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Hace 50 años, Argentina envió un mono al espacio

Miércoles, 13 de mayo de 2020 01:02

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Es una historia poco conocida que la Argentina contó, hace medio siglo, con un grupo de entusiastas - muy bien formados tanto en lo científico como técnico -jóvenes que fueron pioneros en la cohetería espacial. Tanto es así que acaban de cumplirse 50 años de cuando una mona -bautizada Cleopatra- ascendió hasta los 20 kilómetros de altitud con cohete y cápsula íntegramente realizados en nuestro país con materiales también nacionales.

Los medios de difusión estuvieron presentes brindando amplia cobertura. Esta actividad, inicial en el campo de la conquista del espacio, fue concretada por el Instituto Civil de Tecnología Espacial (Icte) encontrándose entre sus directivos el licenciado Roberto Jorge Martínez, quien continúa activo en la temática siendo en la actualidad vicepresidente del Instituto Nacional Newberiano. El cohete -enteramente diseñado por el Icte- era un vehículo de una etapa construido con materiales nacionales, de 3,10 metros de longitud y 110 kilogramos de peso. La carga útil electrónica (un diseño de avanzada para la época) era de 8 Kg, constituida por diversos instrumentos electrónicos y lo más importante: el tripulante.

Un pequeño mono hembra de 1,300 Kg. La experiencia permitió evaluar, por primera vez, diversos componentes de manufactura nacional que, por su factibilidad y rendimiento, serían base para futuras realizaciones en materia de cohetes para investigación científica. El notable acontecimiento tuvo lugar el 1 de febrero de 1970, en Coronel Brandsen, localidad bonaerense, a casi 100 Km de la Capital Federal. En pleno campo, sólo algo insólito quebraba la tranquilidad y quietud del lugar. Era la rampa metálica de lanzamiento que, cual dedo índice gigantesco, apuntaba al firmamento.

En ella se posaba un estilizado cohete y varias figuras vestidas de blanco se movían presurosas en su torno. A pocos metros una casamata emergía de la tierra seca: era el centro de operaciones técnicas para el adecuado seguimiento del vehículo durante el vuelo. “Cleopatra” fue colocada en su asiento anatómico y una vez colocados los sensores se la introdujo en su cápsula “Centella”; algo así como una nave Apolo de minúsculo tamaño. Luego el ensamble final del cohete con su paracaídas de recuperación, equipos de telemetría y control. El objetivo del experimento era comprobar las reacciones del animal durante la travesía y transmitir datos del ritmo cardíaco y respiratorio, además del comportamiento general.

Para que todo estuviera previsto lo suficiente, la mona había sido entrenada durante meses en un simulador que también había sido construido especialmente a esos efectos. Nada quedó al azar. A las 10.15 horas la cuenta regresiva llegó a su fin. Todos oyeron el tronar del motor. Con una cola de llamas de más de diez metros de longitud el cohete se elevó -tal como estaba pensado- vertiginosamente hacia la meta prevista de los 20 Km. Luego pasó a observarse una blanca estela de humo mientras el proyectil aeroespacial se perdía de vista, en lo alto. Después... silencio, espera, tensión. En tierra sólo se oía el bip-bip de las ondas emergiendo de los receptores. Técnicos, periodistas y cuántos estuvieron allí presentes había enmudecido, llenos de asombro. Finalmente, luego de un tiempo que les semejó la eternidad, alguien grita: “¡Allí está! ¡Allí viene!”.

El puntito se agiganta en medio de un cielo despejado para convertirse en un disco rojo que se abre para luego inmediatamente plegarse y ser arrastrado por los vientos. El vuelo cumplió las expectativas pero un acontecimiento inesperado ha sucedido. El paracaídas se abrió con retardo, a una altitud menor de la necesaria. Esto generó, dada la gran velocidad de caída, que tuviera lugar la rotura del amarre de recuperación. Por lo cual el aterrizaje no fue amortiguado sino violento. La cápsula se estrelló convirtiendo a “Cleopatra” en la primera mártir argentina -y nos animamos a decir del mundo hispano parlante- de la investigación espacial. Cuando el equipo de trabajo llegó hasta el lugar en que había tenido lugar la caída -situado a unos kilómetros del sitio de lanzamiento- pudieron constatar que la pequeña “astronave” estaba estrellada y hecha añicos junto con su impulsor. El golpe resultó tan intenso que el aparato -construido en aluminioyacía a un metro de profundidad. Ese instante ingresó -para siempre- en el recuerdo de los entonces jóvenes integrantes del Icte. En la Argentina, de hace ya cincuenta años, fue la mayor experiencia vocacional y civil en exploración espacial tanto en nuestro país como en América Latina.

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