerdo que querían hacer una coreografía que estaba de moda, era la de Fey y no me la podían explicar y yo no la sabía hacer.

Fue el momento que me di cuenta de que ya no era mi grupo”, expresó Yésica Gutiérrez que logró tener una nueva perspectiva del mundo gracias a un aprendizaje completo donde conectó con nuevos amigos. “Algunos eran ciegos y otros, de baja visión. Eran como superhéroes para mí, una es mi mejor amiga que siempre le digo que siento admiración por ella”, dijo la joven cuyo camino se iba abriendo a través del estudio. “Lo que me daban, estudiaba. Sentí que tenía que recuperar todo lo que no viví”, contempló quien ahora disfruta de cada instante.

Desde el caminar, el escuchar y el poder hablar. “Tenemos que valorar lo que tenemos porque no sabemos hasta cuándo”, dijo en un tono reflexivo. La joven jujeña, que dicta talleres de características terapéuticas, encuentra en la lectoescritura en Braille, su manera de ser feliz. “Me encanta porque fue la primera posibilidad que tuve, después de tantos momentos tristes”, reveló. Así es como el Braille llegó a su vida como pilar de conexiones y para mantener viva la ilusión de tener sueños por cumplir, sin importar la discapacidad. “Si bien mi idea cuando era chica era ser doctora, hoy no lo soy, pero me encantaría llegar a ser psicóloga.

Mientras tanto, mi sueño es acompañar a las mujeres en situación de violencia, me gusta poder comprender los diferentes contextos y las realidades que aprendí a escuchar y, sobre todo, a no juzgar”, dijo Gutiérrez, asimilando su propia realidad y aprendiendo de ella; para sostenerse y brindar herramientas a otras personas.

Es así como el destino la guio hacia la labor social que hoy la descubre siendo solidaria en su entorno más cercano, pero también como estudiante de la carrera de licenciatura en Psicología. “Me está llevando muchos años, me costó, me dolió cuando tuve que dejar, sentí que tenía que aprender sobre mis derechos, tenía que tener otra posición ante la vida y, obviamente, mi discapacidad que también fue otro proceso. Ahora que estoy cursando, me encuentro con otros docentes que son más abiertos para que mi trayectoria educativa sea más amigable”, indicó la joven cuya primera inspiración siente en su madre y en sus seres queridos.

Es que cuando una familia acompaña es generadora de fuerzas para continuar sin rendirse y el lugar desde donde nace la fortaleza de cualquier persona. “Viví con la ceguera mucho más tiempo de lo que vi. Me dejó los mejores recuerdos ver, pero hoy mi vida es esta y la amo porque me devolvió oportunidades que quizás viendo, no me daba cuenta de que las tenía”, afirmó optimista.