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África, en un sistema internacional en crisis

Domingo, 05 de mayo de 2024 01:34

Después de la invasión rusa a Ucrania, diecisiete estados africanos se negaron a votar a favor de la resolución de la ONU que buscaba condenar a Rusia mientras que la mayoría de los países africanos mantuvieron sus lazos económicos y comerciales con Rusia a pesar del "mandato" y de las sanciones occidentales.

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Después de la invasión rusa a Ucrania, diecisiete estados africanos se negaron a votar a favor de la resolución de la ONU que buscaba condenar a Rusia mientras que la mayoría de los países africanos mantuvieron sus lazos económicos y comerciales con Rusia a pesar del "mandato" y de las sanciones occidentales.

En respuesta, Estados Unidos y otros países occidentales han reprendido a los líderes africanos por no defender "el orden internacional basado en reglas", enmarcando su neutralidad en la de una traición a los principios internacionales. El presidente francés Emmanuel Macron lamentó la "hipocresía" de los líderes africanos en una visita oficial a Camerún, criticándolos por "negarse a condenar de manera explícita a quien comenzó la guerra".

A decir verdad, en gran parte del continente africano se cree que "el orden internacional basado en reglas" nunca estuvo basado en ninguna regla que sirviera a los intereses de África. Por el contrario, creen que esas reglas sólo han ayudado a las potencias mundiales -occidentales u orientales-, a mantener sus posiciones de dominio sobre el continente.

Si se mira la historia con detalle queda claro que, a través del Consejo de Seguridad de la ONU; China, Francia, Rusia, el Reino Unido y Estados Unidos han ejercido una influencia desproporcionada sobre las naciones africanas relegando a sus gobiernos a ser espectadores de sus asuntos. El bombardeo liderado por británicos, franceses y estadounidenses en Libia en 2011 -justificado por una controvertida interpretación de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU-, destaca siempre como un caso testigo ineludible de esta historia. Antes de la intervención de la OTAN, la Unión Africana (UA) buscaba una estrategia diplomática para resolver la crisis en Libia. Una vez que comenzó la operación militar, el esfuerzo de la UA quedó desautorizado y Libia fue sumida en un ciclo de violencia e inestabilidad del cual aún hoy no ha salido. Por esta razón, durante décadas, los países africanos han pedido que se reforme el Consejo de Seguridad de la ONU y que el sistema internacional se reconfigure en términos más equitativos. Y, durante décadas, sus pedidos han sido ignorados.

El orden global actual, dominado por unos pocos países poderosos que definen la paz y la seguridad por sobre otros, se encuentra en un punto de quiebre. Cada vez más países de África, América Latina y otros países de Asia -el mal llamado "Sur Global"-, se niegan a un alineamiento automático con el Oeste o con el Este; resistiéndose a defender el orden liberal a ciegas, tanto como se niegan a participar en el intento de derrocamiento encabezado por Rusia y China.

  Orden, ¿qué orden?

Pareciera que, durante la mayor parte de los últimos 500 años, "el orden internacional basado en reglas" hubiera sido diseñado para explotar África. El comercio transatlántico de esclavos llevó a más de diez millones de africanos a América enriqueciendo a las élites americanas y europeas con su trabajo forzado. El colonialismo europeo y el apartheid fueron brutales, extractivos y deshumanizadores y las secuelas de estos sistemas todavía se sienten en el continente. Aunque anacrónico, aún persiste el franco de la comunidad financiera africana (franca CFA), un vestigio del pasado colonial que le permite a Francia ejercer un enorme control sobre las economías de 14 países de África Occidental y Central. Así, mientras el "mundo occidental" demanda que África "supere" el pasado; sus sociedades no ven a este pasado como algo antiguo sino, por el contrario, como algo cotidiano; una realidad por la cual se sienten "ciudadanos de segunda" en sus propios países y bajo un constante recordatorio de un poder colonial aún vigente.

Hoy, las potencias occidentales u orientales, en lugar de tomar lo que necesitan por medio de la fuerza como lo hacían antes, se valen de acuerdos comerciales preferenciales o de arreglos financieros sesgados que drenan al continente de sus recursos de la mano de élites africanas corruptas. Han cambiado las formas, pero no el fondo.

