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El Ministerio perdido y una batalla cultural imaginaria

Sabado, 30 de diciembre de 2023 01:02

Parece algo banal, pero no puedo evitar sorprenderme de su peso simbólico: el corazón violeta que estuvo durante años en el top de mis emojis más usados, un signo universal y reconocible de la lucha de los feminismos que tiñe las marchas en todo el mundo, ha ido perdiendo lugar hasta desdibujarse en el montón. Tanto se había impuesto el violeta como divisa representativa del ideal de la igualdad de géneros, que en la última década no hubo marca de moda sin su campaña violeta: el purple-washing.

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Parece algo banal, pero no puedo evitar sorprenderme de su peso simbólico: el corazón violeta que estuvo durante años en el top de mis emojis más usados, un signo universal y reconocible de la lucha de los feminismos que tiñe las marchas en todo el mundo, ha ido perdiendo lugar hasta desdibujarse en el montón. Tanto se había impuesto el violeta como divisa representativa del ideal de la igualdad de géneros, que en la última década no hubo marca de moda sin su campaña violeta: el purple-washing.

"¿Qué fue lo que cambió en el camino para que el violeta se haya convertido en el color de los libertarios que niegan sin tapujos la existencia del patriarcado y hasta de la violencia machista y muchas feministas nos hayamos resignado en silencio a dejar de usarlo? Detesto la idea de batalla cultural, de la política como imposición de valores, de la búsqueda del pensamiento uniformado tan propia del populismo. Pero entiendo que si hubo una batalla, el nuevo gobierno parece haberla ganado a fuerza de cargarle al relato progresista más responsabilidad y relevancia en la crisis. ¿Cuánto pueden haber tenido que ver un puñado de comunicados escritos en inclusivo o los talleres de género obligatorios en el Estado con la debacle social y económica? Nadie podrá atribuirles más que alguna queja por lo que algunos consideran adoctrinamiento, ni siquiera representaron un gasto significativo.

El resultado más obvio e inmediato es que ahora muchos celebren, por ejemplo, el desmantelamiento del Ministerio de Diversidad, Mujeres y Géneros, cuya creación, hace sólo cuatro años -cuando se recategorizó al antiguo Instituto Nacional de las Mujeres-, se consideró un logro: más presupuesto y programas para atender la violencia y las desigualdades de género. Es grave, porque esa violencia persiste: los últimos datos del observatorio Ahora que sí nos ven (¿Nos irán a seguir viendo?, aún no podemos saberlo) dicen que en 2023 mataron a una mujer por razones de género cada 29 horas y que el 59% fueron asesinadas por sus parejas o exparejas.

Se suponía que más jerarquía y fondos públicos iban a implicar una mejor asistencia de las víctimas y sus familias, asesoramiento legal, acompañamiento para que no quedaran solas con sus denuncias y también prevenir la reproducción de conductas machistas que terminan engrosando la estadística y el drama. Pero la cartera, primero a cargo de Elisabeth Gómez Alcorta y luego de Ayelén Mazzina, fue una de las que más presupuesto subejecutó durante el gobierno saliente y pronto vio reducirse su partida incluso pese a la inflación, como si se hubiera asumido que su función era sólo retórica.

Al final, la percepción de muchos de los que votaron este cambio tiene algo de sentido, porque el principal aporte fue discursivo.

No estoy segura, y en todo caso sí tengo claro que perdimos una oportunidad enorme (o tal vez nunca la tuvimos realmente), porque las políticas de igualdad que se impulsaron en estos años fueron apenas propagandísticas, y terminaron creando esta percepción de que una institución que garantice la igualdad y prevenga la violencia, "no sirve para nada".

¿Sirvieron para modificar conductas los talleres obligatorios? No lo sé, pero renunciar a generar conciencia y volver a hablar de "violencia familiar" o doméstica, algo que ocurre puertas adentro y en donde -la implicancia más directa es que- el Estado ni la sociedad deben intervenir, es resignarnos -de nuevo, al menos en las formas- a un retroceso atroz que vuelve a dejar a las mujeres solas y a su suerte.

Que también se intente modificar una de las leyes más debatidas de los últimos tiempos, como fue la de los Mil Días -que acompañó la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo sancionada en 2020-, no hace otra cosa que encender las alarmas sobre uno de los grandes avances sobre la libertad para decidir.