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28 de Abril,  Jujuy, Argentina
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La escuela más antigua de la región cumplió años

Domingo, 16 de julio de 2023 00:17

Por Yedelmira “Deye” Viltes Escritora

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Por Yedelmira “Deye” Viltes Escritora

El 9 de julio cumplió 162 años, la escuela provincial Nº 3 “Enrique Wollmann”, de barrio Ledesma, de la ciudad de Libertador General San Martín. Es la tercera escuela inaugurada en la provincia y la más antigua de Ledesma. El desarrollo poblacional, educativo y económico de la zona, por el cultivo de la caña de azúcar la vio nacer en el año 1861, con el nombre de Sixto Ovejero. Funcionó sobre la calle Sarmiento en el edificio de lo que fue el ex Centro Antipalúdico, frente al cine teatro Ledesma, hasta el año 1942.

El 9 de julio de 1942 se inauguró el actual edificio escolar, construido por la empresa Ledesma y a pedido del ingeniero Herminio Arrieta, se le impone el nombre de Enrique Wollmann, su suegro, quien había iniciado el desarrollo industrial de la empresa azucarera. Funciona desde entonces en la manzana ubicada entre las calles Florida, Güemes y Mendoza del barrio Ledesma.

Estos datos fueron extraídos de: Folleto del libro “Don Carlos Sánchez - Creador de afectos” (2010) de Lidia Sánchez de Nozierez, exalumna y exdirectora de la escuela “Enrique Wollmann”; y del primer capítulo del libro “Cuna Verde” (2013) de la misma autora.

A la escuela provincial Nº 3 “Enrique Wollmann”

íQué importantes las escuelas de nuestras primeras letras! íEncierran las utopías de tantas generaciones de maestros y alumnos! Cada vez que paso por la mía, la que fue “mi escuela”, la que acarició mis tiempos de niña, la mirada se vuelve dulce y clara entre sus piedras grises. íCuánta roca cortada a filo por hombres, cuyos nombres y apellidos hasta no hace mucho tiempo recordaba mi padre! íCuánto verde detrás de sus ventanales y la cerca negra de palos! Hoy tiene un muro de alambre bajo la sombra de los lapachos. En esos tiempos trepaba como una gacela la escalera de entrada, y escoltada por dos esferas de piedra... un misterio de cuatro, cuando salíamos al patio trasero. Siempre a los brincos, colgada de un alfeñique de colores que el turco Mazamorra vendía sobre la vereda. Iba suspendida de un moño blanco, que mi madre armaba a tiempo o a destiempo.

íPobre, creía encarcelar mis sueños en una cola larga y dolorida! Era entrar a un revuelo de palomas. Después de cruzar la puerta gruesa y torneada nos abrazaba el Ángel de la Guarda, que desde su sitial nos llamaba a silencio. ¿Y la campana de bronce? Ya no escucho su canto. Ella estaba en línea recta, después del segundo arco del patio.

Una campanada indicaba el final de la fiesta y la segunda que nos esperaba el aula. Un día regresé “maestra”. Entraba al aula antes que mis niños, para embriagarme con “aquellos aromas inolvidables”: a cuadernos, a gomas de borrar, a lápices recién despuntados, a cabecitas sudadas y locas... El recreo más bonito tiene que ver con el estómago porque a media tarde se inflamaba el aire con el olor a leña y yerba fresca. Después venía el olor a pan y a mate cocido. Margarita y Josefa, las porteras más veloces del mundo, en jarras enormes repartían la merienda, a nosotros, niños obedientes, sentados alrededor del patio de lajas. Y sonrío... yo también fui “una mate cocido”, aunque ya no estén afuera: los cuatro pinos flacos, el montón de gorriones, el techo de tejas y la cerca de palos.

Y te canto: Escuela de la niñez feliz y despreocupada se llevaron las tejas te arrancaron la cerca ya no están los pinos flacos alborotados de pájaros pero sigue el patio de piedra, están mudas las payanas. La campana hoy bronce sin brillo me acompaña en el canto violín deshojado sobre el patio de lajas.

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