 Sistema en crisis

Y, por supuesto, también utilizan la fuerza bruta cuando les parece necesario. A pesar de hablar de un sistema internacional basado en reglas, son estas mismas potencias las que desataron los bombardeos de la OTAN en Yugoslavia y Libia, o que invadieron Afganistán e Irak. En 2014, Estados Unidos, el Reino Unido y Francia lideraron una intervención militar en Siria en apoyo a las fuerzas rebeldes, seguida en 2015 por una intervención militar rusa en apoyo al gobierno sirio. La invasión rusa de Georgia en 2008 o la invasión rusa en Ucrania en 2022 no es un alejamiento de este patrón, sino la continuación de esta doctrina de dominio de los poderosos sobre los débiles. Estas relaciones asimétricas -que se traducen en jerarquías de hecho-, es una constante en la historia desde el famoso dictamen de Tucídides: "los poderosos dominan y los débiles ceden".

Todas estas intervenciones -y las violaciones de los derechos soberanos y a los derechos humanos que implican- han erosionado de manera profunda la idea de "un orden basado en reglas". Peor; han avivado movimientos extremistas violentos que se han propagado como un virus en África. El terrorismo islamista de Al-Qaeda e ISIS se ha arraigado en la región del Sahel, afectando a Burkina Faso, Chad, Mali, Mauritania y Nigeria. De manera similar, en África Oriental, el extremismo religioso importado de Medio Oriente está socavando la estabilidad en Kenia, Mozambique, Somalia y Tanzania, todos los cuales son aterrorizados por un grupo extremista conocido como Al Shabab.

Así, las grandes potencias han creado una curiosa situación: por un lado, han propiciado intervenciones ilegales que han sembrado el terror en varias partes de el "Sur Global" y, por otro lado, han sufrido fracasos internacionales estrepitosos al intervenir en crisis humanitarias extremas como la de Ruanda en 1994, Srebrenica en 1995 o Sri Lanka en 2009; terminando de socavar la credibilidad del sistema internacional.

Quizás sea hora de que las potencias mundiales comiencen a reflexionar sobre lo que los países africanos sienten desde hace décadas: que un orden internacional disfuncional es peligroso para los países en desarrollo. El sistema no solo excluye a la mayoría de la población mundial de la toma de decisiones internacionales, sino que también los deja a menudo a merced de poderes y fuerzas que les son hostiles. El consejo permanente de seguridad de las Naciones Unidas está en coma; y el sistema de seguridad de las Naciones Unidas agoniza, sofocado por las acciones de muchos de sus miembros más poderosos.

¿Cambiando el sistema?

Ninguna institución personifica mejor la exclusión paternalista de África que el Consejo de Seguridad de la ONU. Según el Instituto Internacional de Paz, una organización sin fines de lucro, más de la mitad de las reuniones del Consejo de Seguridad y el 70% de las resoluciones del Consejo de Seguridad con mandato del Capítulo 7 -que son las que autorizan al uso de la fuerza por parte de "las fuerzas de pacificación"-, se refieren a cuestiones de seguridad en países africanos. Sin embargo, no hay países africanos con poder de veto entre los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad.

Es poco razonable que los países africanos deban participar en estas deliberaciones y negociaciones sobre su propio futuro como oyentes y en condiciones tan desventajosas. Pero sería ingenuo pensar que quienes recogen los beneficios del sistema, en especial los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad irán a permitir una revisión de la Carta de la ONU sólo porque los países africanos así lo demanden.

En consecuencia, África tendrá que construir una coalición de países dispuestos a ayudarla, movilizando y reclutando países dentro del "Sur Global" así como a cualquier país desarrollado que pueda ser persuadido a respaldar un intento de remodelar el sistema multilateral. Hay precedentes -pocos- de organizaciones internacionales que se han transformado: la Comunidad Económica Europea se convirtió en la Unión Europea (UE), y la Organización de la Unidad Africana se convirtió en la Unión Africana (UA). Claro, había cierta convergencia mínima de intereses.

Los países africanos -y el "Sur Global"- tienen un papel que desempeñar en la reforma de un sistema multilateral que está en crisis y fallándole a una gran parte de la población mundial. No se puede olvidar que -al mismo tiempo-, este orden internacional está mutando hacia un sistema policéntrico y poliédrico que, por su naturaleza caótica, es menos estable y más volátil. Pero los problemas globales que se avizoran en el horizonte así lo demandan.

Hasta que sus intereses y preocupaciones sean tomados en cuenta, todos los países relegados de las decisiones internacionales deberían seguir una estrategia en sus relaciones con las principales potencias basada en una expresa y deliberada ambigüedad con raíz en la priorización de sus propios intereses antes que en una alineación automática a "bandos" que pretenden representar "valores" que han perdido cuerpo, forma, sustancia, peso y verdad empírica.

 

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